¿Malos tiempos para la lírica? No: malos tiempos para la épica. Y para los poemas. La poesía sigue ahí, como un atanor en el que refrescarnos y que no siempre vemos porque las urgencias eclipsan cuanto no nos ponen delante. La poesía vive en los antihéroes: hay una épica de la lírica detrás de cada vértice.
Pero hay píldoras líricas, antesala del poema, que entretienen la espera. Ahora, para llegar a La Odisea de esa suma de voces que es Homero, hay que pagar el peaje del Ulysses de Joyce. Las Metamorfosis de Ovidio solo pueden ser vistas ya desde la lucidez perturbada, desde la lógica del absurdo del Gregorio Samsa de Kafka. La Eneida y la Ilíada caben en un partido de fútbol. Las siete novelas del ciclo À la recherche du temps perdu son un monumento funerario a la totalidad narrativa: el laberinto, los senderos que se bifurcan, trifurcan y cuatrifurcan, en progresión geométrica, en enlaces abisales, sin más hilo de Ariadna que el de la barra de herramientas, son los albaceas del todo, su substitución por las partes infinitas.
No importa. El poema vive en las entretelas de la poesía, aunque no siempre nace entero. Mientras nos duchamos, mientras conducimos, al ritmo binario o ternario de nuestros pasos (cuando andamos, cuando corremos), nos sorprende un guiño de la poesía que habita en la vida: versos que nunca serán poema, sin voluntad de cuerpo, efímera ocurrencia lírica. En ese tiempo fuera del tiempo que son las fronteras: entre la consciencia y el sueño o en la salida del sueño a la playa del día. Son los destellos, en minúscula por su tono menor, por su humildad: susurros contra el ruido del mundo. David venció a Goliat, pero en el valle de Elah todavía había épica. De sus ecos vive nuestra lírica: la que trufa y trenza nuestros días. La que ilumina nuestras noches.
●La carne se tensa buscando su encaje que acoge tu puerto para varar en el aire: el vaivén de tus olas invita a quedarse.
●Acoplados en persecución estética y extática, tú me prestas la columna y el corazón: yo te doy mi calor.
●Fuera del tiempo, fundidos en el sopor crepuscular, conscientes y nucleares mientras el universo y sus gentes se dispersan hacia ningún sitio.
●El roce de la vida erosiona hasta pulimentarnos y hacernos brillar en desnudez esencial.
●La vida es una amputación perenne de cuyo hueco brota la posibilidad.
●Del yo al tú hay un puente sobre la nada por el que ya solo pasean los niños en los que nos reconocemos y que no somos: el puente es nuestro y pide nuestro paso.
●El tiempo, denso, gira en sus cangilones invisibles. Bajo el mar todo es tiempo alrededor de sus pecios. El agua relojea.
D'això se'n diu una apologia de la poesia i una invitació a la Vida!
ResponderEliminarsupongo que ya habrás leído "Los libros arden mal" de Manuel Rivas, cuyo protagonista es José Mª Quiroga...
ResponderEliminarQuien sí aparece en el libro de Manuel Rivas es Santiago Casares Quiroga, no José María Quiroga Plá, que era madrileño aunque de ascendencia gallega como el autor de la novela y el político galleguista, padre de la actriz María Casares, que murió en el exilio en 1950.El apellido y la circunstancia vital los acercan. Quiroga Plá merece una novela, pero todavía no se ha escrito. Gracias por tu aportación
ResponderEliminarVaya, pues estaba convencido que era el mismo y también tiene una hija...un lapsus de memoria, es la asteroclerosis...
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