jueves, 7 de diciembre de 2017

Algoritmización



 
Esperpento contemporáneo. La tragedia de lo que hace gracia. Tragedia de diseño. Imagen tomada de Cultura inquieta




Títeres por “wifi”, marionetas alegres que gozan de su libertad de hilos invisibles en el gran tabanque del mundo. Eso somos. 

El peor pesimismo es el optimismo progresista, el que dibuja un progreso sin hipotecas de pasado. El mejor de los mundos posibles siempre está por venir. El mundo ya era un hospital para Baudelaire: ahora, en la opulencia mísera, es un parque temático. Carestía de esencias y sobras de contingencias. Es el decorado de la felicidad.

Hay un destino algorítmico cifrado en un pasado obsolescido. Los más hípsters pueden imaginarlo dentro de un mandala. Los más conservadores, en la mano del Pantocrátor dentro de su mandorla. Los más pragmáticos, en los campos con puertas que son las casillas de los formularios. Porque entre la lógica y la mística hay un puente matemático. Lo que no cabe en la cabeza, cabe en la memoria exógena de la técnica. Las infinitas coyunturas, las infinitas combinaciones de variables, las alternativas infinitas para concretar la acción piden la seguridad de un calculador que las simplifique, que elija por nosotros en la anarquía sin criterio del exceso de libertad hecha esclavitud. Hamlet podía dudar: ¿quién duda ahora sin ser arrollado por la máquina de decidió sin pensamiento humano? La realidad amorfa pide patrones de sastre para diseñar la cada vida. La multioferta pide mapas de causalidades. Sobre su magma, la falsilla, el patrón o el mapa para leer la realidad. Lo accesorio, lo artificial, ahoga lo básico. ¿Procesar el mundo en ideas, educar la intuición? El futuro no estaba en el horizonte, sino en las manos y los ojos que lo proyectaban. Ahora lo venden dentro de la mirada. El futuro está aquí y ahora en un “carpe diem” de la impaciencia.

Acabo de leer el libro de Belén Gopegui Quédate este día y esta noche conmigo. Si trasladamos un siglo el pensamiento sobre la crisis, quizás entendamos mejor dónde estaban y dónde estamos. La perplejidad existencial de Unamuno, destilada literaria y filosóficamente, podría ser ahora la de Gopegui. Y viceversa.

No es una novela. Ni un ensayo. Es un diálogo moral, como la poesía de Jaime Gil de Biedma o la de Carlos Barral. Una moral física, para habitar el mundo. La voz de un narrador omnisciente en segunda persona, interpelando a Google, nos trae a Mateo, un estudiante de ingeniería de veintidós años, interesado por la robótica y confuso ante el valor del mérito humano. Y con él, a Olga, una empresaria y matemática jubilada que concibe el relato estadístico como la forma más precisa de la libertad. Y al becario que debe admitir la solicitud que ambos envían a la Singularity University de Silicon Valley. El diálogo cruza diálogos e instancias de una ficción muy real: la voz narrativa con Google, pero también con el lector, a quien interpela en su reflexión moral; el interpretador de currículos (con su encabezamiento binario -010, 000 y 001- ), mediador humano entre humanos y sistema digital, becario precario, con el lector, desvelando la burocracia oculta de las pantallas; Mateo con Olga, Olga con Mateo, en bibliotecas, bares o la casa de la matemática. En esos diálogos trenzados, de un renacimiento actualizado, lo humano y lo algorítmico también dialogan para dar luz a los excesos de una red en la que la moral del comercio es la que regula las transacciones de información. La genética del “big data”, el efecto mariposa de una palabra, incluso que se ha omitido. El fatalismo de nuestro navegar en libérrima felicidad de libre albedrío. La relatividad del esfuerzo para llegar, la responsabilidad de lo que decidimos o dejamos de decidir, el azar parametrizado. Y, en su dimensión moral, tiene mucho de tragedia que dialoga con la comedia del mundo. Con su narrador-corifeo y esa catarsis que queda fuera del texto.

Prisioneros en la libertad de un sistema robotizado, aun nos queda la educación humana. Aprovechemos, que habrá un tiempo en el que las máquinas serán conscientes de ser máquinas y el margen de maniobra humano tendrá un valor residual.  Los “smartphone” de los bolsillos son la avanzadilla: tan bonitos, tan útiles, tan brillantes…

Los encuentros del desencuentro. La tragedia sobre el lujoso tabanque del compadre Fidel valleinclaniano, retablo de las maravillas cervantino. Los espectadores, a lo suyo: cada uno en el patio de Monipodio de su pantalla, ajenos a la experiencia moral del arte.

 Y escribir a mano lo que se piensa para pensar sin ser pensado por un algoritmo, por una red neuronal inteligente robotizada, ya no es compatible con este nuevo mundo de mundos. La esperanza, herida, agoniza en su víspera de gozo anticipada.


GOPEGUI, Belén. Quédate este día y esta noche conmigo. Barcelona: Penguin Random House, 2017.











No hay comentarios:

Publicar un comentario