Embarcadero de El Hornillo y Hacienda El Hornillo desde la playa de Los Cocedores (2014) |
Cualquier construcción de fábrica es un atentado contra
el paisaje. El paisaje mismo ya es una forma de atentar contra la naturaleza,
un prisma manipulado desde el que vivir lo que se ve, una aprehensión egoísta
de lo que siempre quedará afuera.
Pero
hay patrimonios y patrimonios. Y solo el tiempo, por encima de las intenciones,
valora la dimensión del atentado. El patrimonio cultural es aquel que sobrepasa
su dimensión económica y la modificación operada y se impone para disfrute del
futuro, que minimiza las transformaciones y maximiza lo heredado. El patrimonio
especulador es el miope, el que se agota en su presente y exhibe ya para
siempre su error, el negocio que no se consolida como bien ni se mimetiza con
el paisaje, el que siempre es un pegote.
Hay
negocios sin más valor que su precio y negocios que pasan a ser la esencia misma de un lugar. La adecuación histórica no
siempre depende de los hombres, suele ser más una sedimentación del tiempo que
acaba conformando el sentir de quienes miran. El lucro perseguido suele ser
también un indicio de su pervivencia o su aborto cultural.
Pocas
veces un desmonte tiene más contenido semántico: “des-monte”.
Estas imágenes
son la voz del paisaje de una denuncia: patrimonio cultural olvidado;
patrimonio especulador potenciado.
Embarcadero de El Hornillo (1887-1903). Urbanización El Hornillo (1965-2014-?) Desmonte de Isla de El Fraile Resort. |
Mientras la urbanización crece (no sin los estragos del mal diseño y la crisis), la estructura del Embarcadero se oxida olvidado de lo hombres, amado por la herrumbre. |
El progreso (ese caminar hacia adelante
que se le supone etimológicamente) es es una de las máscaras de la fachada de
la especulación: solo tiene valor cultural aquella obra a la que el tiempo y
los hombres le dan la razón, por encima del éxito. Las modas y las fortunas
pasan; el paisaje es lo que se hereda.