domingo, 29 de julio de 2018

Mediodía de muerte entera







                                                        “¡Cima de la delicia!
                                                        Todo en el aire es pájaro.
                                                        Se cierne lo inmediato
Resuelto en lejanía.

[…]


Más, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
La plenitud se escapa.
¡Ya solo sé cantar!”

         Jorge Guillén, Cántico.


         Cima del abismo. Mediodía de estío: el mundo es un solar. Y los relojes obsolecen ante la impenitente y contumaz tormenta de vida que funde, a plomo, el verde en amarillo. El mar y sus azules viven otros tiempos de clepsidras de olas. Luego está la literatura, ajena por escrita, a los estragos de las horas: “El amor es el jardín de mi alma”, nos viene a decir en inglés un desvaído pájaro como en una fotografía de cementerio inasequible al fundido en nada.

         Simetría de la armonía de contrarios: el tiempo nos hace vectores con una dirección y dos sentidos opuestos, todo cielo o todo suelo. 



                  Reloj de sol vencido.

Verticalidad cenital: plétora de luz,
        culmen de ausencia de sombra.
El astro titiritero que da la vida
también erosiona la alegría y da la muerte.
Las agujas no dan las horas.
Flácidas, derrotadas por la gravedad,
se han dejado caer
en una eterna seis y media,
ajenas al enhiesto meridiano.

La decadencia tiene bautismo de aurora.






domingo, 22 de julio de 2018

El tronco exhibe la raíz


        
                  
                            A mi padre Miguel Gálvez Merlos, por dar cuerpo a una posibilidad.

                                      

Un siglo de miradas lo abonan. Quizás un ápice de su raíz le haga cosquillas a la Virgen de los dolores y otra alivie el peso de la cruz a Jesús. Se ha sustanciado como hermano robusto de la higuera y protesta del bullicio haciendo llover sus higos como bombas. Tanta es su hambre de Águilas que se expande en raíces aéreas que se nutren de la nada del mirar radical. La pava de la balsa asperja el agua que el cielo le niega. Y da cobijo a las palomas y gorriones, de los que es útero y nido.

Tan seguro de su crecimiento está que fagocita la forja de su adopción jardinera. Quien acotó su ser ignoró que un siglo de perseverar en esquina no cabe en una cerca de hierro.

El ficus que custodia la iglesia de san José y es palio de tanta aguileñidad pide con su presencia ser hijo adoptivo de la ciudad.

Desborda el magma lígneo su prisión para ser mundo desde Águilas.

 
 








Ósmosis XV









         Huele a cieno de alga. Es agradable el leve levante y su aroma salobre. Ha llegado allí como conducido por el destino: una playa en un cabo, una frontera que es puente. Mar que viene. Mar que se va. Tierra que entra. Tierra que sale. Persistencia de ser en el dejar de ser para seguir siendo.

         Se sienta sobre una roca de las dunas fósiles y acompasa el respirar con el vaivén marino. Otro día hubiese deseado acelerar el amanecer. Hoy no: se deja llevar. Ha descubierto la duración.

         Las moscas se posan sobre él, insistentes. Liban, en dosis imperceptibles, contumaces, erosionadoras, la  gravedad del cuerpo. Veintiún gramos pasan a ser nube.

         Amanece.

        

sábado, 21 de julio de 2018

Bomba de ajo colorao









                    


                           A Salvador Jiménez, por su naranja azul de sabor marinero.


         Achica desde tierra mar esta bomba de patata que Daniel Méndez esferifica amasando. En ella viven los cocineros de los barcos y sus mujeres, las hambres saciadas y los rigores del mar. No necesita ni gambas ni almejas para dar cuerpo a la densidad sabrosa de su bocado, pero pueden adornar su exquisitez. Una gamba nadando en el cremoso de carne de ñora, en el mar rojo del pimentón sembrado de la gelatina marina bivalva.

         Este soneto asonante responde, en parte, a la digestión del ajo colorao que he comido hoy. Para los que queráis disfrutar de la receta tradicional, aquí enlazo un vídeo de la aguileña Caridad Rodríguez Díaz. 



         El chef Daniel Méndez, en el alambique de su cocina, quintaesencia en un bocado bello y suculento el sabor atávico de este guiso.




Cápsula de tiempo que es epicentro
del descarte hecho arte: musina,
temblaera  llegan a la cocina
del barco faenando aguas adentro.

         Del puerto: ñoras, patatas y ajos,
tomate, rojo pimentón, comino.
Guiso convexo univitelino,
apoteosis empanada en panko.

         Venus nace sobre su ola cóncava,
florece en su horizonte cremoso
de azacaneos de amuras y cofas.

         Majada la esencia, busca la playa
de la frontera el caldo sofrito.
Amanece el sol en su mar naranja.