sábado, 13 de octubre de 2018

Destellos XCIII


 
Atardece en el cementerio. Debería ser un amanecer. Tanta novedad sin abono conduce a leños secos con las raíces al aire artificial y feliz de lo ajeno.




         El caos mismo del nuevo orden parece que me obliga a domar los Destellos y me hace olvidar estas melenas aforístico-líricas sin peinar. Que no las comunique no quiere decir que no se vayan pariendo con el semen de la realidad en el útero de mi pensamiento. Mis libretas dan cuenta de los abortos.

         Son estos tiempos de engendrar duración. Que todo parece vacunado contra el tiempo, precipitado de obsolescencias eficientes y lucrativas para el mercado de escaparate en el que vivimos. La mirada que cuaja en visión lírica, claro, no cotiza en la bolsa usurera. Es este un tiempo en que las iniciativas de los profesionales de la educación (ese oficio usurpado a los antiguos maestros y profesores por pedagogos, psicólogos, médicos, economistas y padres-clientes, profesionalizado por las subcontratas estamentales disfrazadas de sinergia colaborativa ecuménica) usurpan el progreso de sus educandos, desde una pedantería de futuro que menosprecia el pasado y hace holístico un presente sin raíz por exceso de alas.

         Aquí van nuevos destellos que viene de lejos: de la raíz entrojada en tiempo y espacio que quiere dar aliento y duración al flujo hacia la nada más prometedora.
        

        

Internet de las cosas: objetos conectados en un mundo de hombres desconectados de ser para estar, para dejarse llevar por la facilidad material que induce a la simplicidad mental.


La solidez de un árbol.  La fragilidad del hiperactivo hiperconectado y felizmente desubicado y desarraigado.
Ese ser de su tiempo necesita abrazarse al árbol del destiempo para saber que está en su ser.


El mar siempre es igual en su eterna diferencia. Es la costa la que cambia para competir con su duración.




El epitafio azul de calma del mar.




Biyección: implosión. Ósmosis frustrada  de las sinergias de ser. Quiere el hombre ser en su medio y los que alimentan su estar acaban perforando su ser para inocularle la presión de proyectarse como cliente hacia afuera.



La felicidad del “fast-food” o de las “fast-pictures-appereance-snapshot” es la pornografía del erotismo: vacío inmediato sin más sexo que el del orgasmo sin proceso. 



Heraclitianamente, nunca puedo ser. No soy ni quien era ni quien seré. Ese no-yo en el estar, ese transyo. Siempre es todavía, machadianamente, sí: pero yo no soy el que fui y aún no soy el que seré. Por eso, la poesía: esencia en el tiempo, sustantivo sin verbo, raíz léxica que se ramifica como un sauce llorón fértil.




Confusión clarividente. Perdido siguiendo la estela de olor azul de la luz verde.


El tiempo se hace plano en el tiempo, se desgasta la ilusión de lo nuevo. El corazón se acomoda y los cambios pierden orografía, tan lejos de la ingenuidad infantil de lo desconocido que las cuevas de la base son suficientes para dar luz al progreso que es ya de otros.



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