jueves, 28 de julio de 2016

Haikus XXVII


Embarcadero de mineral del Hornillo. Imágenes de Luis Pianelo Melenchón.



 

Para seguir siendo hay que alimentar al niño que todavía somos. El espacio mítico de la infancia es la despensa del adulto. Mirar lo que se vivió, releerlo desde los ojos experimentados, pero recobrando la vivencia, es un ejercicio de afirmación personal.

Un cabo ingeniero que es proa de la tierra, del camino de hierro que tantas toneladas de mineral trasegó, de la fantasía de las tardes eternas de los veranos, se hace haiku. El vaivén contumaz de una locura consciente, el ir y venir que nada tiene de automático: es la alegoría del metrónomo del  universo.

Es un haiku irregular (ziamari): las olas han forzado las diecisiete sílabas de la adaptación castellana y le han regalado dos. Así, este se compone de 7-5-7. El kigo o clave temporal es “mar”, que nos contextualiza en el verano, aunque su eternidad líquida permite ver ese aquí y ahora en cualquier estación del año. (Las tres imágenes son el amigo Luis Pianelo Melenchón y remiten a un temporal de levante de otro tiempo: como es mejor fotógrafo que mis ojos, su testimonio captó con arte lo que he visto hoy y he fotografiado en el haiku)

Lo instantáneo puede ser llave de la eternidad.

        
                     Faralaes de mar,
blondas de espuma:
lección de eternidad.






martes, 26 de julio de 2016

Haikus XXVI


La playa de la torre de Cope en barbecho.






La posidonia oceánica es al mar lo que la cultura al hombre.  

Esta planta marina da el mejor de los frutos: la salud de las playas. Hojas, raíces (gallos) y su reconversión en bolas de virutas (rodamientos de fertilidad geométrica) embellecen en arribazones la costa.

Así la cultura: parece un naufragio y nos puebla de la humanidad que nos hace personas.

Ni sobran las fértiles “algas”, aunque molesten a los turistas, ni la cultura es un apéndice molesto del ser. A no ser que el abono del pensamiento y de las playas estorbe a los que no pueden lucrarse con ellos.  Su densidad da claridad a las aguas y al pensamiento.

Este haiku, fértil en su estrambote, ha mutado en tanka. Es un mensaje secreto entre amantes: la mar y yo.


        
                     Raíz del agua,
semilla y flor del cielo,
hacen la playa.

         Vomita su pulmón,
en olas lo respira.



Respirar denso para sanar.




Cuidarse para cuidarnos.

Esta playa, porque puede ser para ella, volverá a ser para nosotros.

sábado, 9 de julio de 2016

Arquitrabes XVII: Río, estuario y mar



       


 


         Parménides y Heráclito, amigos de borracheras, pasean una mañana de resaca, presocráticos, por la ribera de un río.

         El río fluía, inmóvil.

         Heráclito, con la cabeza embotada, reta a Parménides a bañarse, si tiene cojones (era su diciembre, como lo llamaran en el siglo V antes del machito metrosexual de la cruz), dos veces en la misma agua.

         “Los tengo para bañarme las veces que haga falta en la misma corriente”-le contesta sardónico Parménides.

         Heráclito le empuja al río y ríe:

         “Ahora y aquí eres el centro del alrededor que huye”

         Pero el río, caudaloso, arrastra a Parménides. Heráclito empieza a preocuparse y a correr junto al cuerpo de su amigo que fluye amorfo hacia no sabe dónde. Una rama lo detiene: la fuerza del agua golpea sus testículos cuando intenta salir del caudal. Heráclito le ayuda. 

En el camino otra vez, se ríen de la situación creada. Parménides para en seco y le dice a su amigo:

“El agua, es verdad, nunca es la misma. Mis cojones lo atestiguan. Pero el río sí. ¿Cómo lo reconoceríamos como tal, si no? ¿El ciclo del agua no la devuelve al cauce? Hay una esencia que hace las cosas, aunque se muevan”.

En estas estaban cuando llega, corriendo sin moverse o moviéndose sin correr, Zenón. 

“¡Cómo os gusta marear la tortuga!” –les dice.

Y caminando  caminando los tres llegan al estuario del delta del río. Zenón les explica que ese es el lugar de la duración, la frontera entre el ser una cosa y pasar a ser otra, que sigue siendo la misma transformada. Allí es donde piensa la paradoja de Aquiles y la tortuga.

Y los tres se quedan contemplando el mar, esa dualidad única. Trenzan en aire una duda que no verbalizan: “¿es el mar un río muerto?”. En sus cabezas, al unísono, cantan unos versos:



“La mer, la mer, toujours recommencée!
Ô récompense aprés une pensé
Qu’un long regard sur le calme des dieux!”



        

domingo, 3 de julio de 2016

Destellos LXXV



 
Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni de Gian Lorenzo Bernini. Mármol y jaspe. 1671-1674. Iglesia de San Francesco a Ripa (Roma)


        
         El éxtasis es la parada consciente del tiempo, vivir en la duración del momento. Para experimentar ese arrobamiento se necesita una preparación: el entrenamiento lo da el contrapelo de los instantes, la huida de la pegajosa actualización.

         Los destellos son el parto de esos agujeros en el tiempo, pantalanes extáticos que siembran duración en la aceleración.




Idealización del momento.  Mitificación del instante. Esté este lleno o vacío, de amor o de aire.


Siento el universo en el cabo de tus manos.


Cuando hacer las cosas con calma no cabe en la calma alimentamos el desasosiego.


Ante el espejo de tu vida, ver y reconocer, superpuestos, todos los que has sido, los que has querido ser y los que no has sido. Así de compleja es la identidad del zarpazo de la mirada.


El vuelo loco de las golondrinas sigue, para unos, un plan oculto meticuloso y es alegoría, para otros es, simplemente, álgebra geométrica. Ellas, ajenas a la especulación, siempre vuelven a retorcerse en el mismo cielo como intrépidas funambulistas acrobáticas del aire.


No hay más salida para el solipsismo que fundar el yoltros:
yo + otros.


Abrázame hasta enraizarme para poder volar.


Desquererse para aprender a ser amado con un querer diferente al ensimismado.


Para Narciso todos los ojos son espejos.