“[…]
bueno es para el hombre no tocar mujer. Pero, por razón de la lujuria, que cada
uno tenga su mujer, y cada mujer tenga su propio marido. El marido pague el
débito a la mujer, y lo mismo la mujer al marido. La mujer no es dueña de su
propio cuerpo, sino el marido; lo mismo que el marido no es dueño de su propio
cuerpo, sino la mujer. No os neguéis uno a otro, a no ser de común acuerdo, por
algún tiempo, para dedicaros a la oración. Pero volved de nuevo a vivir como
antes, no sea que Satanás os tiente por vuestra incontinencia. […] Digo, pues,
a los solteros y a las viudas: bueno es para ellos quedarse como yo. Pero si no
se contienen, que se casen; preferible es casarse que quemarse”
Cartas de san Pablo
a los Corintios, 7 (1-8)
Voluntad representada y capacidad para
representar la voluntad: en ese cruce está la epifanía del amor. Voluntad sin
representación es copulación animal. Representación sin pulsión, onanismo
mental. Cada coito debe ser reminiscencia y actualización de ese primer encuentro
sexual de Eva y Adán bajo la sombra escasa del árbol de la ciencia: la mecánica
y el fluir y gozar compulsivos y bestiales ya los traían desde las frondosidades
fértiles del árbol de la vida. Necesitaban la consciencia de la pasión. Y la serpiente
les abrió los ojos del conocimiento.
Todo fue como explica este cuarto
soneto de carne.
Adán
conoce a Eva
En
la mañana mítica del tiempo,
con rasmia virginal y compulsiva
a la sombra del árbol de la vida,
hombre y mujer copulan satisfechos.
Desde su
árbol-isla la serpiente
tienta a Eva: entra en su vagina
y la llena de bicha sibilina.
Adán la calla: enhiesto y ardiente,
se deja
libar, empuñado y sabio.
Una manzana madura ajena
al sabor preferido por los labios.
Amorecer es
ya amor consciente:
Endiosados, ganaron el permiso
de volver cada noche al paraíso.
La caída del Hombre es, en realidad, el vuelo del conocimiento, el amor consciente en el circuito telúrico y femenino que trasciende lo animal para hacerse profundamente humano. |
Esta superposición “blasfémica” de lastre religioso y sexualidad es muy estimulante, querido Ábradas. La imagen que es prólogo de las palabras, con la Eva de Miguel Ángel atendiendo a la serpiente, con la cabeza girada hacia un pene que después hará suyo, estimula lo que después podremos leer.
ResponderEliminarLa asonancia y las rimas no canónicas se han impuesto al molde, veo. “Amorecer” y el aragonesismo “rasmia”, quizás hagan peligrar la lectura. Claro que, si el mensaje crea la atención necesaria, el lector buscará las palabras para llegar a su exactitud léxica.
Dice Carlos Edmundo de Ory “Te invito a rimar en consonantes, con tal de que cada rima sea un mundo y no un ripio” viene aquí pintiparado. No dejes que la forma ahogue el fondo: fondo y forma son lo mismo en la poesía verdadera. Y si se hace la distinción es porque no lo es.
Es un gran soneto: sobre un lecho cultural y simbólico, colocas una escena de los más subido de tono que la elegancia puede aceptar. Esto, en cine, sería una aberración.
¡Pobre manzana edénica, “voyeur” del conocimiento del amor!
Sí, querido don José María. Soy consciente del riesgo de “amorecer” y “rasmia”. Fíjese que, precisamente para evitar la tiranía sonora, no son palabras que rimen.
Eliminar“Rasmia” que, efectivamente, es un aragonesismo, significa empuje y voluntad firme para acometer o perseverar en una empresa: esa compulsión primitiva y pre-racional, ese goce mecánico que conjura un dolor que todavía no se conoce es lo que el soneto quiere dar a entender. La empresa repetida es la ocupación humana antes de la Caída, pero sin el placer de saber que puede acabar porque el mundo es, todavía, infinito, aunque local, y eterno. Adán y Eva satisfacen sin consciencia lo que el cuerpo les pide bajo la frondosidad del Árbol de la Vida.
“Amorecer” es una preciosa palabra que tiene todo lo que necesito: el “amor” que estamos inventando; esa sufijación verbal, “-ecer”, que nos lleva a procesos como atardecer, amanecer o envejecer; y, sobre todo, un significado idóneo: por un lado, el acto del cubrimiento del macho cabrío a la oveja; por otro, el celo mismo de la oveja cubierta por el macho. ¿Se puede dar más con menos?
Es un soneto que explica el origen del amor humano: voluntad (instinto animal), domado y enriquecido por la consciencia que lo hace deseable mentalmente (representación). Debemos satisfacer las dos caras complementarias de esa necesidad de homo-fémina-sapiens: encontrarnos saltando entre el Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia, desnudos y deseables de cuerpo y mente.