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La parábola de los ciegos: Pieter Brueghel el Viejo, 1568. Óleo sobre tabla (86 x 154 cm). Museo de Capodimonte (Nápoles) |
Como el burro en su noria, el
hombre volvía sobre sus pasos para extraer el agua de su sabiduría. La voluntad
movía la inteligencia en una gimnasia de músculos mentales. Ese esfuerzo y
constancia circular piden ahora otra metáfora. Quizás esta: Como la mariposa o
el mosquito, efímeros perennes y diversos para poder hacer inclusiva belleza y
molestia, el hombre liba pajareando lo que cree que necesita, a veces, sin
moverse de su lugar, pero con visión global integradora. La sociedad de los
burros, de las norias de sangre, dicen, formaba trabajadores. La sociedad de
las los revoloteos anárquicos (orquestados por ese espía que es la galleta
informática) forma consumidores.
No hay que sobrevalorar de
dónde venimos, pero tampoco anularlo. Importa mucho adónde queremos ir para ser
fruto desde la raíz, con voluntad sólida de tronco o flexible de junco o tallo
de girasol. Los objetivos del trayecto son conocidos: libertad, igualdad y fraternidad.
La educación es el hogar donde se debe cocer el caldo que alimente su
concreción en vida, sin utopías centrífugas, sin distopías, sin retroutopías,
ajustando los pasos de la utopía científica sin usura.
Estos destellos quieren iluminar
en diodos emisores de luz, bombillas o fluorescentes de diferente potencia.
Como en botica en que florecen las palabras
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Tenía el corazón transitivo.
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Unidad de medida universal: el dólar (en espera del “bitcoin” o criptomoneda de turno).
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Salvación por el autodidactismo, sin profesores ni
alumnos. Personas que construyen su conocimiento desde la motivación más suya, que
se autoevalúan, buscan heteroevaluadores en línea y crecen en el solipsismo colaborativo
más fértil, con el dispositivo móvil inyectado en vena.
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El maestro ha
muerto. O, herido de muerte, vegeta por los espacios que fueron aulas como
acompañante de procesos cognitivos hueros (aunque ricos en evidencias de
asunción de objetivos competenciales, convenientemente objetivados en faralaes
retóricos de rúbricas y otras cuadraturas de la pedagogía de la ocasión para la
vida y desde la vida).
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“Auctoritas” no
degenera en “autoritarismo” si no hay un interés torticero en forzarlo. Que la
autoridad viene de “augere”:
aumentar, contribuir a progresar, promover, prender emprendimiento en otros. La
autoridad no es autoritaria: su talento moral, sapiencial y psicológico seducen
y son camino.
“Autarquía”
no es gobierno de uno mismo, sino autosuficiencia, sin poder absoluto, con
dependencias enriquecedoras. Pero desoír la autoridad se vende como la
conquista del yo más esencial.
“Felicidad”
nos llega desde su raíz natural y hace gavilla de nombre la fecundidad, la
fertilidad, la productividad. Pero esa esencia feraz, sin la guía socrática
verdadera, crece hacia la opulencia y la habilidad lucrativa para conseguir ser
afortunado (sin casualidad, sin esfuerzo responsable, por serendipia fortuita)
“Gratis”,
casi vocablo franco, es una degeneración de “gratiis”, ablativo plural de “gratia”
(por hacer un favor, por benevolencia, por agradar). Cuando parece que todo es
gratis (y es cuando todo es más caro -no por amado, sino por su elevado precio
disfrazado de gratuidad-) incentivamos más el placer que la gratificación.
Educar
para el placer se atrinchera en la autarquía mal entendida y rehúye de la
gratificación que es prólogo de una felicidad razonable y más esencial.
En
la playa del goce, hay que ser ola para bañarse en felicidad.
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La inteligencia (emocional o cognitiva) debe ser como el
banco de herramientas de un mecánico. Mejor aún: como un mecánico que hace del
espacio de la mente su taller y sabe seleccionar en la ferretería o en el
almacén de recambios el material que necesita.
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El amor, cuando lo parasita la hiedra de la indiferencia,
abandona su jardín y este muta en huerto. Las rosas son patatas y las dulces
espinas solo heridas. Y el huerto no cultivado se hace yermo en el que ni las
malas hierbas arraigan. Entonces el escozor del alma anestesia los recuerdos
florecidos y todo es páramo plano de días y horizonte vacío de noches.
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La nuez del deseo se hace granada.
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En un examen, observo a los alumnos. Pienso en la
parábola de los ciegos (Mateo, 15,
14) y en el cuadro de Pieter Brueguel (1568): si cada uno desconoce su ceguera…
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Espacio y tiempo son un cubo de Rubik fractal. El pensamiento,
atomizado, dice volar en mecánica automática, libre de autoridades, y las
rúbricas que objetivan las evidencias cognitivas se cuadriculan, como pálidas
sombras de algoritmo, en forma de evaluación clientelar disfrazada de criterial
e “implementada” como clitorial (en hombres también, para empezar a ser
culturalmente inclusivos).
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