martes, 9 de octubre de 2018

De libros y pantallas








         En el gran centro comercial que es el mundo ya no es preciso desplazarse para llegar. Pero todos quieren viajar. La experiencia de novedad no se satisface solo en la quietud hiperactiva de una comodidad fuera de la zona de confort más confortable. El avión conecta los centros comerciales  que alimentan el gran centro comercial del mundo. Y la pulsera de todo incluido pasa por gratuita para los turistas clientes.

         Moscas engreídas en una tela de araña de luz y brillos. Moscas libérrimas que chapotean en la miel amarga de la dependencia dulce, de sirenas sin cuerpo que todo lo ocupan.



                                              
                                               “La transparencia, Dios, la transparencia”

                                                        Juan Ramón Jiménez




                                                                 
Un libro. El mundo
en su cabeza.

         Una pantalla. Su cabeza
en el mundo.
El mundo: ese todaspartes
sin lugar
de la nueva intemperie
del hogar portátil.

         Falsa transparencia,
obscena trasparencia.
Salomé vestida de algoritmos
para desvelar
al animal que es,
decapando cultura
hasta llegar
a la médula de deseo
que le mueve.

         Chantaje de los futuros
proyectados
que hipotecan su presente.
Dictadura de la libertad
sin raíz.

         Ajeno al otro lado
de su realidad,
su mundo, su celda, su hogar
es el libro
que centra
un alrededor ajeno
y enajenante.

         En la pantalla castigada
a de cara a la mesa,
ignora una consigna
de felicidad:
“Mejora tu bienestar
de forma
intensa,
rápida,
eficaz
y fácil.

         Para aprender a leer
tuvo que arrastrarse
por los desiertos
y selvas
de símbolos y garabatos
que hoy le desvelan
cómo aprender a ser.


Duerme despierta
                                      y velada
                                      la pantalla manchada
de huellas digitales.

         Pasa las páginas
del libro que ocupa
espacio y tiempo.
con su olor,
con su topografía
de límites,
en una ceremonia
que fija
la realidad
en dosis homeopáticas
de ficción.

         Crepita el fuego
del hogar antiguo
en el corazón del lector
de libros,
aislado y opaco
a un alrededor felicista
como boa constrictor
de grave
levedad
transparente
y sólida evanescencia.


        




2 comentarios:

  1. Precioso Pascual. Me ha recordado "El defensor" de Salinas, la distinción que hace entre leedores y lectores, los muchos que hay de los primeros y pocos de los segundos. Porque indudablemente tu eres de los que él reconoce como lector.

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    1. Gracias, Jose Luis Elías López. Que mi texto te lleve a Salinas ya es mucho para mí. Un abrazo. (hacía demasiado tiempo que nadie comentaba por aquí lo que intento decir)

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