La
sobreexcitación, el turisteo clientelar por el mundo diseña dos mundos: el de
los que, adánicos prepecado, infantiles, gozan desde el encefalograma plano y
el bombeo sistólico-diastólico inconsciente la vida; y el de los que,
pecadores, salmones en el río de la felicidad, acotan la dicha en la corriente
de la vida. Un orgasmo perenne deja de serlo. Como ensartar hilos en ojos de
agujas, el placer está en el reto de hacerlo posible, no en la inercia de gozar
el trámite enhebrador. La potencia es el corazón de la diferencia de potencial:
hoy, entre comprar en el mercado mensual ecológico y en el BonÀrea de Guissona,
en la decisión de concretar la posibilidad, estaba el dulce anzuelo de la
felicidad.
Dos
redondillas asonantadas dan cuenta de un trayecto binario, de acompasados pasos
que son dinamo para la azotea del pensar.
Como
un grifo que gotea,
su pene va destilando
ínfimas dosis de
orgasmo
mientras su cuerpo
pasea.
El esfínter del deseo,
almorranático y
público,
laxo de tanto anuncio,
infantiliza el
criterio.
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