Érase que
se era un burro y un toro. Los dos competían en un mismo circo. Los dos se veían
como los protagonistas del éxito y de la atracción del público que
subvencionaba su vida.
Pero el
circo cayó en la subcontrata y cada estrella pasó a ser protagonista de su
función. Competían entonces en dos circos dentro de un mismo negocio. La crisis hizo el resto.
Cada uno
en bajo su carpa (y los dos bajo el mismo cielo), acabaron sus días dorados a
la intemperie, exiliados en la nada, entre vítores e insultos de masas de individuos
insatisfechos. El jaleo, de zambra o sepelio, encaró a las dos “vedettes”. El ring, centrado de focos,
hacia el mundo su alrededor.
El ruido
no permitía el diálogo. Los dos, como solución, lanzaron sus bocas hacia los
testículos del contrincante. Con la bolsa escrotal entre los dientes, pensaron.
Una
quimera, mitad asno y mitad toro, nació del pensamiento.
Desde su
hibridez, pasta feliz en el locus amoenus
del nosotros más fértil.
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