Entre crepúsculos, el enjambre de la maraña mental (amanecer y atardecer en Águilas para enmarcar un fragmento de cintas llenas de vació sobre cristal del artista Lorenzo Martínez Martínez) |
A
Gabriela Amorós, por la lírica vital.
A Pilar
Navarro, por la sustancia vital.
A Clara
Roldán, por la música vital.
A Saül Martínez,
por ayudarme a encontrar el cabo de la maraña
y enseñarme a convertirla en madeja.
“Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
Tanto se identifica!
Jorge Guillén. “Más allá” en Cántico
“El presente es el cambio mismo, solo eso: el
cambio”
Miguel
Serrano Larraz, Cuántas cosas hemos visto desaparecer.
“De lo irreal llévame a lo real,
de la oscuridad llévame a la luz,
de la muerte a la inmortalidad”
Upanishad
Podemos pasear o pensear: con pasos que arraigan en
presente continuo como fotogramas estancos del movimiento; como metrónomo y
dinamo de ideas. Hoy he elegido pensear durante las más de cuatro horas andadas
con unos veintinueve mil pasos que me han desplazado unos veinte kilómetros de
volveres.
Hay
situaciones en los que la presión estresa la respiración. Y espacios que son el
lugar hiperbárico en la que poder ser: en el pneuma entre inspirar y espirar
fluye la vida y se ordena el universo musicalmente. En ese aquietamiento
espiritual alimentamos la vida y de él bebemos para el quietismo que compensa
la hiperactividad.
Mientras
los pies desplazan la mente se revelan los centros. Son ejes de abanicos que se
abren hasta formar un círculo como de burbuja. Uno y otro, superpuestos, buscan
otros centros en sus intersecciones. El caminante es, por dentro, una
fractalidad de pavos reales. Para el entorno solo es alguien que camina. La atalaya
de la consciencia se piensa y se sabe: se piensa pensándose, solipsista, sin
salir del yo. Se identifica con quien recuerda haber sido y con quien proyecta
seguir siendo, dueño relativo de su destino y de su pasado. Y así se hace
centro del paisaje que camina.
Reconoce
lo que mira y ve lo que vive ya como recuerdo y como imaginación. Esa debe de
ser la realidad holística del presente total, con su aroma de leyenda que canta
como una alegría triste con corazón de tristeza alegre, como de César Vallejo
habitado por Julio Cortázar.
Aunque
hay que aprender a saber no pensar, solo pensando podemos sernos. Como ese
espacio de paz consciente entre tomar aire y devolverlo al mundo: ese
paréntesis da sentido a los conjuntos del respirar. Así abstenerse de pensar es
barbecho para pensar mejor. Morir asfixiando las ideas no mejora el ser: la
hipoxia cerebral pasajera y controlada fertiliza la mente, en cambio.
Un
jazmín robado ha llevado al andariego al verano y a la casa familiar junto a la
estación. La magdalena de Proust en una dimensión olfativa que preña todos los
sentidos de recuerdos presentes. Ser es percibir y ser percibido, que decía,
más o menos, Berkeley. Como amar, que es amar y sentirse amado. Percibimos con
la mente. Pensamos lo que vemos, olemos, gustamos, tocamos y oímos. El
estímulo, sinestésico, lo transforma en vivencia el pensamiento, que es más que
razonamiento. Aunque hombre sin atributos, el paseante lleva consigo todo un
universo: centrípeto al vivir (que es pensar) y centrífugo al escribir (que
también es vivir). Se observa observando sin salir de su mirada pero detrás de
los ojos, desde la visión a la altura y profundidad de la glándula pineal (¿el
tercer ojo?). Ese centro activa el tantién que es centro geodésico del cuerpo y
sucursal del alma. Ambos nódulos se abrazan en el corazón que habla desde la
garganta.
El
caminante es consciente del privilegio: anda pensando porque puede permitirse
ser un diletante fértil. Ese mismo sendero, de la almadraba de Calabardina al
pueblo de Águilas, lo recorrieron por obligación nutricia pescadores en
alpargatas para vender el fruto de su sudor marinero. No hay pensamiento sin
consciencia de conciencia social. No lo hay para mí que pienso en mi yo social
de ser sintiente. Caminar es progresar y progresar poner la razón y la emoción
al servicio del horizonte desde la consciencia plena de presente preñado de
pasado. La etimología, como casi siempre, ilumina itinerarios: la “conscientia”
latina era conocimiento compartido (y compartir es partir el pan para
repartirlo, para compartirlo, para distribuir la unidad entre los que somos). “Cum”
y “scientia”: con conocimiento, de uno mismo y del alrededor en tiempo y
espacio. Conciencia moral y consciencia cognitiva de autopercepción
intelectual. Un pescador de mitad del siglo XX podía ser consciente de su
consciencia y de su conciencia. No hay conciencia ni consciencia artificial, de
momento y desde el test de Turing. Caminando y consciente del caminar he
llegado a la metafísica de la consciencia por analogía. Por analogía y por
amor.
Razón
vital lírica: poner el animal leído a sentir afina razón y voluntad para que
rimen al pasear. La maraña que puede habitar la cámara oscura del cráneo
destila ideas si se educa el proceso. Para eso meditamos, metafísicamente con
la razón, empíricamente con los sentidos conducidos por la mente, o buscando la
esencia de la consciencia de ser sin ideas que la contaminen.
Hubo
vaticinios. Hay modelos algorítmicos que suplanta la magia de la predicción.
Puede que solo haya presente, que todo sea simultáneo y sincrónico y que la
historia diacrónica sea una trampa mental para vivir perceptivamente. Quizás
siempre estemos vivos y muertos a la vez y no lo sepamos. Respiramos y el
corazón late: no nos piden permiso ni para hacerlo ni para dejar de hacerlo.
Pero mientras respiramos y latimos podemos ser conscientes, si lo pensamos, de
que lo hacemos ajenos a nuestra voluntad. Podemos modular la respiración: es
más difícil controlar el corazón. Somos cuerpo y aura; sangre, aire y alma somos.
En el espíritu nos forjamos como ser sintiente y pensante en la fragua cero de
un estuario rojo (gracias, Gabriela Amorós Seller). Somos sustancia lírica que
se pervierte queriendo ser épica. Somos el amor que engendramos como amantes y
como amados. Seres de estares que han concretado el ente de la existencia y que
viven de la conciencia de esa fragilidad ontológica domesticada para querer
durar. Podemos, si queremos y nos entrenamos, vivir el presente con la
nostalgia melancólica del recuerdo “NowHere”. Y podemos dejarnos
arrastrar por la obsolescencia programada hacia el abismo consumista de la nada
holística. Caminando, cada paso es un “carpe diem” hollado, eterno en su ser “hic
et nunc” intransferible. Zenón, buscando argumentos para la permanencia
inmóvil de su maestro Parménides, sabe en qué pienso. Hay un Heráclito
compulsivo que ignora la evidencia y un Heráclito sereno que la asume, el que
nos enseña a ensartar la permanencia en los cambios, el que nos ayuda a
hilvanar la duración en la consciencia de ser en la identidad de la mudanza. El
futuro, además de una especulación matemática, es un horizonte por hollar con
los pies que llevamos ahora puestos. En la impermanencia, la voluntad mental de permanecer y ser en la identidad,
como corazón enhebrador de instantes auténticos ajenos a los usureros de la
realidad editada. Seres cultivadores de la sapiencia que es la simbiosis entre
lo pensante y lo sintiente desde la conciencia de la razón y cociente de la
sintiencia.
Ser y
basta.
El
caminante es un ente: su cuerpo y su mente, trenzados, lo proclaman en la
membrana digital del universo humano, desde las fascias que acogen su alma de
ser que existe desde la identidad que construye su consciencia (que teje en el
telar del presente un tapiz vital con la urdimbre del futuro y la trama del
pasado- horizontal la trama, vertical la urdimbre: trasversal el presente del
tejer-). Vivir en gerundio, alimentado de participios y de perífrasis
aspectuales ingresivas, incoativas, frecuentativas y reiterativas: lleva el
caminante recorridos muchos pensamientos que son faro. Nunca se siente saciado
de vida y saca a bailar al dasein heideggeriano para conjurar la
banalidad del mal arendtiana: la intuición hecha energía cósmica desde el yo
pensante y sintiente. Porque vivir pide forjar el talento de dedicar cuarenta
horas a la semana, con atención plena, a ser (en cinco años se consiguen las
diez mil horas de las que habla Glanwell para ser un “fuera de serie”). Para
que haya serie se necesitan perspectivas que la avalen al superar su estándar o
al no llegar a él. Sin buenismo talentoso, todos cabemos en este arca de Noé
humano, al margen de los algoritmos que impostan la serie. El diluvio es la
cascada digital que bebemos como maná.
Somos
entidades ontológicas, prisioneras de las bancarias y la tecnologicocracia, que
necesitamos hacer narración de los datos para entender la vida. Como principio,
el fin no justifica los medios porque somos presente en proceso continuo, somos
método, somos más camino que destino, más causa que consecuencia, más raíz que
fruto, más aspiración que logro.
Cantar
para amortiguar el ruido y destilar silencio: para eso son los pasos. Para
darle cuerda al ser recordando y poner en hora el presente que se abre al
mañana preñado de posibilidades que serán origen de caminos del alma.
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