Esperpento contemporáneo. La tragedia de lo que hace gracia. Tragedia de diseño. Imagen tomada de Cultura inquieta |
Títeres
por “wifi”, marionetas alegres que gozan de su libertad de hilos invisibles en
el gran tabanque del mundo. Eso somos.
El peor
pesimismo es el optimismo progresista, el que dibuja un progreso sin hipotecas
de pasado. El mejor de los mundos posibles siempre está por venir. El mundo ya
era un hospital para Baudelaire: ahora, en la opulencia mísera, es un parque
temático. Carestía de esencias y sobras de contingencias. Es el decorado de la
felicidad.
Hay un
destino algorítmico cifrado en un pasado obsolescido. Los más hípsters pueden imaginarlo dentro de un
mandala. Los más conservadores, en la mano del Pantocrátor dentro de su
mandorla. Los más pragmáticos, en los campos con puertas que son las casillas
de los formularios. Porque entre la lógica y la mística hay un puente matemático.
Lo que no cabe en la cabeza, cabe en la memoria exógena de la técnica. Las
infinitas coyunturas, las infinitas combinaciones de variables, las
alternativas infinitas para concretar la acción piden la seguridad de un
calculador que las simplifique, que elija por nosotros en la anarquía sin
criterio del exceso de libertad hecha esclavitud. Hamlet podía dudar: ¿quién
duda ahora sin ser arrollado por la máquina de decidió sin pensamiento humano?
La realidad amorfa pide patrones de sastre para diseñar la cada vida. La
multioferta pide mapas de causalidades. Sobre su magma, la falsilla, el patrón
o el mapa para leer la realidad. Lo accesorio, lo artificial, ahoga lo básico. ¿Procesar
el mundo en ideas, educar la intuición? El futuro no estaba en el horizonte,
sino en las manos y los ojos que lo proyectaban. Ahora lo venden dentro de la
mirada. El futuro está aquí y ahora en un “carpe
diem” de la impaciencia.
Acabo de
leer el libro de Belén Gopegui Quédate
este día y esta noche conmigo. Si trasladamos un siglo el pensamiento sobre
la crisis, quizás entendamos mejor dónde estaban y dónde estamos. La
perplejidad existencial de Unamuno, destilada literaria y filosóficamente,
podría ser ahora la de Gopegui. Y viceversa.
No es una
novela. Ni un ensayo. Es un diálogo moral, como la poesía de Jaime Gil de
Biedma o la de Carlos Barral. Una moral física, para habitar el mundo. La voz
de un narrador omnisciente en segunda persona, interpelando a Google, nos trae a Mateo, un estudiante de
ingeniería de veintidós años, interesado por la robótica y confuso ante el
valor del mérito humano. Y con él, a Olga, una empresaria y matemática jubilada
que concibe el relato estadístico como la forma más precisa de la libertad. Y
al becario que debe admitir la solicitud que ambos envían a la Singularity University de Silicon Valley.
El diálogo cruza diálogos e instancias de una ficción muy real: la voz
narrativa con Google, pero también
con el lector, a quien interpela en su reflexión moral; el interpretador de
currículos (con su encabezamiento binario -010, 000 y 001- ), mediador humano
entre humanos y sistema digital, becario precario, con el lector, desvelando la
burocracia oculta de las pantallas; Mateo con Olga, Olga con Mateo, en
bibliotecas, bares o la casa de la matemática. En esos diálogos trenzados, de
un renacimiento actualizado, lo humano y lo algorítmico también dialogan para dar
luz a los excesos de una red en la que la moral del comercio es la que regula
las transacciones de información. La genética del “big data”, el efecto mariposa de una palabra, incluso que se ha
omitido. El fatalismo de nuestro navegar en libérrima felicidad de libre
albedrío. La relatividad del esfuerzo para llegar, la responsabilidad de lo que
decidimos o dejamos de decidir, el azar parametrizado. Y, en su dimensión moral,
tiene mucho de tragedia que dialoga con la comedia del mundo. Con su
narrador-corifeo y esa catarsis que queda fuera del texto.
Prisioneros
en la libertad de un sistema robotizado, aun nos queda la educación humana. Aprovechemos,
que habrá un tiempo en el que las máquinas serán conscientes de ser máquinas y
el margen de maniobra humano tendrá un valor residual. Los “smartphone”
de los bolsillos son la avanzadilla: tan bonitos, tan útiles, tan brillantes…
Los encuentros
del desencuentro. La tragedia sobre el lujoso tabanque del compadre Fidel
valleinclaniano, retablo de las maravillas cervantino. Los espectadores, a lo
suyo: cada uno en el patio de Monipodio de su pantalla, ajenos a la experiencia
moral del arte.
Y escribir a mano lo que se piensa para pensar
sin ser pensado por un algoritmo, por una red neuronal inteligente robotizada,
ya no es compatible con este nuevo mundo de mundos. La esperanza, herida,
agoniza en su víspera de gozo anticipada.
GOPEGUI, Belén. Quédate este día y esta noche conmigo. Barcelona: Penguin Random House, 2017. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario