sábado, 30 de marzo de 2013

Los Quiroga Plá de Jorge Semprún


 
A Josep Asensio Ramírez, compañero en paisaje, paisanaje e inquietudes,
con voluntad quiroguiana y abradeña.


José María Quiroga Plá entre Federico Sánchez y Jorge Semprún, alargados por la historia , sombra y luz, grequianamente.


Como una nota a pie de página, rectificación que la perspectiva del tiempo impone: así suena el último recuerdo que Jorge Semprún evoca de José María Quiroga Plá. Median treinta y cinco años.




Versión original francés del texto de Semprún. La traducción castellana que sigue es mía


 Entre Exercices de survie (2012) y Autobiografía de Federico Sánchez (1977) hay más tiempo que el tiempo que los separa:

“José María Quiroga Plá había sido el marido de una hija del gran y misterioso Miguel de Unamuno, de la que fue siempre, unos decenios más tarde, el viudo poéticamente afligido. Porque Quiroga Plá era, sobre todo, poeta, de buena factura clásica, por lo demás. Su castellano sonoro evitaba, sin embargo, los excesos de grandilocuencia.
Enfermo crónico, tratado con insulina de forma regular para limitar los estragos de la diabetes, era, no obstante, un hombre alegre, positivo, cuyo humor demoledor ignoraba los tabús: ni Dios, ni César, ni tribuno. ¡Para él, nada de Saber supremo! Tenía su mérito, ya que fue un comunista fiel y de vieja militancia. Pero él preservó, mejor que muchos de entre nosotros, su espíritu inquieto.
Quiero decir: su espíritu crítico, todo lo opuesto al espíritu de partido”

SEMPRÚN, Jorge. Exercices de survie. Paris: Gallimard, 2012, pág. 52.


“Estaba José María Quiroga Pla, el escritor, que era yerno de Unamuno, y que se las arreglaba para defenderse contra los rigores calvinistas del famoso “espíritu de partido” con una mala leche salobre y corrosiva”

           SEMPRÚN, Jorge. Autobiografía de Federico Sánchez. Barcelona: Planeta, 1977, pág. 17.

Las noventa y cinco páginas de Exercices de survie que aparecieron el 2 de noviembre de 2012, prologadas por Régis Debray en Gallimard, son la reflexión autobiográfica, póstuma ya e inacabada, de un proyecto de varios volúmenes, iniciado en 2005. Jorge Semprún Maura murió, en un París que había hecho suyo, el 7 de junio de 2011 a los 87 años. La múltiple nacionalidad que impone el exilio (como en tantos otros –Jacinto Luis Guereña, José María Quiroga Plá, Max Aub…-) le dio una identidad literaria francesa, una lengua alemana para subsistir en la administración nazi y un poliglotismo que le permitió trabajar en la UNESCO como traductor a las órdenes de Quiroga Plá. Pero murió republicano español, lejos del comunismo por el que combatió y fue combatido (y expulsado de su engranaje oficial en 1964, junto a Fernando Claudín). Francés de idioma, español de patria, republicano de espíritu y mortaja, en tierra francesa, como Antonio Machado.
Este preso número 44904 en Buchenwald (desde principios de 1944 hasta su liberación en abril de 1945, compañero de infierno de Stéphane Hessel) siempre fue un hombre controvertido en su beligerancia humana y política. Su hermano Carlos llegó a acusarlo de “kapo” (kamaraden polizei, colaborador de las autoridades nazis) y muchas voces han cuestionado sus posicionamientos. La suya misma, en esta última publicación, revisa su historia. Estos Ejercicios de supervivencia (como en L’écriture ou la vie de 1994) son reordenaciones literarias de la realidad vivida, reorganizaciones de quien supo hacer del escribir la razón de vivir. Su “amnesia” es el manantial del que brota su memoria a partir de Le grand voyage de 1963: parte de esa historia personal y colectiva la detalla en su última obra. Vuelve a sus veinte años de 1943, a su detención por la Gestapo en Auxerre y a su experimentación de cuatro primeras de las seis fases del protocolo de la tortura: aporreamiento, suspensión con las manos esposadas en la espalda, privación del sueño, bañera, descarnamiento de uñas y descargas eléctricas en progresión. Ejerció la solidaridad del silencio mientras los esbirros del Dr. Haas, el jefe local, presionaban su cuerpo para que delatase a los camaradas. De esas marcas sobre su físico, de las que apenas había hablado, forjó en su mente el espíritu solidario y una fobia a las bromas en el agua que ha llevado con él a la tumba. Después, Buchenwald, donde pudo sufrir la experiencia ajena para escribir en 2001 Le mort qu’il faut (traducido –más bien explicado- como Viviré con su nombre, morirá con el mío).

En Exercices de survie justifica con su versión, sin saberlo, las prácticas laborales que indujeron a Quiroga Plá, otro insobornable crítico, a llamarlo “el señorito” por su aparente desidia. Parece ser que el régimen de traducciones en la UNESCO le permitía acumular el trabajo por la mañana y quedar liberado a partir del medio día para otras “obligaciones” más placenteras, sin dejar de cumplir con su responsabilidad.

La conciencia civil y el humanismo laico son los hilos que enhebran la razón de ser y escribir de José María Quiroga Plá. Su comunismo atiende también  a esa llamada esperanzada en el hombre. Entre el 29 de abril y el 13 de mayo de 1926 es encarcelado por  participar en la protesta por la concesión de la cátedra de Unamuno (desterrado en Fuerteventura) a Leopoldo de Juan. Llega a ser presidente de la Juventud Republicana en provincia de Salamanca en 1930 (él llamó a la presión de sus amigos –Camón Aznar, Salvador Vila, Ángel Santos…- para presentarse como candidato la “cacicatura”) A mediados de octubre de ese año le nombran director de Claridad, un periódico republicano de Salamanca. Su posicionamiento político (en sus artículos o en los que asume como director aunque ajenos) le hubiesen llevado de nuevo a la cárcel si no lo evita la proclamación de la República (en el juicio de febrero de 1931 lo condenaron a tres meses de prisión y mil pesetas de multa). Se estrena en ese tiempo como orador en un mitin de la campaña abstencionista del partido republicano en el que también participa Unamuno. Se adhiere a la Alianza al Servicio de la República y al Manifiesto firmado, entre otros, por Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Gregorio Marañón. Pasada la efervescente ilusión de la proclamación de la República, deja la presidencia de Juventud Republicana: no quiere sinecuras ni prebendas, evita que vean en sus méritos especulación sin esfuerzo. En las elecciones de noviembre de 1933 Quiroga Plá vota a la coalición republicano-socialista de Azaña e Indalecio Prieto (a pesar de Largo Caballero) porque le parece la forma más eficaz de frenar a la derecha (que acaba triunfando con una CEDA aliada con el Partido Radical de Lerroux, en cuya candidatura va Unamuno). Los comunistas, piensa, no tienen todavía el espacio político que necesitan y los republicanos más de izquierda están demasiado desunidos. El 12 de mayo de 1934 fecha en Madrid su poema “Cuerpos, hermanos míos”, que Pedro Salinas califica como “poesía de amigo del mundo y de los hombres”, la verdadera poesía revolucionaria para Quiroga Plá. En octubre, retirado en el  Goviendes asturiano de su amigo Pedro Caravia, muestra su solidaridad con la revolución de los mineros y su repulsa por la represión de Doval (“Doval en fuga y el pueblo en marcha” es el testimonio literario de su posicionamiento). En 1935, también presionado por sus amigos, ingresa en la Izquierda Republicana de Azaña. Las coyunturas de la guerra le obligan a comprometerse con la humanidad desde posiciones más combativas: al lado del pueblo, desde su condición “privilegiada” de intelectual, se pone al servicio de Cultura Popular (selecciona libros para hospitales y cuarteles, clasifica documentos, escribe romances tirteicos –como en tiempo de paz, pero en guerra-…) Abandona Izquierda Republicana y se adhiere al partido comunista (“el orden dentro del caos”, escribe en esos momentos inciertos de 1939) Su lucha también era contra les estragos de la diabetes, que le lleva por sanatorios de Madrid, Valencia y Barcelona. Es nombrado para trabajar en el Subsecretariado de Propaganda, casi a la vez que recibe la noticia de la muerte de su suegro Unamuno. En marzo de 1937 es nombrado jefe del Departamento de Censura de Prensa Extranjera, cargo que acepta por disciplina de partido. Su integridad personal le lleva a enfrentarse con “camaradas” que le piden trato de favor por serlo: la conducta de algunos dirigentes filosoviéticos y la represión del POUM (cuyo símbolo es el asesinato de Andrés Nin) zarandean su comunismo. Pero en el periódico comunista Frente Rojo (número 126) aparece su donativo de 35 pesetas para contribuir a la reaparición del diario del partido Verdad y en el currículum que le pide la Junta de Ampliación de Estudios en agosto de 1937 para poder gestionar su traslado al extranjero (a lo que se oponía) se califica como “militante activo del PC”. A principios de julio asiste al II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas en Valencia y Madrid: allí conoce al “camarada” Nicolás Guillén (así lo califica en una dedicatoria del cubano, parejo en edad e inquietudes) En septiembre aparece en La Gaceta su incorporación oficial al profesorado, abortada por el golpe de estado. Pero su labor en Valencia como jefe de censura es prioritaria y le niegan la posibilidad. En noviembre se traslada a Barcelona, a la nueva sede de la Subsecretaría de propaganda: es nombrado jefe de Departamento de Traducciones con el mismo sueldo que como censor. En enero de 1938 pasa a depender del Ministerio de Instrucción Pública, aunque su poliglotismo no le libera del todo de las responsabilidades anteriores. En marzo firma, entre María Zambrano y León Felipe, el manifiesto “Los intelectuales de España, por la victoria del pueblo” publicado en La Vanguardia en apoyo al discurso del jefe del gobierno de la República del sábado 26 de febrero. Su adhesión al gobierno legal se repite en otros manifiestos (publicados en Frente Rojo, El día gráfico, La noche). Sigue colaborando en Hora de España, donde puede llegar a ser de su comité directivo. En julio va a París para participar en las conferencias de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Permanece en Barcelona hasta la ocupación por las tropas franquistas el 26 de enero de 1939, desde donde, todavía con la confianza esperanzada de la victoria, pasa por Figueras hasta llegar a Francia con un grupo de Intelectuales Antifascistas o un convoy especial: le quedan 16 años de destierro parisino con “las raíces al aire”.

La muerte de Antonio Machado le reúne en la circunstancial casa de Rafael Alberti en París con exiliados, “tiernos todavía”, como Max Aub, Marcel Bataillon, Montesinos, Corpus Barga o Bergamín. Empieza a gestarse la Junta de Cultura Española, concebida en el Círculo Cervantes de París con el proyecto España Peregrina (iniciativa de la Junta de Relaciones Culturales, adscrita a la Embajada de España en la capital francesa) Quiroga Plá  es agente de ese intento por mantener las estructuras culturales fomentadas por la República. Cuando algunos de sus miembros (Bergamín, su presidente;  Larrea, su secretario…) marchen a otros destinos de la diáspora republicana, Quiroga Plá (junto a José María Giner Pantoja) será el responsable de su delegación en París. Empieza a trabajar en la oficina del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles de Negrín y Pablo de Azcárate: por su condición de comunista podría haber marchado a La Unión Soviética, pero su optimismo suicida le induce a quedarse más cerca de España. El pacto germano-soviético de agosto de 1939 le hacen abandonar el Partido Comunista. La entrada en París de Hitler en junio de 1940 le obliga a formar parte de la Resistencia (llevando mensaje y armas, huyendo de las persecuciones nazis por las bocas del metro…). En 1944, cuando la liberación del fascismo en Europa puede llegar a España, se atreve a penetrar en territorio español en un par de ocasiones, aprovechando las incursiones de los guerrilleros en la zona pirenaica de octubre, décimo aniversario de la Revolución de Asturias. La frustrada reconquista le devuelve a la “normalidad de emigrado”. En ese otoño de 1944, en “su” París, funda la Unión de Intelectuales Españoles, que publicará 47 números de su Boletín hasta 1948 y de la que es presidente de la junta directiva. Firma “Un manifiesto de los intelectuales españoles” publicado en El Patriota del Sud-Oest de Toulouse. El 31 de mayo de 1945 interviene en un homenaje a los intelectuales deportados, participa en un ciclo de conferencias organizadas por el semanario comunista Unidad y lucha en julio y se adhiere al telegrama de adhesión al mitin de New York a favor de la República organizado por el Joint Antifascist Refugées Committee en el que se pide la ruptura de relaciones diplomáticas con la España de Franco. En febrero de 1946 habla con el presidente del gobierno republicano Jose Giral. En octubre forma parte del consejo de redacción de Independencia, “Revista quincenal de cultura española”, junto a intelectuales como Jorge Semprún, el más joven de sus redactores. El editorial del primer número, “He aquí una trinchera”,  da cuenta de la decadencia cultural de la España franquista. Junto a Picasso o Victoria Kent, como presidente de la UIE, dirige un cablegrama a Naciones Unidas para que tome medidas definitivas contra el régimen de Franco. El mismo sentido tiene su firma en otro manifiesto similar, aunque ahora en calidad de miembro de la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero (continuación reciclada de la FUE). Asiste al entierro del socialista Largo Caballero. El 24 de mayo de 1947 entra a trabajar en la Sección de Traducción Española de la UNESCO. Su responsabilidad de granjea enemigos: le acusan de comunista o de agente secreto de Franco… Cuando el director de la Institución, George Delavenay, le advierte de la necesaria neutralidad de sus subordinados, genera un conflicto entre el futuro jefe de la Sección de Español (lo será en mayo de 1950) y el joven de 24 años Jorge Semprún, afiliado al PCE.  Los ecos de ese conflicto están en la cita de la Autobiografía de Federico Sánchez. La versión de Semprún en la matización de la cita de Exercices de survie. La falta de profesionalidad o la coyuntura burocrática están explicadas en  También somos lo que callamos de este blog. En el número 7 de Independencia (31 de mayo de 1947) publica Quiroga Plá su poema “Camaradas, compañeros…” En junio representa a la UIE en el Congreso de la Asociación Espagne-France, muy interesada en la causa republicana española. En la asamblea de la UIE de abril de 1948 es confirmado como presidente. Aporta 1000 francos para ayudar a los intelectuales presos en las cárceles franquistas. En agosto se celebra en Wroclaw, Polonia, un Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz: Quiroga Plá, por motivos de salud, no puede ir, pero sí reunirse a su vuelta con los asistentes en el hotel Lutetia. Su amigo Max Aub, dice en sus Diarios un 16 de mayo de 1950 respecto a la rígida ortodoxia comunista:

“¿Qué adheridos habéis ganado últimamente que se puedan comparar con Quiroga Plá, Montiel o Comorera?”

AZNAR SOLER,  Manuel, Diarios (1939-1972). Barcelona: Alba Editorial, 34, 1998, pág. 169

En 1952 es vecino de Jorge Semprún, que vive cerca de su misma calle, en Montmartre. Su salud se complica cada vez más y ya no puede rendir en el trabajo. En mayo de 1954 se le acaban las prórrogas laborales y tiene que dejar, definitivamente, París para pasar a Ambilly y Ginebra, ciego y con un ánimo maltrecho, con paréntesis de optimismo quiroguiano. Muere el 28 de marzo de 1955 en una clínica ginebrina, a un mes de los 53 años de compromiso con el mundo. Esto dice Max Aub en sus Diarios (obra citada anteriormente, páginas 261-263) como excelente síntesis:

“Ha muerto Quiroga. Me escribe su mujer -su viuda-. He llorado como un imbécil; con Quiroga y Chabás, muertos a la misma edad (¿cincuenta y tres, cincuenta y cuatro años?), desaparecen mis dos amigos escritores más cercanos. Chabás era mi amigo desde mis primeras letras, murió distanciado -él de mí, no yo de él- por razones políticas (el Partido Comunista decidió que yo era un “traidor a la causa del pueblo español”).Hasta donde yo sé Quiroga se había apartado del partido hacía cinco o seis años.
         [...] Ignoro cuándo ingresó Quiroga, supongo que hacia el treinta o el treinta y uno, tal vez el treinta y tres. Tampoco sé cuándo lo dejó. Pero, cosa curiosa, no hay rastro de ello en su obra, ni se rebajó nunca a hacer otra de circunstancia. Tal vez por ello los comunistas le tuvieron en poco -como escritor-; por otra parte, tuvo puesto de responsabilidad durante la guerra, en la censura periodística y en la información con los corresponsales extranjeros.
         [...] José María era un tipo estupendo, malhablado y muy entendido en lo suyo.
                   Yerno de don Miguel, eso lo marcó para toda la vida; no la tuvo muy feliz (yo recuerdo sus amores con Bola, una periodista soviética, en Barcelona). Luego se casó con una excelente mujer, que le ha atendido magníficamente hasta la hora de su triste muerte, el 28 de marzo, en Ginebra. Hacía dos años que José María estaba ciego. Ni él ni Juan pudieron escribir su obra. Los segó la guerra (es más cierto por Quiroga que por Chabás, llevaba éste otros males adentro). La culpa, una vez más, de Franco.
                   La muerte de ambos me deja solo, porque si algo quería yo todavía del mañana era charlar algunas horas, algunos días, con Juan y con José María. Discutir de lo suyo, de lo mío. No podrá ser, entonces, ¿qué interés -desde ese punto de vista- tiene para mí seguir en la brecha? Siempre estuvimos bastante solos -y esto nos unía-. Ni fuimos del grupo de la Revista de Occidente (más ellos que yo) ni del de Juan Ramón Jiménez, ni del de Alberti, ni de la Residencia (F.G.L, Dalí, Moreno Villa [...] ). Estábamos un poco aparte, sin la personalidad necesaria para ser cabeza de grupo. Eran de los pocos, con Enrique Díez-Canedo, que creían firmemente en mi importancia como escritor. Los tres han muerto. Y aquí me quedo, al garete.
                   Viejo José María, aquí estoy para lo que pueda servirte. Te moriste en Suiza, yo estoy en México, ¿quién lo había de decir? ¡Cuántas copas, cuántas comidas juntos! Más durante la guerra. Nuestros recuerdos (sí, nuestros, porque los tuyos ya son míos sólo) son de Barcelona y de París -algo de Valencia-; que de Madrid, los anteriores, los de la paz, ésos se hundieron -por lo menos para mí- en el olvido.
                   José María, José María... ¿Recuerdas cómo te iba leyendo -capítulo por semana- Campo cerrado, que luego te dediqué?... Allá arriba, en la buhardilla del 5 de Capitaine Ferber, mis hijas repartidas entre familias de obreros.
                   Te moriste en Suiza, yo estoy aquí en América -no quería venir, tú tampoco-Queríamos estar cerca de España, lo más cerca posible. Y fíjate...”

Andrés Trapiello afirma que volvió a militar en el PCE en su última edición de Las armas y las letras (Madrid: Destino, Imago Mundi, 2010) en la sección “Las personas del drama” (página 579):
“Pertenecía a Izquierda Republicana, pero durante la guerra se afilió al Partido Comunista, que abandonó al firmarse el pacto germano-soviético, para incorporarse definitivamente a él de nuevo tiempo después”
No tengo constancia de ello en su abundante epistolario. A juzgar por las numerosas imprecisiones (que pueden considerarse positivas porque, al menos, se interesan por el poeta) hay que poner en cuarentena la afirmación. Como la boda con Felisa de Unamuno que le adjudica Jon Juaristi en su Miguel de Unamuno (Madrid: Taurus-Fundación Juan March, 2012) o la “Soledad de Unamuno” (sic) con la que lo casan Jordi Gracia y Domingo Ródenas en la página 340 de su Historia de la literatura española 7. Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010 (Barcelona: Crítica, 2011).No hay mala intención en ninguno de ellos: solo la coyuntura desinformativa impuesta por la historia de la desmemoria forzada por la negación. Felisa fue la madre adoptiva del hijo de Quiroga Plá y una esposa que pudo llegar a ser pero que no fue. Salomé de Unamuno, de la que sí que fue viudo, lo sumió en una soledad que tuvo que combatir desde el asperón de los días y que pudo compensar en el exilio, distanciado ya de Felisa de Unamuno, con el amor y los cuidados de Suzanne Duval,  con quien sí que se casó en diciembre de 1947.

Jorge Semprún, que sobrevivió a tantas trampas de la muerte, las sorteó como Gérard Sorel, el resistente, o Federico Sánchez, el clandestino. También fue Rafael, Agustín Larrea o Jacques Grador. En su autobiografía literaturizada premiada con el Planeta en 1977, su nombre de guerra fue Federico Sánchez, clandestino militante del PCE oculto bajo esa identidad entre 1953 y 1962. Le faltaba la perspectiva que el tiempo le ha dado y que le ha alejado de la herida abierta por su expulsión por mantener el pulso contra los “rigores calvinistas” del espíritu de partido: había dado mucho por él y podía sentirse agraviado en una injusticia histórica. Si la revisión de esa deuda le salió en castellano, su despedida de ese alias clandestino, Federico Sánchez se despide de ustedes (1993) le salió en francés: Federico Sánchez vous salue bien. Un atractivo quiasmo de lenguas y circunstancias.

Y es que la frontera entre la literatura y la vida las hace jugar en una ósmosis en la que la una enriquece y se alimenta de la otra. Quiroga Plá y Semprún, comunistas (más el segundo, por su obediencia a las altas esferas, aunque fuese expulsado en 1964 y pasase entre 1888 y 1991 como independiente ministro de cultura en la democracia). Semprún y Quiroga Plá, escritores, fabuladores de vida literaria, unidos ya por la historia y la literatura desde que José María Semprún y Gurrea, padre del novelista, prologara el Morir al día del poeta en 1946.

Y Valses de la memoria al pairo del silencio, por debajo de las circunstancias que lo hacen naufragar sin playa, de momento.