domingo, 13 de noviembre de 2016

Perfección del instante aquí



Una simple cuchara, desde los tiempos sin lujo de la duración, desayuna cada día conmigo. La tía Juana y mi madre viven en ella, sin saberlo, aunque sabiéndolo.


       

 
Flor de atocha, espanta moscas desde su simplicidad artesana (iba a decir analógica) Todo el sol cabe en cada una de sus fibras cocidas. En mi casa entrojo su luz.

  Poesía sin negocio. Negocio entendido como la negación del “otium” romano. El ocio como la más fértil de las posibilidades de crecimiento personal (lejos del “carpe diem” pervertido en “mindfulness” –budismo zen de serie B para exorcizar el “selfiecentrismo”-)

         Vienen, raíz, atanor y alas, aquí y ahora: John Keats,  Stéphane Mallarmé, Paul Valéry, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Claudio Rodríguez. De ellos bebo arraigo y vuelo para ser. Que el futuro es un negocio que coloniza este ahora cada vez más huérfano de pasado. Y crecer sobre la tierra excavada para elevarnos solo es fértil (en orfandad) para los que levantan sus propósitos con la raíz robada.

         El poeta, creacionista, demiurgo, inventa un mundo de cosas al enseñar a verlas sin usura. O de usura sin negocio.

 Desde el escepticismo más lúcido, de un estoicismo temporal,  solo puedo afirmar:

Cualquier tiempo pasado fue (para algunos, incluso ha sido). Cualquier tiempo futuro será


Esta simple cuchara,
este esparto simple,
concentran en sus átomos
la perfección posible.

    Poesía concreta
de los objetos vivos
en las manos y ojos
que infunden su sentido.

    En silencio de claustro,
agua y piedra, blindar
al embaucador faro
este instante de paz.

    ¡Autárquico presente,
burbuja del durar,
líbrate del futuro:
te quiere colonial!

    Cantan sobrias las cosas.
Quien sabe escucharlas,
ebrio de alrededor,
centra en ellas su alma.

    Incluso este vacío
lleno de vida plena
maravilla en su pausa
pletórica de ausencia.

    La luz está en los ojos
para que todo sea:
contemplación y asombro
los rápidos capean.

    Este metal forjado,
este monte domado,
cifran en su algoritmo
el ritmo vertebral de lo amado.

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