En
silvas de versos blancos, con esporádicas rimas, fluye este fresco navideño en el cauce de la realidad y su
recreación literaria. Cualquier centro comercial (en su doble significar),
trenzado con Poe, Baudelaire, Andersen y Dickens, puede ser el escenario de
este correlato objetivo en forma de poema. Calles, avenidas o pasillos conducen
a los compulsivos buscadores de felicidad en bolsas, los dirigen por cintas mecánicas
hacia deseos alcanzables, saciando así, por unos momentos, “carpe diem” prostituido, la perenne insatisfacción humana. Hay un “memento mori” que, con tanto movimiento,
ignoran los compradores. Con perspectiva, quien se detiene ve la tragedia,
orlada de espumillón y “leds” de bajo
consumo.
La calle tras las guirnaldas de luz,
impostada
como la vida ajena,
eclipsa
el propio deseo, disfraza
de
felicidad el hueco más tuyo
y
lo hace navidad.
Estetización
de la alegría,
oportunismo
en la oportunidad
de
ser en el amar.
La calle, zigzagueo
abigarrado, se puebla de gentes
enmascaradas,
solas,
de
zombis del tabanque del deseo.
Avenidas de ávidos clientes
de la prostituida
vida compran lo que creen necesario
para querer, estar y ser queridos.
Entre ellos pululan las ausencias:
cuerpos deshabitados que albergaron
tanta falsa pasión
como estos tristes náufragos alegres
de la gran avenida.
No notan su presencia,
inmunes la desprecian
(ya la llorarán ante el soniquete
dulce y sensiblón
de algún anuncio de aviesa intención
que sí les pone precio)
Se mezclan, se confunden y se
ignoran.
Pero transitan entre los que viven
y sus mezquinas cuitas
(que también fueron, otrora, las
suyas)
Afluente ilusionado de ese río,
te contemplas ausencia,
sabes que mientras eres no serás
otro más sobre esa cinta mecánica
de pecios y tarjetas:
cuerpo hoy, sombra de nada mañana,
transparente pálpito exiliado.
Normalizar la muerte,
vivirla paralela,
humaniza el vértigo al abismo:
saber estar entre tanto no ser,
entre tanto haber sido
diluido en frío y adornos.
El refugiado diletante mira,
soledad
y café,
entre
los hombres de la multitud,
como
“flâneurs” y dandis,
endémicos
de centro comercial,
se
pierden en venas sin corazón.
También
se perderá,
primero
en cuerpo, después en alma.
Antes
de desleírse
ha
presenciado la epifanía:
el
calor del fósforo de una niña
ha
vuelto a dejar fría,
bajo
el disfraz de buena voluntad,
la
cruel misantropía
de
tanto cuento de natividad.
Arthur Rackham (1932) |
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