sábado, 19 de julio de 2014

Haikus XVI



Visible solo en su contumaz y encallado sonido, su vibración estival es mucho más que una canción del verano. Zambúllete aquí.






Por imperativo de la urgencia, rimbaudianamente, germina este haiku deforme dictado por la canícula de un mediodía de azacaneo doméstico, calando de luz hasta los versos.
Contiene guiño abradeño.




El aire achicharra.
Bañada en luz,
sierra el sol la cigarra.






2 comentarios:

  1. ¿Prurito lírico? Eso ya no se cura. No el mirar líricamente, que tampoco: la voluntad de escribirlo. Entonces la maduración ha sido previa: estaba ya la narración en tu cabeza y es la realidad la que se amolda a ella. En ese diálogo entre palabra y vida, es natural que negocien las formas. De ahí este haiku de diecinueve sílabas métricas: la urgencia no permitía dejar escapar la aliteración final ni la imagen de la cigarra bañándose en luz, paralelo a ese bañarse en agua que todos buscamos en verano. El momento poético no debía privarnos de la cigarra, en esa estridencia de su cortejo, tocando con su sierra sonora el sol como instrumento.
    Reinterpretando a Lorca (en su romance “La casada infiel”, muerto de éxito), fíjate qué bonitos octosílabos nos saldrían:
    “Se apagaron las cigarras
    y se encendieron los grillos”
    Lorca dice “se apagaron los faroles”.
    Muy bien el enlace al blog La bitácora de Humboldt: en él la naturaleza encuentra argumentos en la ciencia para la poesía (que están líricamente ocultos en la superficie de tu haiku)

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    1. La cigarra tocando el sol es una buena imagen musical, don José María. Converge con el tópico (hecho kitsch “romanticoide” por María Ostiz) de la cigarra holgazana frente a la hormiga trabajadora que, como nos dice el enlace al que remito, no es tan cierta. No nos la imaginamos comiendo raíces durante años como ninfa sin alas: nos la imaginamos siempre cantado al sol, cuando, en realidad, esto solo es su corta etapa como imago alado (unas pocas semanas) en la que entona su pertinaz chicharreo encallado como banda sonora del cortejo. El macho no toca la guitarra, sino el timbal: su concierto incesante y chirriante es de percusión, lo provoca con el tímbalo, un órgano estridulador que frota desde el primer segmento abdonimal. Y aunque la sensación “cigarra” (o chicharra, como se llama en Ábradas) parece que es de mediodía, cuando más rechinan es al atardecer y al amanecer.
      La imagen de la cegarra serrando el sol también quería hacer pensar en las virutas, en el serrín cálido con el que el verano nos baña y achicharra, denso, al mediodía, conducido por el aire del primer verso.

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