Pasado el
Día de acción de gracias, el “Thanksgiving
Day”, para ser más de este ahora sutilmente impuesto, con sus oraciones, su
megapavo y su puré con “gravy” y su
salsa de arándanos con los que celebrar las cosechas de invernadero, llega el “Black Friday”. Y con él la verdadera
celebración y acción de gracias de este escaparate que es el mundo, la cosecha
más fértil por carecer de raíz, por ser todo fruto, por ser la siembra del
mañana. Después del jueves, el Viernes negro. Las rebajas más caras. No hace
falta investigar para tener razón sobre el origen esclavista de esta estrategia
comercial. Como “meme”, como “fake” le hace un atajo intelectual para
argumentar lo que no necesita más que el propio análisis del presente como
evidencia. Los comerciantes de esclavos (negros, claro) no los venderían
rebajados el día siguiente al de Acción de gracias (en esa precisión difusa que
es el viernes posterior al cuarto jueves de noviembre).Los esclavos modernos
son prisioneros de su libertad y celebran su condena durante un “Black Friday” con vocación de adviento
(ese “adventus Redemptoris”, esa
cuarentena consumista con coartada religiosa que casi empalma el clientelismo
vacacional estival con el clientelismo invernal). El calendario se llena de
chocolatinas como migas de pan de Pulgarcito hacia el incienso, el oro y la
mirra de la condena de redención fatal. Y el “Cyber Monday” como caballo de Troya griego, como chollo aqueo
hibridado con becerro de oro: ante esta quimera sin horizonte, colas de
racionamiento del exceso.
Gocemos
pues de esta fiesta que regula tráfico, flujos peatonales, luces y “jingles”, entre espumillón, “lovemarck” y “spam”, en un “social gaming”
de “vending” globalizado “ad personam” (bueno, “customizado”, aunque pudiera parecer, a
distancia, de rebaño y el mundo un gran redil de “leds”). Gocemos de este Edén terrenal de consumidores ganando
pírricos trofeos para el pódium de su ocio. Gocemos de este exhibicionismo del
bienestar que hipoteca el ser. En la evolución del progreso, los jugadores de
fútbol, esos esclavos de lujo, son modelos pedagógicos.
Mientras
las campanas anuncian el “Black Friday”,
la radio nos recuerda que en Estados Unidos hay personas que venden su sangre
para sobrevivir. Mientras las colas atienden pacientes y expectantes la víspera
de su gozo, la televisión hace apocalipsis de la sequía.
Inseminamos
el progreso de tantos progresos, obnubilados por prebendas y sinecuras,
maravillados por los brillos, que nos hacemos rehenes de un futuro que nunca
será el nuestro, como apilando cachivaches de la hoguera del humanicidio.
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