martes, 12 de octubre de 2021

Armonía de contrarios de ser en la música de Clara Peya

 

                             Clara Peya Rigolfas (Palafrugell, 1986). Estat de larva (2020)

 

A Pilar Navarro, corazón del ser y seguir siendo.

A Clara Roldán, reveladora de esencias epiteliales.

A Susana Koska, que sabe de estados de larva para volver a ser.

A Clara Peya, claro, por poner puertas de libertad al campo y balizas en el mar de la Belleza.

 

         Hoy he tenido una experiencia mística: quietismo dinámico en la impermanencia de la permanencia, en el eterno retorno de lo efímero, en la duración de lo fugaz.

         La música de Clara Peya en Estat de larva ha sido el catalizador de tanta química espiritual. Escuchada en bucle: como banda sonora del fondo (como el aire que da de respirar); como microtesis doctorales sobre el vivir (como alimento para la mente). Una larga meditación preñada de disrupciones y sinestesias. He dormido en ella, he soñado, he pensado, he sido y me he dejado ser en una larga meditación.

Maraña de sentimientos que engendran un ascensor de luz en el corazón: letra de médico que no se entiende pero cura. El feto larval que nos enciende como un quinqué nos sana y tenemos que darle mecha y combustible para seguir. Escala en la intimidad el ánimo animado, coreografiado por las teclas de un piano: fuerza mecánica que abre, al pulsar, el cajón de sastre del sentir.

         Temas tuétano preñados de fractalidad y simetrías amorfas. Música inseminada por Clara Peya para florecer en los oídos del alma. Semillas de vida que germinan en el proceloso mar del sentir. Notas y ruidos, como la vida misma: calma el alma la armonía moteada con sonidos de la música sin arte del mundo. Como en las películas de Andrei Tarkovsky (vencejos falsos, molas, fondos industriales, agua…) la belleza resplandece entre los contrapuntos. En el duermevela, enredado en sueños, canta el piano de Clara Peya, es centro y periferia. Me grita suavemente un acróstico cuyos versos son piezas musicales: No-Sé-Vos-Al-Tres-Pe-Rò-Jo-Ne-Ces-Si-To-Pell-Per-Viu-Re. “No sé vosotros, pero yo necesito piel para vivir”. Arrullo: acuña y acuna. Tatúa en la piel del sentir la intimidad más compartida y callada. Nunca hemos dicho tantos besos y abrazos y hemos besado y abrazado tan poco. Briza, entre suaves chirridos como de banqueta que gime, el rizo de amor de la fragilidad en la intemperie. Suenas los mecanismos del piano mientras exhalan música. Suenan pasos de ausencia que acompañan en el recogimiento al acabar el disco. Suenas pájaros en el aire musical del paisaje pintado por el piano. Es una música que nos hace isla y archipiélago con vocación de continente: se reflejan las notas en el espejo del yo que reflexiona, recíproco, ante la posibilidad de desbordarse.

Fagocitados por la soledad náufraga en el exhibicionismo del simulacro usurero, el piano de Clara Peya es caballo de Troya: penetra el sistema, violador de la intimidad, como negocio en tu casa; entra en tu corazón Clara y te hace mejor porque te da argumentos para luchar desde la belleza militante. Entra, inocula su larva (que también es tuya) y energiza el barbecho para poder ser protagonistas ante la depredación social.

Vivir desde la piel. La belleza musical de Clara Peya alimenta la epidermis y llega hasta el tantién del corazón para, reciclada, hacerse puño y restañar llagas.

Sueña la melodía tecleada, eleva nubes, y con ella suena la mecánica de la máquina musical: los pedales, la gestualidad de la pianista que es extensión humana de un piano ventrílocuo, los roces que pulen aristas, el choque de placas tectónicas traducido a suspiro metálico o xilofónico. He sido, esta noche, armoniófago en la claridad oscura del escuchar.

Tanta delicadeza, tanta delicuescencia, tanta sensibilidad, tanta evanescencia… Incienso musical, silencios que hablan afinando el piano del alma. Clara Peya, diapasón de humanidad, metrónomo para los latidos del espíritu profanamente santo. Mística laica de la Belleza: epifanía de rebeldías fértiles.

 

2 comentarios:

  1. Sin palabras. Hasta alguien que no pueda oír, hoy lo ha podido hacer. Gracias, gracias, gracias.

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    1. Es la resaca de la conversación del viernes después de la estela del concierto de Jorge da Rocha. Lo he vivido con una lucidez que no he sabido trasladar al texto: he visto la música en sueños y despierto. No he podido esperar a que amaneciera para intentar no perder algo de lo aprendido en ese duermevela sinestésico. Gracias, Clara, por tu aportación al fluir musical del río en que navego.

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