“La poesía es un espejo que torna hermoso hasta aquello que es deforme”
Percy Bysshe Shelley
“Todo, en el mundo, existe para acabar convirtiéndose en libro”
Stéphane Mallarmé
Pero también debe, la poesía, deformar aquello que es bello fuera del poema. Un libro sigue siendo, como en su origen etimológico, la parte interior de la corteza: lo oculto a la luz de la vida que recoge desde su perspectiva de sombra reflexiva. La existencia, pues, fluye hacia la nada de sus ahoras si no es retenida en las páginas de quienes la pueden pensar para después. La poesía es ese cazamariposas de horizontes vivos.
Destellos como cohetes de la verbena que es siempre la vida, pensada desde su mecha y no desde sus colores en el cielo oscuro.
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Muerte: omnipresencia de la ausencia.
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Los fragmentos de ahora se incrustan en los después, se proyectan en los antes en recurrencia necesaria del ser.
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Memoria de ordenador: cementerio de recuerdos, fagocitosis nihilista de los símbolos físicos de la vida.
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Antimelancolía de la emoción superior de la pantalla. Frente a la vida y su ruina física y dionisiaca, la apolínea y aséptica supremacía de lo virtual. El arte amordaza a la vida desde sus parámetros, el artificio sustituye a la emoción de lo vivido.
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La sombra que proyecta la experiencia ilumina el camino hacia lo que podemos llegar a ser.
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La verdadera experiencia artística es la simbiosis perfecta entre la sensibilidad de un fotógrafo ciego, un músico sordo y un poeta analfabeto, asesorados por un perfumista sin olfato y un diplomado en caricias sin huellas dactilares. Así, el arte es puro concepto sin forma, experiencia pura de los sentidos mentales.
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Vivió siempre con el corazón en un puño: era un comunista cordial.
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Arborescencias mentales del irse por las ramas: no hay necesidad de pasear por los cerros de Úbeda. El más allá está siempre más acá.
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Problema doméstico de verticalidad masculina: meada bífida y sus efectos colaterales.
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