jueves, 24 de diciembre de 2015

Reloj de amaneceres



   

               

                                      A mi pasaje, naturaleza domada por la mirada.


        Esta mañana, el salir a correr más tarde me ha regalado un paisaje. No he visto amanecer: he visto solecer el día.

        La imagen es intransferible. No tiene más fotografía que la que me he guardado para mí. Es mía. Mental y lírica.

        A la derecha, el puente del Hornillo, incólume al óxido que lo roe, testigo privilegiado de tantos mirares ciegos. A la izquierda, como un cabo que busca la independencia del Cambrón, la isla de Fraile, tómbolo se sueño y agua. Son el escenario del prodigio, enmarcan la visión real de mi paisaje:


        El sol arcabucea luz desde las troneras de las nubes. Como un armonio de prolongaciones sinestésicas de haces, como un aerófono celeste. Este sol, perezoso y firme de mañanabuena, se eleva con cien pies de agua para tramontar el aire y hacerse centro del cielo. Achica luz por los imbornales hasta inundarnos de naufragio de claridad. Pero eso será después. En aquel ahora una anarquía tubular dibujaba el cielo en éxtasis de múltiple y centrada perspectiva de apolíneo dionisíaco ver. 
     
        Una imagen, dicen, vale más que mil palabras. Pero yo estaba solo ante el paisaje privilegiado y sin más cámara que mis ojos. La fotografía también hubiera sido insuficiente (incluso “kitsch”). Yo he estado allí y eso lo llevo conmigo, en mi yo más mío.

        Después mis pies buscaron otros marcos para esa fotografía mental. No la hallé en  los Cocedores del Hornillo (allí la belleza era la que ya me subyuga, la habitual, a la que siempre vuelvo). En el Pico de l’Aguilica, ese sol, desmelenado en anarquía medida de flechas de luz, orlaba la escultura pétrea, la coronaba como un aura divina. La estampa era digna de destronar a la patrona dolorosa y ser centro de peregrinaciones, romerías y procesiones laicas y telúricas.

        La Bahía de Levante no ha sido peor teatro. Entre la punta, aguda ahora (roma antaño), del puerto y la estribación de la Cabeza del caballo, la apoteosis lumínica de haces trenzados se hace tejido, urdimbre de sol, trama del horizonte, y regala al mundo este espectáculo de epílogo del amanecer.

        Cada día puede ser un amanecer. Sea la mañana de la Nochebuena, de la Nochevieja, o de cualquier lunes del año.  Vivir es sentir que se vive. Las raíces del día piden sacudirse el sueño viscoso  y salir a vivir. Cumplimos amaneceres,  no años. Y la longevidad depende de la cantidad de crepúsculos matutinos que atesores y se embellece con los vespertinos en los que hayas amado desde la plétora de querer ser.











                  
                           

2 comentarios:

  1. A mi m'agraden més les postes de sol però potser és una qüestió horària... Bon Nadal!

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    1. Els crespuscles vespertins mostren toda l'experiència del dia. Els matutins t'obliguen a aixecar el dia aviat, et demanen un esforç que et predisposa, verge, al gaudi.
      Bon nadal (felices pascuas, que diem per aquí.

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