Cauce seco de la riera de can Trabal: por él corren los recuerdos de infancia
A Cristina Ferradás, tan lejana
y valleinclaniana como presente en las elecciones afectivas y las afinidades
electivas.
A Paula Corripio, desde la reciprocidad
pigmaliónica.
A Jorge Gálvez, cómplice de memorias.
Estos son, en realidad, destellos de un diletante
fértil. Pero hacía mucho tiempo que no recogía en esta termoclina de Limbos mis
iluminaciones en la sombra de vivir: no las dejaba en el aborto del destello,
las seguía rumiando hasta ser un ente de más cuerpo. Son solo un destello
cuajado en el pensear.
Estaba buscando la infancia con los pies, como
otras veces. Fui pisando el otoño: esa vocación de humus del futuro que
amarillea preñada de verdes. Buscaba un cauce al que iba a dar una mina de agua
en un bosque. Queda una senda seca entre urbanizaciones, un vestigio de
naturaleza fagocitado entre hormigón que sigue marcando su ruta, sin embargo.
No hallé el agua aquella primera de mis domingos familiares pero estuve en su
eco: hablé conmigo, cuántico, haciéndome coincidir en un centro de tiempos mío.
No hay hombres solos; no hay mujeres solas: cada
persona lleva dentro un corro donde canta el agua. Agua que viene de fuentes en
las que ha bebido y que va hacia fluires en los que otras personas beberán.
Pensar no es otra cosa que confluir, desde la fuente y hasta el mar.
Los extremos de vivir se tocan, se abrazan para
centrar los amores que alimentan el camino. Abrazar es besar de continente a
contenido: es contener en los labios de los brazos el cuerpo abarcado. Abrazamos,
entre comas, el vocativo. Evocamos. Invocamos. En cada beso presente somos el
niño que fuimos y el anciano que seremos: su magma de amor sella la alianza
vital de ser sintiéndose querido.
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al
final como al principio
todo es abrazo y
es beso
la maraña intelectual
fluye entre las
dos orillas
de ser
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