jueves, 31 de diciembre de 2015

Destellos LXIX



 
Le sobran zapatos y cigarrillo para ir del todo vestida de desnudez.




         Con lo que siempre tienen de cajón de sastre, estos nuevos Destellos quieren salpicar el último día de 2015 con las chiribitas heterogéneas del pensar lo que se siente. La vida y sus estímulos se agazapan en secuencias léxicas que salen de su madriguera en estos Limbos. Algunos son abortos de poema: que sea la lectura de cada uno de vosotros la que les dé la continuidad que necesitan. Aquí yacerán como pecios en el mar de la abundancia y la inabarcabilidad hasta que, buceadores del espacio infinito que se abre tras vuestra pantalla, les prestéis la atención que reclaman.




El erotismo es al cuerpo y a la mente lo que la ironía es a la inteligencia: cosquillas de la víspera del gozo de sentir y pensar.


Gotas que colman vasos colmados de gotas que colman vasos colmados de gotas que colman vasos colmados de gotas que colman vasos colmados de gotas:

Belleza: matemática precisa del matiz infinito.


Sexo: metástasis de la felicidad.


La poesía deshoja la paradoja de mostrar la realidad sin nombre y nombrar sin realidad.


Homenaje a Industrias y andanzas de Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio.

Como una manga marina, el arcoíris toma los colores del fondo oscuro del océano donde duermen todos y pinta con su luz el mundo. Como son cromatismos robados al mar, solo cuando la lluvia los tiñe de agua queda desenmascarado el prodigio ante nuestros ojos. Los faros son homenajes encriptados a Poseidón.

Mástil: naufragio vertical del horizonte


Todo tiene un inicio y un final salvo la eternidad y el infinito


Hay un silencio cómplice. Hay un silencio denso, lleno de grumos. Hay un silencio poblado de grutas. Hay un silencio que quiere reventar en alarido. Hay un silencio tenso y un silencio que da sosiego. Todos son el mismo silencio, pero ninguno dice lo mismo.





lunes, 28 de diciembre de 2015

Nochebuena de 2015









         En silvas de versos blancos, con esporádicas rimas, fluye este fresco navideño en el cauce de la realidad y su recreación literaria. Cualquier centro comercial (en su doble significar), trenzado con Poe, Baudelaire, Andersen y Dickens, puede ser el escenario de este correlato objetivo en forma de poema. Calles, avenidas o pasillos conducen a los compulsivos buscadores de felicidad en bolsas, los dirigen por cintas mecánicas hacia deseos alcanzables, saciando así, por unos momentos, “carpe diem” prostituido,  la perenne insatisfacción humana. Hay un “memento mori” que, con tanto movimiento, ignoran los compradores. Con perspectiva, quien se detiene ve la tragedia, orlada de espumillón y “leds” de bajo consumo.





          La calle tras las guirnaldas de luz,
impostada como la vida ajena,
eclipsa el propio deseo, disfraza
de felicidad el hueco más tuyo
y lo hace navidad.
Estetización de la alegría,
oportunismo en la oportunidad
de ser en el amar.

La calle, zigzagueo
abigarrado, se puebla de gentes
enmascaradas, solas,
de zombis del tabanque del deseo.
Avenidas de ávidos clientes
de la prostituida
vida compran lo que creen necesario
para querer, estar y ser queridos.
Entre ellos pululan las ausencias:
cuerpos deshabitados que albergaron
tanta  falsa pasión
como estos tristes náufragos alegres
de la gran avenida.
No notan su presencia,
inmunes la desprecian
(ya la llorarán ante el soniquete
dulce y sensiblón
de algún anuncio de aviesa intención
que sí les pone precio)
Se mezclan, se confunden y se ignoran.
Pero transitan entre los que viven
y sus mezquinas cuitas
(que también fueron, otrora, las suyas)

Afluente ilusionado de ese río,
te contemplas ausencia,
sabes que mientras eres no serás
otro más sobre esa cinta mecánica
de pecios y tarjetas:
cuerpo hoy, sombra de nada mañana,
transparente pálpito exiliado.
Normalizar la muerte,
vivirla paralela,
humaniza el vértigo al abismo:
saber estar entre tanto no ser,
entre tanto haber sido
diluido en frío y adornos.

El refugiado diletante mira,
soledad y café,
entre los hombres de la multitud,
como “flâneurs” y dandis,
endémicos de centro comercial,
se pierden en venas sin corazón.
También se perderá,
primero en cuerpo, después en alma.
Antes de desleírse
ha presenciado la epifanía:
el calor del fósforo de una niña
ha vuelto a dejar fría,
bajo el disfraz de buena voluntad,
la cruel misantropía
de tanto cuento de natividad.



Arthur Rackham (1932)













domingo, 27 de diciembre de 2015

Reloj de amaneceres I



 
Así, sin luz de color, sin tiempo, sin la paleta de colores del amanecer, para poder ser todos los amaneceres.

                  

A Josep Asensio Ramírez, tronco y fruto de doble raíz, como yo.


         Hay una belleza espontánea. Y otra que nos espera tras la cuesta. Correr para llegar se hace poema constructivista: al otro lado se forja el paisaje en su fragua elemental. Haruki Murakami maneja otras analogías cuando habla de correr. Yo corro para ver. Y escribo mentalmente mientras corro. El metrónomo de los pasos y su escansión, incluso de la prosa, se trenzan con los ritmos que  el corazón nos canta y cuenta, se dejan enhebrar por la respiración. El aire susurrando en los oídos. La banda sonora del otro lado de la mirada. El frescor de albada que se asocia con el calor del sudor. La soledad. Todo cabe en el esfuerzo por descubrir con adánico asombro un nuevo amanecer: es la orquesta del sentir y henchir el ser. Es el génesis nuestro de cada día.

         A la derecha, la isla del Fraile como una ciclópea cabeza de trol que emerge apenas de las aguas. A la izquierda, lejana y ajena, la reptil horizontalidad de Cope. Son el arco del proscenio de esta representación. El bambalinón, ese cielo que nunca se acaba. El foro, la profundidad del mundo. En escena, entre bastidores de aire, sobre corrientes dibujadas en la superficie, sobre tímidas olas que se hacen sutiles dueñas del freo y mantienen a raya las orillas, rota por el graznido gañido por centenares de gaviotas alborotadas, el sol se oculta tras un muro de nubes macizo. Su elevarse es hoy anónimo, pudoroso en su infancia. Pero consigue arrebolar las puntillas del cortafuegos núbeo. Es el inicio de la conquista solar del cielo, el dar ojos al embozo para proclamar entredoses de luz. Es el primer acto.

         Segundo acto. El rosicler tímido es ya potente naranja que abre un boquete de lava que lame la mar y la ruboriza. Las nubes, que han perdido la consistencia de trinchera de la noche, se dejan hacer. Un abanico invertido se despliega en perspectiva cónica cenital y geometriza la dispersión de los rojos. La piel marina se deja acariciar y agradece el calor del amor. Fluye la luz sobre el agua. Fluye el agua para ser luz. Las gaviotas viven el prodigio desde su rutina y siguen circunvolando el cráneo del trol distraídas en su azacaneo. La moruna espera fuera de la embocadura, tangente al ciclorama. Imperceptiblemente, en argumento preciso de la duración, los blancos y transparencias van aboliendo los tonos fuego y las nubes se transforman en pantallas que, elevándose en el horizonte, van dando calor sin llama al mundo.

         El tercer acto, siendo de esta obra, carece de valor argumental. El ruido de la vida monopoliza la belleza y vive de espaldas a este espectáculo extinto: el sol ha parido el día que el día aprovechará para olvidar a su progenitor. Este heliocidio tiene, sin embargo, momentos de contrición: con el aperitivo en una terraza, o paseando, siempre hay alguien que cierra los ojos, levanta la cabeza y se siente en comunión con el universo, bañando su rostro en sol. En su crepúsculo vespertino, otra vez, la agonía de la luz frontalizará su ausencia. Y ya estaremos preparando los ojos y la piel para un nuevo amanecer.

         En este palabrizarme me abro al día mientras corro para ver: maduro la visión en el volver y devuelvo aquí lo que supe vivir.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Rima IX (lectura de Bécquer)








                            A Gabriela Amorós Seller,
                                      por su magisterio en sentires.







Mar:
Potencia viva
de olas rotas.

Aire:
Álbum pletórico
de sueños disecados.

Tierra:
Savia al pairo
de sus raíces.

Fuego:
Ceniza y pasión
de amor vivido.



Quema en la piel el viento:

Flúyeme.
Bucéame.