Como la luz de las estrellas, los destellos convergen
aquí desde otros tiempos y otros espacios. Es el terrero del vivir el que
insemina de palabra el fluir del ser. Ser río de caudal enriquecido por los
afluentes que le dan cuerpo y alma, superficie, corriente, fondo y sedimento.
Como en las variaciones Goldberg de Bach. Tierra y agua que abonan de raíz los
frutos que flotan con vocación de siempre ser mejores en otro lugar y,
necesariamente, otro tiempo. Superponer instantes sobre un mismo fondo, como un
rimero de fotografías o la imagen abisal y eclipsada de un espejo, podría dan
profundidad al presente de la superficie. Pero eso ya no vende ni motiva
porque, dicen, aburre. Y es obligatorio desaburrirse en zigzagueo zapinguero de
paisajes, personas y cosas. Como si, simplemente, ser, no fuese suficiente.
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La novedad, es lo que tiene, atrae
en sí misma. Lo conocido, por ignorancia, dicen, aburre y viene con el
sambenito de un injusto hastío. Claro: creemos conocer el argumento y nos
hacemos el spoiler (ese destripe que
revienta lo sustancial de un argumento, que diríamos por aquí, si nos dejaran)
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En el amor, la novedad de lo desconocido es lo sexual, lo
atractivo en su fantasía inconcreta. Lo gozado busca otros cauces de
satisfacción: el amor se hace, entonces, aventura en profundidades y recovecos
por los que experimentar imaginaciones reales. Don Juan y el Manrique del rayo
de luna becqueriano, sobre un amor real y constante, inventarían la pasión en
cada amar.
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¿Hacer el amor?
No, el amor me hace a mí –dice él.
No, el amor ya está hecho –dice ella-. Nosotros solo lo
ensanchamos al darle cuerpo.
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Se amaban sin
la necesidad de decirse “te quiero”. Se amaban.
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Hay una
felicidad tóxica. Cuando se hace sistémica y sin horizontes de presente y
persona, cuando es reclamo publicitario, se vacía. Esa felicidad solo tiene de
felicidad el nombre impostado, como los “selfies”
y los modelos de la propaganda de los bancos.
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Se vende ubicuidad bajo el eufemismo de la globalización.
Se abole el ritual del aquí y ahora con vocación de después, con esencia de
víspera gozosa del instante. La liturgia preámbulo del acto es acto mismo,
improvisación sin intuición inherente al ser sido (y compulsiva impaciencia de
querer acabar) No se puede ser en más de un lugar a la vez: para llegar hay que
haber aprendido a empujar.
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Te quiero distinta sin dejar de ser la misma. Lo siento:
solo sé ser un don Juan de momentos con la misma mujer.
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He perdido el norte, el sur, el este y el oeste: soy todo
centro extático y vivo.
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La mar virgen, polinizada por la luna, se hace suelo de
luz para llegar hasta ti, varada en la arena, esperando siempre lo que nunca
llega.
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