Esta es la segunda parte de la entrada “Valses de la memoria (pecio de 1955)” y, espero, un prólogo más para la restauración de ese libro perdido antes de poder ser leído, a contratiempo.
Jorge Semprún y Maura (1923-2011) |
Imagen tomada en 1995 por Gorka Lajarcegi (El País) |
Imagen tomada en París, quizás , por Joan Gelabert. |
La muerte de Jorge Semprún el 7 de junio en París se lleva, como todas las muertes, más de lo que podemos imaginar: no solo fue un testigo y agente de la historia del siglo XX, también protagonizó su intrahistoria. Cuando era, a lo Caballero Bonald, “el tiempo que le quedaba” (y era mucho en los presentes de 1943 a 1945, cuando era el número 44904 en Buchenwald) sabía que nunca podría hablar sobre el olor a carne humana quemada: esa inefabilidad compartida, ese silencio anunciado es toda una revelación. Pero, superada (que es mucho más que resistir con vida) la experiencia de convivir con el exterminio, a su largo viaje todavía le quedaba recorrido: cuando entró con 24 años a trabajar en la UNESCO (allí se encargó de tareas de traducción entre 1946 y 1952, mientras, sin rencor, intentaba compensar al mundo de los estragos que él mismo había sufrido desde que fuera arrestado por la “Geheime Staatspolizei”. Seguía siendo el tiempo que le quedaba y quería, desde la fuerza intelectual, que Europa viviese en una liberación como la que el protagonizó aquel 11 de abril de 1945, con un “panzerfaust” (pero desde ese momento transformado en bazuca de ideas contra los totalitarismos, en “puño antitanque”, en pensamientos antidictaduras) Empezaba a ser Federico Sánchez y también el dirigente del PCE expulsado en 1965 junto a Fernando Claudín y el ministro de cultura cesado en 1991 y el intelectual firme, dialéctico y honesto en sus ideas y coherente con sus ideas. También era el escritor que, como otros nombres hoy ignorados (José María Quiroga Plá, Jacinto Luis Guereña…) o célebres (Beckett, Cioran…), hizo de la coyuntura histórica una lección humana: español afrancesado (con lo que ese adjetivo tiene de peyorativo, que es la misma ignorancia ilustrada de quien lo profiere); español que escribe en francés que no puede ingresar en la Academia Francesa de la Lengua por mantener el pasaporte español (que sí le permite ser ministro de cultura en España)… Toda una lección de las contradicciones del siglo XX.
Aquí nos interesa la intrahistoria, como se sabe, la lírica de la épica. Y nos hemos perdido un choque de trenes incruento: el “enfrentamiento” entre Jorge Semprún y José María Quiroga Plá de 1946 a 1952, cuando el autor de Valses de la memoria fue el jefe del de La escritura o la vida y ambos libros estaban sin escribir, latentes, pero ya eran vivencia, materia prima. Quiroga Plá había dejado la disciplina comunista en septiembre de 1939 como protesta el pacto germano-soviético. Jorge Semprún ingresó en el PCE en 1942: un año después fue detenido, torturado y deportado por pertenecer a la resistencia anti-nazi. Cuando entró a trabajar en la UNESCO con veinticinco años, ya llevaba encima la experiencia de la barbarie que fue vida cotidiana entre sus veinte y veintidós años, con ese olor a carne quemada instalado en las fosas nasales de su memoria. Allí, en aquel París de 1947, le esperaba el jefe de la Sección de Traducción Española, José María Quiroga Plá. Era otra “normalidad”, precaria, pero alejada de aquella en la que su conocimiento del alemán (obligado de niño, por su padre, José María Semprún y Gurrea, el mismo que prologó Morir al día) que le permitió manipular listas de traslados para salvar a personas mientras exhibía la “s” de “spanier”, dentro de su triángulo rojo. El director de la UNESCO, George Delavenay, había advertido de la necesidad de neutralidad de los trabajadores del organismo. Quizás Quiroga Plá tuvo que recordarle la consigna de la empresa y saltaron las chispas. O, simplemente, el joven comunista no estaba tan centrado en las tareas de revisión como su director necesitaba. De las hocicadas entre ambos, de caracteres fuertes, ya no habrá testimonios directos. Ecos de ese “conflicto” quedan en Autobiografía de Federico Sánchez (pág. 17):
Primera edición, Barcelona, Planeta, 1977 |
“Estaba José María Quiroga Pla, el escritor, que era yerno de Unamuno, y que se las arreglaba para defenderse contra los rigores calvinistas del famoso “espíritu del partido” con una mala leche salobre y corrosiva”
O en algunas cartas de Quiroga Plá a Martínez Nadal (del 9 y el 30 de diciembre de 1951 o del 29 de marzo de 1952). Dice el poeta que debe
“redoblar el trabajo en la oficina, porque Semprún hace lo menos que puede”;
que
“Semprún sigue haciendo el señorito. Va a tener que cambiar… o que mandarse mudar”
y que
“Semprún sigue trabajando poco y muy bien”
Eran los exilios del exilio, la mezquindad de la brega diaria que hipotecaba los horizontes: amplios para el joven traductor, hijo del embajador de la República en La Haya, José María Semprún y Gurrea y nieto del político conservador Antonio Maura; cortos para su jefe, amigo de su padre.
De izquiera a derecha, los hermanos Semprún con el puñoen alto, en un juego transcendente: Álvaro (1924), Jorge (1923), Gonzalo (1922), Carlos (1926) y Francisco (1927) |
Jorge y Gonzalo Semprún en los años treinta, lejos de Buchenwald y de Los valses de la memoria |
También se lleva con su silencio lo que pudo saber sobre Valses de la Memoria. Jorge Semprún tenía 32 años cuando su hermano Gonzalo, con 33, debió hacerlo llegar a Max Aub en México. He fracasado en todas las ocasiones en que he intentado ponerme en contacto con él para investigar lo que podía saber. Del libro queda un poema conservado por Rafael Martínez Nadal y el prólogo que Quiroga Plá dictó a Virgilio Garrote Fernández, un joven salmantino a quien el poeta ayudó a conseguir trabajos eventuales en la UNESCO, que nos ha llegado a través de la viuda del poeta, Suzanne Duval (y que reproduce, en facsímil, la edición de Martínez Nadal Miguel de Unamuno: dos viñetas. Y José María Quiroga Pla: hombre y poetas desterrados en París (1951-1955), Madrid, Casariego, 2000, pág.294)
La veintiséis líneas, tomadas taquigráficamente, reproducen las palabras de un Quiroga Plá agónico pero lúcido, militante de la causa medular de toda su poesía: la confianza en el hombre a pesar de la “cansera”, la esperanza con todos sus matices amargos. Como Jorge Semprún.
Notas en clave personal de Virgilio Garrote Fernández que reproducen las palabras de Quiroga Plá |
Dos detalles de las notas taquigráficas para el prólogo a Valses de la memoria |
Algunas palabras de ese prólogo improvisado son apenas perceptibles y el “traductor” para la posteridad, Virgilio Garrote, lo indicó con zonas punteadas.
Con la muerte de Jorge Semprún no solo hemos perdido un excelente escritor y un intelectual comprometido con su tiempo, también somos algo más ignorantes por tener menos datos para cimentar nuestro presente, que viven ya en su silencio, como las broncas con su jefe o el olor a carne quemada del exterminio.
No obstante, Jorge Semprún ha sido muy criticado, incluso tras su reciente muerte, por algunos sectores de la izquierda más revolucionaria, que siempre o casi siempre lo consideraron un falso comunista, un oportunista forjado en los años de la guerra fría, y un burgués hasta sus últimos días.
ResponderEliminarA mí, como marxista-leninista, no me convence la trayectoria política de este hombre, lo cual no quita que aprecie un poco su relevancia en lo que al ámbito cultural se refiere.
¡Salud!
Como dice alguno de los "Destellos", Rafael Ángel, para ser hay que estar. Y, creo, independientemente de cuál sea nuestro credo laico actual, que estar, machadianamente, a la altura de las circunstancias es muy difícil en ocasiones. Semprún no lo ha tenido fácil, a pesar de su cómoda situación familiar de cuna: ha sido agente, paciente y testigo de un siglo. Mi entrada, de todas formas, intentaba hacerlo más humano, explicar algo de su intrahistoria. Para los panegíricos hay otros bardos.
ResponderEliminarMe posé en este lugar, pero he navegado por el blog y me pareció excelente. Hay mucho para pensar, discutir y opinar. Volveré seguido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jorge.