Huele a cieno de alga. Es agradable el
leve levante y su aroma salobre. Ha llegado allí como conducido por el destino:
una playa en un cabo, una frontera que es puente. Mar que viene. Mar que se va.
Tierra que entra. Tierra que sale. Persistencia de ser en el dejar de ser para
seguir siendo.
Se sienta sobre una roca de las dunas
fósiles y acompasa el respirar con el vaivén marino. Otro día hubiese deseado
acelerar el amanecer. Hoy no: se deja llevar. Ha descubierto la duración.
Las moscas se posan sobre él,
insistentes. Liban, en dosis imperceptibles, contumaces, erosionadoras, la gravedad del cuerpo. Veintiún gramos pasan a
ser nube.
Amanece.
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