Puntos de luz, constelaciones en el océano: evaporaciones en el cóncavo alambique del mundo. Centelleos, brillos en la oscuridad… Suena la palabra en el silencio del ruido, en la algarabía de las interferencias.
El tren nocturno abre la cremallera del silencio oscuro.
Arrebato sereno en el plácido conocimiento: tú te buscas en mí y yo me encuentro en ti.
Este infinito concreto que yo imagino contigo sin más riesgo que la aventura diaria de quererte por encima de la usura pegajosa de la costumbre.
Perspectiva: alzarnos sobre nosotros para vernos viéndonos. Tomar así consciencia del valor de quererte y quererme mientras nos amamos.
La vida es una transición de transiciones silenciosas y sin guirnaldas: que la frontera que celebra engalanada la semilla sea el homenaje, fugaz como la estrella de las epifanías, que ilumine todos los cambios anónimos con los que crecemos, revelados y conscientes de la metamorfosis, hacia lo que seremos.
Lo que hago es un iceberg a la deriva en el proceloso mar de lo que pienso: ¿quieres nadar, sirena, y sumergirte hasta la base de mis actos?
La magia tiene su truco. No hay más prodigio que la realidad, abierta de par en par y sin simulacros, a la vida.
Vivir en una eterna frontera sobre un puente de amor y transitoriedad, salvando la turbulencia o la reseca rambla: su construccción justifica nuestra existencia y salva nuestros pies de polvo y lodo.
El amor es un lugar en el que habitar la intemperie, un filo que mejora su corte cuanto más corta y hiere: la extensión de su herida con su siembra vive y crece.
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