jueves, 27 de diciembre de 2018

Convocada soledad convocante






                            “Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias

Claudio Rodríguez (1934-1999).Don de la ebriedad (1953)



Aunque la poesía es ecuménica y vive en la esencia humana de todas las personas del universo, aquella de los más cercanos sabe pellizcar mejor el sentimiento. Somos centro de un alrededor siempre y, como las ondas, vibran con más cuerpo las más pequeñas, las más abarcables.

Jesús Cánovas Martínez (Hellín, 1956) fue profesor de filosofía en Águilas y poeta en el mundo. A A la desnuda vida creciente de la nada (1989), Kyrie Eleison (1994), Estridularia (1999), La luz herida (1999), Transluminaciones  y presencias (2005), Dulcísimas hebras de oro (2009), Otra vez la luz, palomas (2015) se suma en este 2018 Convocada soledad. A estos ocho libros de poemas podemos añadir su novela El Quinto Camino (2016) y sus cuatro tandas de Vientos de Sur, de las que ya podemos leer tres (2017, 2017 y 2018).

Convocada soledad es un poemario en heptasílabos, endecasílabos y pentasílabos (estos, los obligados por las diecisiete sílabas métricas de los cuatro haikus –uno doble, reflejado-) de una estructura de silva sinfónica que, sin ser narrativa, narra lo inefable en cuatro tiempos. Un prólogo machadiano presenta el viaje lírico por las cuatro estaciones y un “Final” bíblico baña de luz “Lo inesperado” de las posibles tinieblas que puedan emerger de lo subterráneo: la palabra como bautismo de la realidad silenciosa y vivible. El otoño rojo (“Sobre la tierra roja”) abre las puertas de la aventura sensorial de lo inefable. Le sigue el verano azul (“Azul de soledad”), el invierno blanco (“Fermento de la blancura”)  y cierra el tiempo poético con la primavera polícroma (“Ebrio al surgir”), como para incitar a la vida reverdecida del final de los días, que también son principio. La estructura de cada uno de los capítulos está muy bien trabada: quince poemas (de diferente extensión, pero con predominio casi absoluto del heptasílabo), seguidos de un haiku y rematado con una “Contemplación” como epifonema que da perspectiva y hace releer los dieciséis textos precedentes.

Tiene mucho del tono del Don de la ebriedad (1953) de Claudio Rodríguez, aunque las numerosas citas no nos den pistas sobre ese linaje lírico (Vimalakirti Nirdesa, Antonio Machado, Georg Trakl, La Biblia –Job-, Alberti, J.L. Martínez Valero, Santo Tomás de Aquino, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez y  Manuel Altolaguirre). Celebra Jesús Cánovas la vida también, la existencia, la trascendencia del existir que tiene en la palabra poética la encarnación del sentir que al vivir deja mudo. Es un libro de odas a la afirmación en el presente, al arraigo en el paisaje en el que somos. Y reivindica una soledad contemplativa. Porque una soledad convocada no es lo mismo que una soledad intrusa: el poeta la convoca para, desde esa intimidad lírica, poder compartir la epifanía del oír cómo crece la hierba o como suenan las alas al planear sobre el mar. Es una épica de los matices, más que de los silencios. Que la naturaleza nunca calla. Desde esa conquista de lo no perceptible a simple oído o vista crea el poeta las coordenadas del sentir para ver y oír mejor. Es, por tanto, una soledad convocada para poder convocar la presencia del lector en esos escenarios líricos.

Jesús Cánovas, desde la filosofía del percibir y sentir que es el poema, nos convoca a gozar de los frutos de la contemplación de su Convocada soledad.




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