La huella del tiempo de dios en el que se diluyen los momentos humanos |
El tiempo y es espacio
están en la proyección del pensar. Y pensar no es sinónimo de razonar: se
razona con la asepsia de la lógica neuronal; se piensa con la razón trufada de
emociones.
Hemos aprendido a
medir tiempo y espacio para tranquilizar el magma existencial, para balizarlo
de referencias. La mecánica binaria de un reloj acompasa en su vaivén la
eternidad. Y, disfrazada de metrónomo, desriza el momento que se desliza en el
aire. Nos orienta en el ritmo de una marcha militar o de la música mediático-comercial:
cuando es melodía de ola (suena en mí Satie o Debussy o Mertens) nace origen de
revelación, ritmo cósmico como el que Bécquer nos desvela en su rima IX (“Besa
el aura que gime blandamente […] al río que lo besa, vuelve un beso”.
Somos cuando nos
pensamos en el espacio en que encuadramos la vida. En la agonía o en la ducha
de un domingo cualquiera con todo por aprender todavía.
(Para aterrizar
desde el vuelo retórico, una mirada en el espejo que me devuelve dos haikus
encadenados, como encadenado está el pensamiento a la percepción ante los ojos
y las orejas en su cotidiano baño de realidad)
En la piel vieja
florecen
pelos negros
en las
orejas
En la presbicia
hay
moldes de belleza
en las
ojeras
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