miércoles, 29 de diciembre de 2021

El perfil de las dunas: tres libros de poesía en un volumen

 



 

HERNÁNDEZ NAVARRO, Lucrecia (2020). El perfil de las dunas. Madrid: Ediciones Vitruvio, Colección Baños del Carmen, 810

 

Mil ejemplares de El perfil de las dunas sacaron la poesía de Lucrecia Hernández de la intimidad de sus cajones líricos preñados de vida hecha palabras. En 2021 salió, con el número 848 de la misma editorial Vitrubio, su Águilas. Nombre secreto del azul.

Porque escribir es como besar, dice, este poemario heterogéneo (por los tiempos de escritura, por la métrica, por el tono) besa al lector que pasa sus páginas. Por eso está bien empezar con el beso que su novio Luis le dio en un atardecer de Águilas del 18 de marzo de 1956 que nos revela el poema XXX de la primera de las tres partes del libro.

La primera parte lleva el título del poemario. Treinta y tres composiciones presentadas con números romanos y un poema pórtico (“En un impredecible perfil / de imposibles triángulos, / quedó la página sepia de mi vida, / estrujada, por la inmisericorde gigantesca / mano del tiempo”)  que da la clave de interpretación de lo que sigue. Los “triángulos imposibles” con “impredecibles perfiles” son las dunas axiales y simbólicas de esta parte del poemario. La duna, submarina o terrestre, es un cúmulo de circunstancias que el azar del viento o el agua han diseñado para ser en el tiempo. La duna es inconsistente aunque su vocación fuese de pirámide faraónica: sus perfiles los difumina el tiempo y la historia que los hace bailar y cambiar, en su coreografía de ser en su estar. Un desierto o una playa pueden parecer siempre el mismo desierto o la misma playa pero nunca son los mismos. Como si Parménides hubiera fagocitado a Heráclito y viceversa. Amaneceres, crepúsculos (los de Águilas son espectaculares) enmarcan los versos libres, con tendencia a la silva arromanzada, la asonancia y el octosílabo, y la esperanza, la belleza, la libertad de la arena haciéndose y deshaciéndose en duna cuajan en palabras que siempre son canto a la evanescencia, despertadores del sueño que bulle en el alma. Dunas alas, dunas con perfiles sin aristas: dunas que cabalgan para serse en amor sobre lo voluble y volátil. Desiertos poblados de estrellas como en el célebre “Carmen VII” de Catulo. El poema XXV y el XXVIII pueden ser un mascarón de proa  para navegar los rumbos que marca la voz poética de “El perfil de las dunas”.

La segunda parte es, para mí, la constituida por los  nueve poemas que se desprenden de la estrofa de cuatro heptasílabos “Atados”.  Es un poema con poemas que son notas a pie de página, una variante de acróstico sin secreto: “Si caminar atados / Es sufrir a dos voces, / Cuando caminas libre / Es que caminas solo  se desglosa en los textos “Si”, “Caminar”, “Atados”, “Es”, “Sufrir”, “Dos”, “Voces”, “Libre” y “Solo”. El amor y la ausencia del ser amado enhebran los versos: heptasílabos combinados con otros metros más largos (y algunos más cortos, como son de mar) son ensartados para componer un paisaje con reflejos melancólicos y resignación esperanzada. La vida es un camino de diálogos, de dulces ataduras y sufrimientos compartidos: es la dependencia de una felicidad cuyo eco late en la libertad de monologar, avanzando jánicos, con un ojo puesto en el horizonte, otro en la estela  y el tercero, en el centro del cerebro sintiente, en el presente de cada verso. El poema del primer beso, el XXX, de “El perfil de las dunas”, como el sol en los crepúsculos aguileños (o en la Rima IX de Bécquer) tiñe de rojo amor todo el libro: rojo de auroras; rojo de atardeceres.

La tercera parte, que podemos titular “Las horas secretas y otros [poemas]” (con ese deje machadiano) es la más heterogénea. La sensación de variedad queda algo mitigada porque el último poema, “Palabras de arena” nos lleva a la primera parte. Podría ser el último o el primer poema de “El perfil de las dunas”: “Ya, las muertas palabras / Forman dunas de olvido. / Palabras que, vibrantes, / Daban vida a la vida”. El tiempo en sus horas secretas labra poemas: las horas se atropellan o fluyen plácidas. Así brotan los versos. Treinta y tres composiciones (las mismas tiene la primera parte), con “Las horas secretas” y “Palabras de arena” incluidas, que podemos leer en dos bloques temáticos: el tiempo y las pérdidas, sus luces y sus sombras (“Las horas secretas”, “No volveré”, “El rincón”,  “Mi grito es libertad”, “La sombra”, “caminar”, “las horas que huyen”, “La imagen del yo”, “El soplo amigo”, “Verás”, “Los días”, “Corazón desnudo”, “La luna”, “Grito”, “Tu voz”, “Compás de espera”, “Arpegio”, “Soñar la vida”, “Huellas”, “Esta noche he soñado”, “Palabras de arena”) y los doce poemas que son homenajes y evocaciones a personas, objetos y ciudades (con aire popular intimista “Mi niño duerme en mi alma”, “Cántame en la reja”, “A mi tata”, “La muñeca” o “El vestido rojo”; con referencias de mayor vuelo “Jardín cerrado” -que nos lleva al de Emilio Prados-, “ A la memoria de Federico García Lorca”, “Sevilla”, “Córdoba”, “Moguer”, “Málaga” y “Noche en Granada”.

En la paleta poética de Lucrecia Hernández conviven voces que cantan con versículos o que entonan melodías tradicionales: “Mi grito es libertad” y “Cántame en la reja” pueden ser dos muestras de esos colores líricos. “A mi tata”, en versos menores, evoca un costumbrismo que convive con alientos más arriesgados. Lo tradicional y lo enraizado en aires de innovación se trenzan en este poemario de cantos y gritos en un compás de espera poético que restaña heridas y apunta ilusiones, en el jardín cerrado de la palabra abierta al universo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario