Amanecer entre las gibas de la isla del Fraile. Fotografía de Maruja Ramírez, exportadora de crepúsculos aguileños. |
A
María de la Serna Ramos, porque el Sol de este poema es el mismo que pude gozar
en su terraza de Las cuatro plumas, un jueves santo.
Correr tiene su filosofía, pero yo
no soy corredor. Me gusta amanecer con el Sol, ver el mundo que abarcan los
pasos largos, diletar deleitándome en los lugares a ritmo binario de velocidad
humana, con la máxima atención en la mirada. Solo una actividad paralela y
consciente al contemplar: leer el paisaje y mi interacción con él. Y esa trenza
de vitalidad, mirada y pensamiento forja poemas, duraciones léxicas en la
fugacidad.
Correr sin pensar en correr: correr
como procedimiento excipiente para restañar heridas con palabras, que son el
motor de la carrera lírica.
Corriendo hacia poniente
con
el sol levantándose,
en
mi alfombra de sombra que persigo
se
me proyecta Jano
descarado,
a contrasol, mirando
este
suelo sembrado
de
luz y de azules.
Cegado
de infancia,
baliza
los rumbos desde la sombra
la
luz de su mirada.
Desde
su pozo, Tales de Mileto
señala
el firmamento
y
Pascal, los abismos.
Entre
el pasado y el futuro,
entre
la nada y el infinito,
el
paisaje que conduce y viste
mi
cuerpo opaco de transparencias,
corazón
y razón,
es
presente pletórico,
duración
en la precipitación.
Los crepúsculos despiden y anuncian
soles
de mediodía.
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