La
cigarra, al ver pasar a la hormiga, le propone una empresa. Buscan al castor,
que además de industrioso arquitecto es ingeniero. Él les regala el tándem en
el que la hormiga dirige y la cigarra, pedaleando y cantando, da potencia doble
al movimiento de sus rumbos.
Viajan por
espacios y tiempos, por estaciones (del año, de ferrocarril, de penitencia) y prados, por noches y días.
Una mañana
de verano se topan con un mono que les propone un negocio. La hormiga y la
cigarra, en amorosa simbiosis con su vehículo, ignoran la usura de la propuesta
y siguen haciendo suyo el mundo.
El mono
copiará el modelo y convencerá a los incautos que fabricarán los tándems y a los que se subirán a ellos
para comprar y vender el hallazgo de la necesidad.
Con el
tiempo, la cigarra, la hormiga y su tándem original quedarán como vestigios
obsoletos, de museo sin visitas, en un universo poblado por publicistas,
empresarios y trabajadores deslocalizados e impacientes que soñarán con huir de
la zona de confort.
Quanta razón!
ResponderEliminarTengo la sensación que vamos a peor, Pascual.
Esta fábula está muy bien puesta al día.