HERNÁNDEZ
NAVARRO, Lucrecia (2020). El perfil de
las dunas. Madrid: Ediciones Vitruvio, Colección Baños del Carmen, 810
Mil
ejemplares de El perfil de las dunas sacaron la poesía de Lucrecia
Hernández de la intimidad de sus cajones líricos preñados de vida hecha
palabras. En 2021 salió, con el número 848 de la misma editorial Vitrubio, su Águilas.
Nombre secreto del azul.
Porque
escribir es como besar, dice, este poemario heterogéneo (por los tiempos de
escritura, por la métrica, por el tono) besa al lector que pasa sus páginas.
Por eso está bien empezar con el beso que su novio Luis le dio en un atardecer
de Águilas del 18 de marzo de 1956 que nos revela el poema XXX de la primera de
las tres partes del libro.
La primera
parte lleva el título del poemario. Treinta y tres composiciones presentadas
con números romanos y un poema pórtico (“En un impredecible perfil / de
imposibles triángulos, / quedó la página sepia de mi vida, / estrujada, por la
inmisericorde gigantesca / mano del tiempo”) que da la clave de interpretación de lo que
sigue. Los “triángulos imposibles” con “impredecibles perfiles” son las dunas
axiales y simbólicas de esta parte del poemario. La duna, submarina o
terrestre, es un cúmulo de circunstancias que el azar del viento o el agua han
diseñado para ser en el tiempo. La duna es inconsistente aunque su vocación
fuese de pirámide faraónica: sus perfiles los difumina el tiempo y la historia
que los hace bailar y cambiar, en su coreografía de ser en su estar. Un
desierto o una playa pueden parecer siempre el mismo desierto o la misma playa
pero nunca son los mismos. Como si Parménides hubiera fagocitado a Heráclito y
viceversa. Amaneceres, crepúsculos (los de Águilas son espectaculares) enmarcan
los versos libres, con tendencia a la silva arromanzada, la asonancia y el
octosílabo, y la esperanza, la belleza, la libertad de la arena haciéndose y
deshaciéndose en duna cuajan en palabras que siempre son canto a la
evanescencia, despertadores del sueño que bulle en el alma. Dunas alas, dunas
con perfiles sin aristas: dunas que cabalgan para serse en amor sobre lo
voluble y volátil. Desiertos poblados de estrellas como en el célebre “Carmen
VII” de Catulo. El poema XXV y el XXVIII pueden ser un mascarón de proa para navegar los rumbos que marca la voz
poética de “El perfil de las dunas”.
La segunda
parte es, para mí, la constituida por los nueve poemas que se desprenden de la estrofa
de cuatro heptasílabos “Atados”. Es un
poema con poemas que son notas a pie de página, una variante de acróstico sin
secreto: “Si caminar atados / Es sufrir a dos voces, / Cuando caminas libre
/ Es que caminas solo” se desglosa
en los textos “Si”, “Caminar”, “Atados”, “Es”, “Sufrir”, “Dos”, “Voces”,
“Libre” y “Solo”. El amor y la ausencia del ser amado enhebran los versos: heptasílabos
combinados con otros metros más largos (y algunos más cortos, como son de mar) son
ensartados para componer un paisaje con reflejos melancólicos y resignación
esperanzada. La vida es un camino de diálogos, de dulces ataduras y
sufrimientos compartidos: es la dependencia de una felicidad cuyo eco late en
la libertad de monologar, avanzando jánicos, con un ojo puesto en el horizonte,
otro en la estela y el tercero, en el
centro del cerebro sintiente, en el presente de cada verso. El poema del primer
beso, el XXX, de “El perfil de las dunas”, como el sol en los crepúsculos
aguileños (o en la Rima IX de Bécquer) tiñe de rojo amor todo el libro: rojo de
auroras; rojo de atardeceres.
La tercera
parte, que podemos titular “Las horas secretas y otros [poemas]” (con ese deje machadiano)
es la más heterogénea. La sensación de variedad queda algo mitigada porque el
último poema, “Palabras de arena” nos lleva a la primera parte. Podría ser el último
o el primer poema de “El perfil de las dunas”: “Ya, las muertas palabras /
Forman dunas de olvido. / Palabras que, vibrantes, / Daban vida a la vida”.
El tiempo en sus horas secretas labra poemas: las horas se atropellan o fluyen
plácidas. Así brotan los versos. Treinta y tres composiciones (las mismas tiene
la primera parte), con “Las horas secretas” y “Palabras de arena” incluidas,
que podemos leer en dos bloques temáticos: el tiempo y las pérdidas, sus luces
y sus sombras (“Las horas secretas”, “No volveré”, “El rincón”, “Mi grito es libertad”, “La sombra”, “caminar”,
“las horas que huyen”, “La imagen del yo”, “El soplo amigo”, “Verás”, “Los días”,
“Corazón desnudo”, “La luna”, “Grito”, “Tu voz”, “Compás de espera”, “Arpegio”,
“Soñar la vida”, “Huellas”, “Esta noche he soñado”, “Palabras de arena”) y los doce
poemas que son homenajes y evocaciones a personas, objetos y ciudades (con aire
popular intimista “Mi niño duerme en mi alma”, “Cántame en la reja”, “A mi tata”,
“La muñeca” o “El vestido rojo”; con referencias de mayor vuelo “Jardín cerrado”
-que nos lleva al de Emilio Prados-, “ A la memoria de Federico García Lorca”, “Sevilla”,
“Córdoba”, “Moguer”, “Málaga” y “Noche en Granada”.
En la paleta
poética de Lucrecia Hernández conviven voces que cantan con versículos o que
entonan melodías tradicionales: “Mi grito es libertad” y “Cántame en la reja” pueden
ser dos muestras de esos colores líricos. “A mi tata”, en versos menores, evoca
un costumbrismo que convive con alientos más arriesgados. Lo tradicional y lo
enraizado en aires de innovación se trenzan en este poemario de cantos y gritos
en un compás de espera poético que restaña heridas y apunta ilusiones, en el
jardín cerrado de la palabra abierta al universo.
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