El Greco. Adoración de los pastores (1612-1614). Óleo sobre tela (320 x 180 cm.). Museo del Prado. Nacimiento para su propia muerte en la cripta de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo. |
A Daniel
Méndez, por hacer de todas las noches (menos la de los martes) una Nochebuena.
La
globalidad ensancha lo igual impuesto. La asepsia de centro comercial vende,
higiénica, la nada que compramos todos. Hay esclavitudes sin grilletes en los
gestos cotidianos. Un vendedor de fundas de móviles, por ejemplo: nada tan
superfluo puede dar tanto trabajo inútil con un sueldo de mierda encontrado en
una agencia de colocación a través del móvil que le obligó a comprar una funda.
El
mundo solo se construye en presente. Un presente que se eleva sobre los
presentes que fueron pasado y permite diseñar los presentes del futuro. Nuestra
responsabilidad es vivir en conciencia este momento y este lugar que habitamos.
La capa de nostalgia con que pintamos las cosas las preserva para poder dibujar
sobre ellas, con valentía sin neoliberalismos, la cara de esperanza que funda
el futuro.
El
Niño Jesús es el símbolo de todos los amaneceres de cada persona cada día.
Feliz nacimiento perenne.
Hecho
carne duerme el trigo en el pan.
Sueña
la uva en el vino que es sangre.
Las
espinas del heno,
la
cruz hecha virutas de la cuna
brizan
y mecen el alba del cero.
Infusas, fe, caridad y esperanza
pasan
al mundo en su llanto feliz.
Como
la sangre que nutre la carne,
creemos,
amamos y deseamos.
Prudencia,
fortaleza,
justicia
y templanza
hacen
centrar el fiel de la balanza
en
que inteligencia y voluntad,
en
ósmosis humana,
funden
y fundan en su simbiosis
libertad,
igualdad
y
una fraternidad sin usura
(con
unamuniana sororidad).
El mito fundacional de la idea
alimenta
el progreso:
continente
que encierra
un
contenido abierto.
En los platillos de esta cultura
nacen
los sumilleres hematófagos
y
los gurmés carnívoros
que
venden el grial y las astillas,
compran
el alma a peso
y
financian el Edén parcelado.
Un niño nació esclavo y asustado
de
la libertad de su gran pobreza.
Sus
exégetas alquimia aprendieron:
venden
el agua a precio de vino,
convierten
la felicidad en riqueza.
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