A mi pasaje, naturaleza domada por
la mirada.
Esta mañana, el salir a correr más tarde
me ha regalado un paisaje. No he visto amanecer: he visto solecer el día.
La imagen es intransferible. No tiene
más fotografía que la que me he guardado para mí. Es mía. Mental y lírica.
A la derecha, el puente del Hornillo,
incólume al óxido que lo roe, testigo privilegiado de tantos mirares ciegos. A
la izquierda, como un cabo que busca la independencia del Cambrón, la isla de
Fraile, tómbolo se sueño y agua. Son el escenario del prodigio, enmarcan la
visión real de mi paisaje:
El sol arcabucea luz desde las troneras
de las nubes. Como un armonio de prolongaciones sinestésicas de haces, como un
aerófono celeste. Este sol, perezoso y firme de mañanabuena, se eleva con cien
pies de agua para tramontar el aire y hacerse centro del cielo. Achica luz por
los imbornales hasta inundarnos de naufragio de claridad. Pero eso será después.
En aquel ahora una anarquía tubular dibujaba el cielo en éxtasis de múltiple y
centrada perspectiva de apolíneo dionisíaco ver.
Una imagen, dicen, vale más que mil palabras.
Pero yo estaba solo ante el paisaje privilegiado y sin más cámara que mis ojos.
La fotografía también hubiera sido insuficiente (incluso “kitsch”). Yo he estado allí y eso lo llevo conmigo, en mi yo más
mío.
Después mis pies buscaron otros marcos
para esa fotografía mental. No la hallé en los Cocedores del Hornillo (allí la belleza
era la que ya me subyuga, la habitual, a la que siempre vuelvo). En el Pico de
l’Aguilica, ese sol, desmelenado en anarquía medida de flechas de luz, orlaba
la escultura pétrea, la coronaba como un aura divina. La estampa era digna de
destronar a la patrona dolorosa y ser centro de peregrinaciones, romerías y
procesiones laicas y telúricas.
La Bahía de Levante no ha sido peor
teatro. Entre la punta, aguda ahora (roma antaño), del puerto y la estribación
de la Cabeza del caballo, la apoteosis lumínica de haces trenzados se hace
tejido, urdimbre de sol, trama del horizonte, y regala al mundo este
espectáculo de epílogo del amanecer.
Cada día puede ser un amanecer. Sea la
mañana de la Nochebuena, de la Nochevieja, o de cualquier lunes del año. Vivir es sentir que se vive. Las raíces del
día piden sacudirse el sueño viscoso y
salir a vivir. Cumplimos amaneceres, no
años. Y la longevidad depende de la cantidad de crepúsculos matutinos que
atesores y se embellece con los vespertinos en los que hayas amado desde la
plétora de querer ser.
A mi m'agraden més les postes de sol però potser és una qüestió horària... Bon Nadal!
ResponderEliminarEls crespuscles vespertins mostren toda l'experiència del dia. Els matutins t'obliguen a aixecar el dia aviat, et demanen un esforç que et predisposa, verge, al gaudi.
EliminarBon nadal (felices pascuas, que diem per aquí.