viernes, 31 de diciembre de 2021

Meditaciones metafísicas II

 



 

Entre crepúsculos, el enjambre de la maraña mental
(amanecer y atardecer en Águilas para enmarcar un fragmento de cintas llenas de vació sobre cristal del artista Lorenzo Martínez Martínez)


 

 

                                        A Gabriela Amorós, por la lírica vital.

                                        A Pilar Navarro, por la sustancia vital.

                                        A Clara Roldán, por la música vital.

                                        A Saül Martínez, 

                                                        por ayudarme a encontrar el cabo de la maraña 

                                                        y enseñarme a convertirla en madeja.

 

 

 

“Ser, nada más. Y basta.

Es la absoluta dicha.

¡Con la esencia en silencio

Tanto se identifica!

 

        Jorge Guillén. “Más allá” en Cántico

 

“El presente es el cambio mismo, solo eso: el cambio”

 

        Miguel Serrano Larraz, Cuántas cosas hemos visto           desaparecer.

 

“De lo irreal llévame a lo real,

de la oscuridad llévame a la luz,

de la muerte a la inmortalidad”

 

        Upanishad

 



       Podemos pasear o pensear: con pasos que arraigan en presente continuo como fotogramas estancos del movimiento; como metrónomo y dinamo de ideas. Hoy he elegido pensear durante las más de cuatro horas andadas con unos veintinueve mil pasos que me han desplazado unos veinte kilómetros de volveres.

         Hay situaciones en los que la presión estresa la respiración. Y espacios que son el lugar hiperbárico en la que poder ser: en el pneuma entre inspirar y espirar fluye la vida y se ordena el universo musicalmente. En ese aquietamiento espiritual alimentamos la vida y de él bebemos para el quietismo que compensa la hiperactividad.

         Mientras los pies desplazan la mente se revelan los centros. Son ejes de abanicos que se abren hasta formar un círculo como de burbuja. Uno y otro, superpuestos, buscan otros centros en sus intersecciones. El caminante es, por dentro, una fractalidad de pavos reales. Para el entorno solo es alguien que camina. La atalaya de la consciencia se piensa y se sabe: se piensa pensándose, solipsista, sin salir del yo. Se identifica con quien recuerda haber sido y con quien proyecta seguir siendo, dueño relativo de su destino y de su pasado. Y así se hace centro del paisaje que camina.

         Reconoce lo que mira y ve lo que vive ya como recuerdo y como imaginación. Esa debe de ser la realidad holística del presente total, con su aroma de leyenda que canta como una alegría triste con corazón de tristeza alegre, como de César Vallejo habitado por Julio Cortázar.

         Aunque hay que aprender a saber no pensar, solo pensando podemos sernos. Como ese espacio de paz consciente entre tomar aire y devolverlo al mundo: ese paréntesis da sentido a los conjuntos del respirar. Así abstenerse de pensar es barbecho para pensar mejor. Morir asfixiando las ideas no mejora el ser: la hipoxia cerebral pasajera y controlada fertiliza la mente, en cambio.

         Un jazmín robado ha llevado al andariego al verano y a la casa familiar junto a la estación. La magdalena de Proust en una dimensión olfativa que preña todos los sentidos de recuerdos presentes. Ser es percibir y ser percibido, que decía, más o menos, Berkeley. Como amar, que es amar y sentirse amado. Percibimos con la mente. Pensamos lo que vemos, olemos, gustamos, tocamos y oímos. El estímulo, sinestésico, lo transforma en vivencia el pensamiento, que es más que razonamiento. Aunque hombre sin atributos, el paseante lleva consigo todo un universo: centrípeto al vivir (que es pensar) y centrífugo al escribir (que también es vivir). Se observa observando sin salir de su mirada pero detrás de los ojos, desde la visión a la altura y profundidad de la glándula pineal (¿el tercer ojo?). Ese centro activa el tantién que es centro geodésico del cuerpo y sucursal del alma. Ambos nódulos se abrazan en el corazón que habla desde la garganta.

         El caminante es consciente del privilegio: anda pensando porque puede permitirse ser un diletante fértil. Ese mismo sendero, de la almadraba de Calabardina al pueblo de Águilas, lo recorrieron por obligación nutricia pescadores en alpargatas para vender el fruto de su sudor marinero. No hay pensamiento sin consciencia de conciencia social. No lo hay para mí que pienso en mi yo social de ser sintiente. Caminar es progresar y progresar poner la razón y la emoción al servicio del horizonte desde la consciencia plena de presente preñado de pasado. La etimología, como casi siempre, ilumina itinerarios: la “conscientia” latina era conocimiento compartido (y compartir es partir el pan para repartirlo, para compartirlo, para distribuir la unidad entre los que somos). “Cum” y “scientia”: con conocimiento, de uno mismo y del alrededor en tiempo y espacio. Conciencia moral y consciencia cognitiva de autopercepción intelectual. Un pescador de mitad del siglo XX podía ser consciente de su consciencia y de su conciencia. No hay conciencia ni consciencia artificial, de momento y desde el test de Turing. Caminando y consciente del caminar he llegado a la metafísica de la consciencia por analogía. Por analogía y por amor.

         Razón vital lírica: poner el animal leído a sentir afina razón y voluntad para que rimen al pasear. La maraña que puede habitar la cámara oscura del cráneo destila ideas si se educa el proceso. Para eso meditamos, metafísicamente con la razón, empíricamente con los sentidos conducidos por la mente, o buscando la esencia de la consciencia de ser sin ideas que la contaminen.

         Hubo vaticinios. Hay modelos algorítmicos que suplanta la magia de la predicción. Puede que solo haya presente, que todo sea simultáneo y sincrónico y que la historia diacrónica sea una trampa mental para vivir perceptivamente. Quizás siempre estemos vivos y muertos a la vez y no lo sepamos. Respiramos y el corazón late: no nos piden permiso ni para hacerlo ni para dejar de hacerlo. Pero mientras respiramos y latimos podemos ser conscientes, si lo pensamos, de que lo hacemos ajenos a nuestra voluntad. Podemos modular la respiración: es más difícil controlar el corazón. Somos cuerpo y aura; sangre, aire y alma somos. En el espíritu nos forjamos como ser sintiente y pensante en la fragua cero de un estuario rojo (gracias, Gabriela Amorós Seller). Somos sustancia lírica que se pervierte queriendo ser épica. Somos el amor que engendramos como amantes y como amados. Seres de estares que han concretado el ente de la existencia y que viven de la conciencia de esa fragilidad ontológica domesticada para querer durar. Podemos, si queremos y nos entrenamos, vivir el presente con la nostalgia melancólica del recuerdo “NowHere”. Y podemos dejarnos arrastrar por la obsolescencia programada hacia el abismo consumista de la nada holística. Caminando, cada paso es un “carpe diem” hollado, eterno en su ser “hic et nunc” intransferible. Zenón, buscando argumentos para la permanencia inmóvil de su maestro Parménides, sabe en qué pienso. Hay un Heráclito compulsivo que ignora la evidencia y un Heráclito sereno que la asume, el que nos enseña a ensartar la permanencia en los cambios, el que nos ayuda a hilvanar la duración en la consciencia de ser en la identidad de la mudanza. El futuro, además de una especulación matemática, es un horizonte por hollar con los pies que llevamos ahora puestos. En la impermanencia, la  voluntad mental de permanecer y ser en la identidad, como corazón enhebrador de instantes auténticos ajenos a los usureros de la realidad editada. Seres cultivadores de la sapiencia que es la simbiosis entre lo pensante y lo sintiente desde la conciencia de la razón y cociente de la sintiencia.

         Ser y basta.

         El caminante es un ente: su cuerpo y su mente, trenzados, lo proclaman en la membrana digital del universo humano, desde las fascias que acogen su alma de ser que existe desde la identidad que construye su consciencia (que teje en el telar del presente un tapiz vital con la urdimbre del futuro y la trama del pasado- horizontal la trama, vertical la urdimbre: trasversal el presente del tejer-). Vivir en gerundio, alimentado de participios y de perífrasis aspectuales ingresivas, incoativas, frecuentativas y reiterativas: lleva el caminante recorridos muchos pensamientos que son faro. Nunca se siente saciado de vida y saca a bailar al dasein heideggeriano para conjurar la banalidad del mal arendtiana: la intuición hecha energía cósmica desde el yo pensante y sintiente. Porque vivir pide forjar el talento de dedicar cuarenta horas a la semana, con atención plena, a ser (en cinco años se consiguen las diez mil horas de las que habla Glanwell para ser un “fuera de serie”). Para que haya serie se necesitan perspectivas que la avalen al superar su estándar o al no llegar a él. Sin buenismo talentoso, todos cabemos en este arca de Noé humano, al margen de los algoritmos que impostan la serie. El diluvio es la cascada digital que bebemos como maná.

         Somos entidades ontológicas, prisioneras de las bancarias y la tecnologicocracia, que necesitamos hacer narración de los datos para entender la vida. Como principio, el fin no justifica los medios porque somos presente en proceso continuo, somos método, somos más camino que destino, más causa que consecuencia, más raíz que fruto, más aspiración que logro.

         Cantar para amortiguar el ruido y destilar silencio: para eso son los pasos. Para darle cuerda al ser recordando y poner en hora el presente que se abre al mañana preñado de posibilidades que serán origen de caminos del alma.

 

 

 

 

 

 

 

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