El silencio del mar: maestro de silencios |
A Lucrecia Hernández Navarro,
por ese beso en el crepúsculo aguileño
de marzo de 1956
“ :una
parella
que ja
no es mulla i va al revés, en desacord
desfent
l’amor, apassionadament.”
Mireia Calafell, “Naufragi” (fragmento final)
Hay silencios
cómplices y silencios densos en el amor. Hay silencios que cabalgan, fértiles,
la distancia arrebatados y otros, yermos, que naufragan en la proximidad sin
puentes. Silencios que son pantalanes infinitos. Silencios que son abismo
insondable de silencios. Silencios incorporados y silencios extracorpóreos que pueden
ser silencios osmóticos, del amor a la indiferencia o del amor al amor, en sus
distintas densidades.
“Noli me tangere”
dicen que le dijo Jesús resucitado a María de Magdala: no “no me toques”, sino
déjame ir, no me cojas para retenerme. Dicen que dijo eso pero no lo que pensó.
En el camino para comunicar su vuelta a la vida se llevó consigo el tacto de
María y lo gozó y la Magdalena sintió en sus manos ese gozo de tocar desde el
pensamiento de Jesús.
Vergel o páramo: en romper el hielo del
silencio o quitar el tapón que lo retiene al otro lado de la posibilidad está
la llave maestra para llegar al otro silencio, ese en el que sobran las
palabras porque no son suficientes, porque siempre serán escasas y falaces para
decir mejor que diciendo.
Porque el silencio
no siempre calla ni deja de decir lo mismo. Y hay que aprender a dialogar sin
hablar. Y conseguir que hablen las manos con la piel, sin imposturas
aljamiadas. Que hable el deseo hecho carne.
Este haiku de duermevela
inquieto cuaja el desasosiego ontológico que puede habitar en la intersección
de los amores.
desabrazarse
tocar
la nada toda
al
encontrarse
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