jueves, 16 de agosto de 2018

El Premio Águilas de novela medio siglo después







El Premio Águilas de novela medio siglo después.

Maniobra ilustrada para potenciar la industria turística desde la promoción cultural.


Pascual Gálvez Ramírez. Casa de la cultura Francisco Rabal (16 de agosto de 2018)



“En  breve espacio mucha Primavera”

                                                                   Luis de Góngora, Soledad segunda (verso 339)



Presentación.

Esta ponencia tiene dos caras complementarias: esta charla en la que, sobre imágenes, vamos a contextualizar las coyunturas que dieron lugar al Premio Águilas de novela (el porqué y el cómo); y un texto que podrán leer en el enlace que, desde mi blog Limbos, tendrán en el grupo de “FacebookPremio Águilas de novela (1968-1972), en el que disponen de los datos y precisiones que no caben en una conferencia de cuarenta y cinco minutos. La charla sigue una estructura panorámica y cronológica y el texto profundiza de forma temática sobre los aspectos más relevantes.

El título es heredero del de un artículo de Ramón Jiménez Madrid, Hijo predilecto ya de Águilas: “El premio Águilas de novela: casi veinte años después” (1986), que acaba de reeditar en  Mosaico aguileño. También recoge el acto del cuadragésimo aniversario de Premio organizado por Josep Asensio Ramírez el 7 de febrero de 2009 en el hotel Juan Montiel)

Me emociona estar hoy al otro lado de la atención. Mi interés por la cultura me ha llevado a Mirando al mar en sus veintitrés ediciones y me ha hecho uno de sus asistentes más fieles. Con  Ramón Jiménez Madrid,  con Juan María Vázquez Rojas, con José Asensio Mayor y, ahora, con Jorge Novella Suárez. Creo que solo ha sido más asiduo Juan Oliver (quien, además, me ha permitido volver a ver o asistir en diferido en su Kalika films a las pocas que me he perdido). Juan de Dios Hernández es quien más me ha enseñado porque es quien más veces ha hablado desde este balcón cultural que mira la mar aguileña. El Premio Águilas de novela, que pretendía ser el galardón novelístico del verano, pervive en parte en este cultivo del intelecto estival que son estos ciclos de conferencias, adscritos a la Universidad del mar.

Lo que expondré hoy es parte de mi tesis doctoral en curso, cuyo título es  

Análisis histórico, social, económico, político y cultural de las condiciones que hicieron posible la convocatoria del Premio Águilas de novela entre 1968 y 1972 y estudio literario de las obras ganadoras.
La maniobra ilustrada de hacer de la cultura el valor añadido al atractivo natural de Águilas para crear una industria turística.

Podría dedicar más de una hora a agradecer, solo diciendo nombres, a todos aquellos que forman parte del proceso investigador. Seguro que entre los asistentes hay quien sabe más que yo sobre algunos aspectos de los que voy a hablar. Mi propuesta es una ventana abierta (como el grupo creado en “Facebook” hace cuatro años en el que es fundamental Antonio Navarro García, Akila): construcción viva de la investigación, historia desde la intrahistoria (testimonios, prensa, vestigios…) De esa estructura reticular se nutre y sobre Pepi Navarro, la responsable del Archivo municipal, vuelve de forma periódica para documentarse.

Parte del proceso ha sido también el intento por dar lugar a una segunda época del Premio Águilas de novela en este 2018, junto al amigo Josep Asensio Ramírez. Me consta que hubo un intento anterior, sobre el 2005, cuyo promotor fue Alfonso Escámez. Ese proyecto es hoy la segunda edición del Premio Águilas de relato breve cuyo timón lleva Josep Asensio Ramírez y cuyo fallo se dará a conocer el próximo viernes 24 de agosto en el Auditorio.

Lo que motivó mi interés por el Premio fue una pregunta de Manuel Aznar Soler. Era yo por entonces un especialista en la obra de José María Quiroga Plá, un poeta ignorado de la Generación del veintisiete exiliado en Francia. Sobre él había hecho la tesina dirigida por el doctor Aznar Soler. Quería saber sobre el Premio Águilas de novela y, en concreto, sobre Cecilia García de Guilarte, republicana exiliada en México. Nada sabía sobre el asunto. Quedará claro hoy que me interesó hasta cambiar al bueno de Quiroga por un trozo de la historia de mi pueblo. Esta investigación me permite volver, desde la madurez consciente, a la infancia. He hallado, pues, una coartada investigadora y vital. El exilio me ha hecho regresar a la raíz del paraíso de mi infancia

Introducción  
                                            
            El 7 de mayo pasado se cumplieron cincuenta años de la presentación de las bases del Premio Águilas de novela en el hotel Mindanao de Madrid.  Ángel María de Lera y Emilio Landáburu fueron los dos brazos, el literario y el político, de una idea colectiva que pretendía promocionar Águilas desde la cultura y, además, potenciar la nuevas creaciones novelísticas.  Mañana 17 de agosto se cumplirán los cincuenta años de la primera gala que le dio a Lorenzo Andreo el primer Premio Águilas de novela en el hotel Calarreona.

            Medio siglo permite comprobar cómo ha progresado un pueblo en lo físico y en lo cultural.

            Pero empecemos en 1966. Ese año Juan Goytisolo publica en la editorial Joaquín Mortiz de México Señas de identidad. En España no se podrá publicar hasta 1976: es la década de un castigo administrativo en el que contextualizar la singularidad del Premio Águilas de novela. Señas de identidad, con Tiempo de silencio Luis Martín Santos (1962), Rayuela de Julio Cortázar (1963) y Cinco horas con Mario de Miguel Delibes (1966) es una de las novelas que hace de puente entre el realismo social y la renovación de las técnicas narrativas que producirán obras desde el realismo dialógico y crítico, lo real maravilloso o la experimentación estructural. Como después hiciera otro exiliado, Max Aub, en La gallina ciega (Joaquín Mortiz, México, 1971), en su venida (que no vuelta) a España en 1969, Goytisolo se retrata desde el personaje de Álvaro de Mendiola, un fotógrafo catalán exiliado en París que vuelve para encontrarse en España en el verano de 1963.  Todo el capítulo cuatro centra su acción en la Águilas de la segunda mitad de los cincuenta, en la rememoración del protagonista. La población es en la novela símbolo del atraso cultural y social español, de la opresión, pobreza e ignorancia, del desfase respecto al progreso europeo, del determinismo del clima. La visión crítica que elabora Goytisolo tiene un objetivo literario en la ficción y carga las tintas como mejor le funciona para su fin novelístico. Antonio, el personaje coprotagonista en esa parte de la novela, es alguien confinado en Águilas (como lo fuera el tío de Goytisolo que le proporcionó los datos que el mismo autor pudo comprobar en sus estancias) y nos permite hacernos una idea (literaria, al menos)  de las condiciones en las que se vivía en esa Águilas de posguerra. 

            Pero Águilas era mucho más que una chanca suresteña. Caminos de agua la habían hecho rodal  fértil del mundo en la antigüedad clásica. Como ciudad la fundaron los ilustrados del siglo XVIII: el conde de Aranda y el conde Floridablanca, Sebastián Feringán, Antonio Robles Vives…. Y a finales del siglo XIX y principios del XX los “ingleses” construyeron los caminos de hierro y con ellos enraizaron el “foot ball”, algunas costumbres y la prosperidad industrial de la minería, el esparto y la barrilla. Tanto fue su interés y su influencia que había consulado inglés y dos capillas protestantes. Su ubicación, arrinconada en zona de frontera, protegida por la sierra de Almenara, la preservaba, le daba un microclima que la singularizaba. Y desde su ecosistema de paisajes y personas se podía abrir al mundo y prepararse para recibir mundo.  Tertulias, convivencia de diferentes confesiones religiosas, balnearios que eran también teatros, cines, un número de publicaciones que no deja de sorprendernos, daban vida a una población extrovertida y acogedora. Los Severo Montalvo, Luis Siret, Edmund Sykes, Gustavo Gillman, Juan Gray, Mac Murray o George Lee Boag dieron a los aguileños un cosmopolitismo singular cuyo progreso la guerra civil cortó de cuajo y eclipsó. El Premio Águilas de novela, en la recta final del franquismo, consigue empezar a volver a lo que era esencia de Águilas. Esa conjunción de intereses que fue concreta la ósmosis que construye la nueva etapa de su progreso: el turismo familiar le da la raíz que vuelve sobre sus orígenes y el turismo “forastero” le da las alas para ser mundo. Con la cultura, en su sentido más amplio, como aglutinante. Ya lo dicen algunos de los eslóganes acuñados: “Águilas, donde el forastero deja de serlo”; “Y en Águilas me quedé”; o este otro, ya de los años ochenta, “The Mediterranean warn nest”, que lleva el eco del inglés aguileño del “chambi” (“sandwich”) o de “chipichanda” (“ship Chandler”, abastecedor nativo de los “vapores”). Tres símbolos pueden acercarnos a las intenciones, logros y fracasos del proceso urbanístico del que el Premio Águilas era mascarón de proa: Las cuatro calas de Julián Ruiz Aranda, el complejo Delicias diseñado por Miguel Fisac y construido por los hermanos Peregrín y el sueño frustrado de ese proyecto ilustrado que iba a ser la residencia de escritores Antonio Machado como instalaciones de Centro de las Artes y las Letras de Águilas (C.A.L.A)que acabó siendo el centro de formación Alfonso Escámez. El lustro 1968-1972 es una sinécdoque del prólogo de la transición en España. 

            Para entender las coyunturas que dieron lugar al Premio Águilas de novela es necesario hacer un breve repaso contextualizador de la gestión del poder consistorial. Cinco son los alcaldes que preparan el terreno, lo siembran, lo cultivan y lo acaban dejando en barbecho: con  José Fernández Martínez (1957-1961)  el empresario visionario Julián Ruiz Aranda abre el melón de la posibilidad; con Vicente Bayona López (1961-1963) la cultura cinematográfica de sus “Águilas de Águilas” inicia la complementariedad promocional; con Luis Muñoz Calero (1963-1967) los planes de ordenación urbana y los complejos turísticos empiezan a dar el “skyline” de Águilas; con Emilio Landáburu García (1967-1972) Ángel María de Lera concreta en el Premio Águilas de novela la simbiosis político-cultural promocional; y con José María Guillén Florenciano (1972-1979) el modelo que suponía el Premio se hace insostenible y reconvierte su posibilidad en la que ha sido característica en los veranos aguileños hasta nuestros días.

            También debemos recordar que había un Ministerio de Información y Turismo (cuyo objetivo fundamental era la propaganda oficial) que era un organismo tentacular que controlaba la censura, los medios de comunicación y administraba el turismo. Promoción turística y censura, por tanto, dependían de la misma voz. En los años que nos ocupan los titulares de esa cartera fueron Gabriel Arias Salgado (1951-1962),  Manuel Fraga Iribarne (1962-1969) y Alfredo Sánchez Bella (1969-1973). La voz de mando más cercana era la de los gobernadores civiles de Murcia: Alfonso Izarra Rodríguez lo fue entre 1967 y 1970 y Enrique Oltra Moltó entre 1970 y 1973. 

            Águilas iba a ser “El paraíso del Mediterráneo” según proclamaba el eslogan del promotor Julián Ruiz Aranda, quien bautizó la zona de Las cuatro calas y Matalentisco como “Playas de la esperanza”.   Era entonces uno de los municipios de la “Costa de la luz” (o “Costa blanca”), antes de serlo de la “Costa cálida”. Era “La perla del Mediterráneo” y había que construirle una concha de ostra a medida, con arena extraída de algunas playas incluida. En una carta del alcalde José Fernández Martínez a Armando Muñoz Calero, fechada el 2 de febrero de 1959[1], podemos leer:

  Mi querido amigo: Después de escribirte la carta referente al asunto de Juan Navarro, vuelvo a hacerlo para hablarte sobre el asunto que ya conoces de los proyectos sobre la construcción de hoteles y residencias con miras al turismo, de lo que ya te he informado por teléfono.
Hoy he recibido un telegrama del Sr Ruiz Arada dándome cuenta de haber establecido contacto contigo.
  Ya puedes imaginarte el estado de ánimo en que nos encontramos todos ante unas perspectivas tan extraordinarias como se le ofrecen a Águilas, ya que de llevarse a efecto los proyectos de estos señores sería algo que rebasaría nuestra propia imaginación.
  Es conveniente que tú que estás en esa y has de tener más ocasión de tratar de cerca todo esto, en cuanto se refiere a su planteamiento y desarrollo en las esferas oficiales, me des tu opinión sobre ello en cuanto a la garantía de las personas que intervienen en este negocio y sus posibilidades de realización.
  Ayer recibí también una carta del Sr Espallardo que [es] su representante en esta zona, dándome cuenta de que próximamente se desplazarán a esta fotógrafos y topógrafos para iniciar sus trabajos.
  Dentro de la zona demarcada por estos señores, concretamente en la finca propiedad de Bartolomé López, adquirió unos terrenos el Doctor Poyales de esa, al cual nos hemos dirigido pidiendo vendiese dichos terrenos al Ayuntamiento para este fin.
  Este señor nos manifiesta no poder acceder a ello por haber adquirido los citados terrenos con miras a la construcción de una residencia para veranear él y su familia aquí. Si tú le conoces y tienes ocasión de hablar con él, es conveniente que lo hicieses para ver de llevar su ánimo el convencimiento de que debe vendernos los mencionados terrenos en evitación de que el Ayuntamiento tuviese que adoptar el procedimiento de expropiación forzosa, ya que por parte de los demás dueños de terrenos de la zona afectada no hay al parecer ningún inconveniente.
  Espero tus prontas noticias sobre todo esto y por que respecta a mí ya te tendré también al tanto de los acontecimientos.
  Reciba un afectuoso abrazo de su buen amigo
                                                                                     José Fernández

El tono y el contenido es representativo de cómo se llevaban  a cabo las gestiones de esta índole es esos años. Aguileños ilustres amantes de su tierra que la servían desde su posición: Armando Muñoz Calero y Alfonso Escámez son dos de los prohombres que pueden representar a los demás benefactores. Con el Premio Águilas de novela se buscará la complicidad del pueblo, en una estrategia de neodespotismo ilustrado.  El sello que editó Correos y subscripción popular son su puesta en escena, el símbolo, de una forma de hacer del turismo y la cultura una marca de aguileñidad. La necesidad de promocionar la empresa desde los medios (que fraguará en el Las cuatro Plumas –y Pura Ramos- y Ángel María de Lera) podemos verla ya en esta carta de Jesús Hermida (vinculado por entonces a Europa Press y después visitante ocasional del chalet del Hornillo) del 4 de mayo de 1959 y dirigida al alcalde José Fernández:

“Querido amigo:
Después de los dos reportajes publicados en La actualidad Española y Arriba, en los que se tocan aspectos de Águilas en relación con el Gas del Sahara, nos proponemos hacer otro en el que Águilas figure totalmente en primer plano por sus bellezas, situación y clima.
Para facilitarnos un poco la labor, le agradeceríamos nos remitiese dirección y detalles de la empresa constituida para explotar el turismo en esa población y que, según creo, ha incorporado el nombre de Águilas a su título social.
Aprovechando la ocasión para expresarle nuestro agradecimiento por las atenciones recibidas durante nuestra estancia en ésa, le saluda cordialmente,
                                                                                  Jesús Hermida”

El 25 de junio de 1959 Julián Ruiz Aranda, apoderado de la sociedad “Equipamiento Turístico y Hotelero de la Costa de Águilas, S.A”, cuya central mercantil TURSA, situada en Madrid, presidía José Jaúdenes Junco (que también se registraría en 1965 en el Boletín oficial de la propiedad industrial como “Fomento turístico de la Costa de Pulpí”- y antes figuraba como apoderado general de PROMOTURSA-), desde un carisma emprendedor singular, inicia las gestiones para acomodar el paraíso natural  a las condiciones necesarias para atraer el turismo. Presentó un ambicioso plan para que los equipamientos turísticos pudiesen responder a las expectativas que se querían crear. El arquitecto Muñoz Monasterio hizo el estudio y realizó los planos para construir entre los parajes de la cala La Higuerica, Cala Cristal y la carreta de Águilas a Cuevas de Almanzora hoteles, apartamentos con club náutico, embarcadero, campos de tenis, cámping y los servicios complementarios necesarios. En octubre de 1959 se presentó el proyecto definitivo. Se denominó Las Cuatro Calas por abrazar Calarreona, La Higuerica, Calacerrada y La Carolina. El contraste entre el presupuesto ordinario del consistorio de 1960 (4.260.428 pesetas –unos 25.600 € al cambio-) y los planes megalómanos de Ruiz Aranda (que cifraba en unos cuarenta millones de aquellas pesetas –unos 240.405 €-) nos sitúan en el prólogo de la ilusa pretensión urbanística de la costa aguileña que llegó a traer a la población hasta al subsecretario de Información y Turismo.

No especulaba Ruiz Aranda sobre el vacío. El Ayuntamiento de Águilas había aprobado en pleno el 8 de agosto de 1957 la creación de una comisión que potenciara su desarrollo turístico en consonancia con las consignas y expectativas económicas que desde el gobierno de Franco se estaban implementando en su política del desarrollismo con el turismo como mayor baza. El consistorio y los posibles mecenas aguileños se alinearon en esa dirección como veremos. Aunque el reglamento de concesión del título de “Vecindad turística” no le fue concedido hasta finales de los sesenta (y su oficina de turismo no se abrió hasta el 16 de noviembre de 1980, con Cristóbal Ruiz como alcalde y Carlos Collado como concejal de turismo)

La prensa recoge la pretensión de Ruiz Aranda y su intención de comprar un millón de metros cuadrados (hipérbole de las 52,6 hectáreas -526.000 m2-) con propaganda como la que sigue, síntoma de un desarrollismo especulador que buscaba en el turismo su nicho de negocio [2]:

Noble por su origen. La mandó construir Carlos III, el Rey creador, artista y urbanista. Águilas es también un capricho egregio y una bendición de la naturaleza. Acogedora por su clima privilegiado, por la civilidad y hospitalidad de sus habitantes; por la variedad e intimidad de sus playas de fina arena y de suave pendiente; por la protección que le prestan las ingentes montañas que la respaldan y la guarecen de las raras inclemencias climáticas invernales, Águilas no tiene par igual en todo el Mediterráneo español.
Por entender que el turista no es un viajero ocasional, repetido a millones de ejemplares, sino que en cada caso, un fiel mensajero de la buena acogida y de mejor trato recibido, o, por el contrario, un detracto del lugar y de las gentes que atentaron contra su asepsia, contra su paladar, contra su tranquilidad o contra su cartera…Águilas, todo el vecindario de Águilas. Vela celosamente para que el turista que le visita… vuelva una y otra vez. FOMENTO DE ÁGUILAS, vigila, cuida y aconseja. Los intereses del turista, priman.
Lo esencial, es decir: el Sol de todos los días, las más dulces temperaturas a lo largo del año, las más bella e íntimas playas, las gentes más acogedoras y la tranquilidad y la facilidad de vivir, todo esto ya lo tiene Águilas. El resto; la indumentaria verde del suelo –árboles, arbustos y flores en abundancia- surgirá, por transplantación, al mismo tiempo que los hoteles, los clubs, los chalets y moteles, los terrenos deportivos, las diversiones… FOMENTO DE ÁGUILAS conoce las necesidades y sus técnicos saben satisfacerlas.
Vivir dinámicamente sobre el mar, practicando alegremente todos sus deportes o practicar plácidamente todos los deportes en tierra, eso es Águilas. Por un lado, la pesca submarina –con pingüe resultado-, la natación olímpica en mar abierta, el ski náutico, las regatas a motor y vela. Por otro lado, el  tenis, el golf, el baloncesto, la bolera, la pelota vasca. En Águilas se lucha contra el tedio y se le vence, se busca la tranquilidad y se la encuentra. FOMENTO DE ÁGUILAS promueve las competiciones y las premia en colaboración con los 108 medios deportivos españoles.
El promedio anual de días de lluvia en Águilas, es de 33. No se conoce más hielo que el artificial producido por las neveras…Águilas, además de poseer las más bellas playas, produce las legumbres más tempranas de todo el Mediterráneo español. Su tomate de invierno, es el más codiciado y el mejor cotizado en los países nórdicos por ser el de más segura recolección… El clima es el mejor aliado de Águilas en todos los casos. Lo mismo es rentable el clima en la agricultura, que en cualquier inversión turística. En su chalet o en su motel, por ejemplo.
En automóvil, en ferrocarril, en avión o en yate, se puede llegar cómodamente a Águilas. Desde Madrid por excelente carretera, desviando hacia Águilas en Lorca (kilómetro 453 de la nacional Madrid-Almería). Desde Madrid, igualmente y en ferrocarril, cambiando una sola vez en Alcantarilla (Murcia). En avión (dentro de pocos meses) desde cualquier aeródromo europeo hasta Murcia (capital) y desde allí, en auto, hasta Águilas,… por magnífica carretera en 45 minutos; y pronto, en helicóptero, en 20 minutos. Por mar; todas las rutas conducen al puerto de Águilas, bien acondicionado para recibir hasta barcos de 8.000 toneladas. Desde Águilas, el viajero puede excursionar: cómodamente por el interior, por las montañas, donde abundan los valles fértiles, la caza, los panoramas bravío, las casa de campo acogedoras donde descansar y saciar la sed y, acaso, el apetito”

El siguiente documento, dirigido a los aguileños, muestra las intenciones generales de todo lo que se estaba cocinando desde finales de los cincuenta y que tendría su máxima expresión (hasta ahora) en el Premio Águilas de novela. Esto quería implementar, y de esta manera, Julián Ruiz Aranda en enero de 1964 con su empresa Fomento de Águilas, una de las concreciones  de su Equipamiento Turístico y Hotelero de la Costa de Águilas, S.A


“Carta abierta al vecindario[3].

Todos los aguileños habéis recibido ya por correo el anuncio del PLAN ÁGUILAS, publicado antes en la prensa.
         Os habéis preguntado unos y otros si este PLAN es algo más que un sueño. Y algunos, ni siquiera os lo habéis preguntado, puesto que perezosamente habéis considerado siempre como un ideal inaccesible que vuestro pueblo ascienda a la categoría que turísticamente merece.
         Nosotros, sin embargo, no tenemos para nada en cuenta lo que opinéis unos u otros, porque sabemos por experiencia que, no obstante vuestro escepticismo, cada uno de vosotros vais a intentar creer que el PLAN ÁGUILAS se realizará:
         1º- Los que tenéis brazos que ofrecer, vais a intentar creer porque pensaréis en que el PLAN puede traeros a vosotros y a vuestros hijos trabajo constante y bien remunerado, que no en balde son los hombres de FOMENTO DE ÁGUILAS los que elevamos, los primeros, el nivel de vuestros jornales, que todavía no han alcanzado su máximo…
         2º- Los que andáis, muy lógicamente, tras la perra gorda (a veces demasiado gorda) que puede produciros en verano el alquiler de un alojamiento sobrante, vais a intentar creer en el PLAN porque partiendo de él echaréis ya vuestros cálculos para, sin esperar a que se realice, pedir la luna a quien intente hallar en vuestras casas un aposento más o menos confortable e higiénico.
         3º- Los comerciantes vais a intentar creer en el PLAN porque vuestro negocio necesita clientes nuevos y facilones que desprecien los que os son habituales, tan parcos, cicateros y lentos en el pago a causa de la crónica necesidad.
         4º- Los que intentáis, sin conseguirlo, vivir decentemente de lo que os da la tierra y los bichos que ella os ayuda a nutrir, vais a intentar creer en el PLAN porque espiráis a que la pobreza endémica de vuestros cuatro terrones se transforma, gracias al apetito o al capricho de los turistas, en incontables fajos de billetes verdes, de esos billetes que veis solamente cuando llueve a tiempo y cuando los precios compensan…
         5º- Los que tenéis cuatro cuartos y que a fuerza de contarlos y recontarlos se os antoja que tenéis más, vais a intentar creer en el PLAN porque tenéis necesidad, mucha necesidad de que vuestro pobre dinerín se estire más y más, como sea, ya que en Águilas, tan complaciente y dulce como es, se muere uno muy tarde y, antes de morir, habéis sembrado mucho chico que, inexorablemente, germina y grana…
         6º- Los que peleáis duramente en el mar para sacar de él los cuatro pescaditos necesarios a vuestro condumio diario y a los cuatro auténticos cuartos para engañaros a vosotros mismos y haceros creer que vivís cuando, en realidad, solo vais tirando miserablemente, vais a intentar creer en el PLAN porque hasta ahora os embarca el hambre más que el magro peculio que sacáis del mar, faltos como estáis de otro menester más seguro y mejor pagado…
         Creyendo, teniendo fe en vosotros mismos, es decir, en vuestro pueblo, es como conseguiréis que los demás os tengan fe y os ayuden.
         Los hombres de FOMENTO DE ÁGUILAS, creímos los primeros y rompimos el fuego los primeros, arriesgando el dinero de los amigos y enajenando el propio patrimonio, aún antes de poseer en la costa la menos parcela de terreno. Después surgieron, como siempre, los aprovechados, los “ocasionistas” que no habían sido capaces, antes, de dedicar ni su voluntad, ni su fervor, ni un solo duro a su pueblo y que encontraron, sin embargo, lícito vivir de las rentas que nosotros habíamos sembrado a bolea al sacar a Águilas de la ignorancia en que la tenía en el mundo turístico…
         Así, desde entonces, asistimos a la danza y contradanza de las especulaciones desatadas sobre los inmuebles, sobre los locales de negocio, sobre los terrenos costeros, sobre el propio estómago de los aguileños…
         Por ese camino y si no se corta de raíz, esperándose a la Ley, esta carrera desenfrenada a los provechos equívocos y siempre fraudulentos fiscalmente, Águilas se jugaría su porvenir y lo perdería.
         De aquellos que, con sana objetividad, pensamos, arriesgamos e hicimos los primeros por Águilas, hayamos tomado ahora, desde FOMENTO DE ÁGUILAS, las medidas  tácticas pertinentes para evitar, en buena compañía, que se malogre lo hecho y alcanzado por nosotros, no dejará de merecer el aplauso y la adhesión del vecindario. E incluso merecerá el aplauso y la adhesión, aunque tardíos, de los propios especuladores que se convencerán de que nuestra política tiende a que ellos ganen dinero, siempre y cuando el pueblo de Águilas lo gane también… y al mismo tiempo. Que esto es lo que se busca con EL PLAN ÁGUILAS.

            Julián Ruiz Aranda es quien abre el melón de la posibilidad en la costa aguileña: el Premio Águilas de novela será una de sus consecuencias. Tras su intención, con un hotel de ocho plantas y 144 habitaciones diseñado por Deimly-Ostrisky presentado como maqueta en 1962 (y publicitado en el Libro de festejos y en folletos) vinieron los primeros establecimientos hoteleros modernos. Al Calypso (cuyo nombre era recuerdo de los trabajos oceanográficos del profesor Cousteau) se fueron sumando la residencia La Calica (1966), la residencia Ávila (1967, que pasó a llamarse Stela Maris y Bahía después), el hotel Calarreona (1968, con sus 44 habitaciones y sus tres estrellas), la residencia Madrid (1970) o el Carlos III (1977).

La secuencia hasta el Premio Águilas de novela

            Veraneantes emprendedores

A principios de los sesenta el terreno ya está sembrado. Calabardina está dejando de ser una chanca y empiezan las construcciones de la urbanización que será. En el año 1962 Ángel María de Lera, buscando el clima apropiado para su salud, empieza a veranear en villa Anita, que será su lugar de descanso y escritura hasta que en 1967 el premio Planeta y su 1.100.000 pesetas (unos 6.611 €) le permitieron comprarse el bungalow Los Ángeles en Fransena. Fue una recomendación de Damián Rabal, a quien conoció en el rodaje de su novela Los clarines del miedo que protagonizaba Paco Rabal. Salvador Jiménez empezó veraneando en una casa de la plaza doctor Fortún (El placetón) en 1959 y lo continuó haciendo hasta que en 1966 pudo establecerse en Las cuatro plumas. Miguel Ors viene a Águilas  en ese mismo 1962 de Lera: no pudo alquilar su chalet habitual en Ibiza y cuando había reservado en Benidorm un aguileño, Antonio Carrasco, que asistía a la misma tertulia en Madrid, le recomendó su pueblo y le reservó habitación en el garaje de El Cales, donde habitualmente dormían camioneros. Ante la contrariedad, su “anfitrión” lo realojó en la residencia Urci (El Pijama, anexa al Gran Cinema) hasta que, un par de días después acabó pasando el mes de agosto (y el del año siguiente) en el Calypso de Norberto Miras y Vicente Bayona. El privilegio de descansar en la playa misma fue lo que acabó convirtiendo un deseo en la realidad de Las cuatro plumas. Miguel Pérez Calderón también vino a veranear al Calypso en 1963, gracias  a la promoción de Miguel Ors, quien también le habló de las maravillas de Águilas a Jesús de la Serna. Pura Ramos Alcaraz, la esposa de Jesús de la Serna, estaba buscando un lugar cálido para mejorar la salud de una de sus hijas y Bustillo, un vendedor a plazos de libros y discos que frecuentaba la redacción, le habló también de Águilas. La familia De la Serna Ramos se hospedó el verano de 1963 en casa de la Sergia, la telefonista, en el paseo de Parra y el de 1964 y 1965 en una de las casas de los ferroviarios, hasta que en 1966 acabaron en Las cuatro plumas que eran cinco. Fue Vicente Bayona quien presentó a las “Tres plumas” la que habría de ser la cuarta, Salvador Jiménez. Y, una vez construido el chalet cuádruple, una visita el arquitecto Eduardo Torallas a Miguel Ors hizo que acabase construyéndose sobre Las cuatro plumas su casa de veraneo a la que llamó, por obviedad metonímica, El gallo. Tanto un terreno como el otro fueron un regalo de los propietarios (Vicente Bayona, Norberto Miras, Jesús Fernández, Armando Muñoz Calero y José Luis Muñoz): Las cuatro plumas, con un valor de unas 15.000 pesetas (unos 90 €), pagaron (además de las 450.000 pesetas al constructor Juan Fortún –unos 2.700 €-) con dos reportajes promocionales de Águilas para televisión española, tantos artículos como pudieron en Pueblo, Informaciones y los medios en los que trabajaban y su implicación en la organización del Premio Águilas de novela. El gallo pagó con los planos de toda la futura urbanización del Hornillo. 

Ángel María de Lera y los cinco “periodistas” (como se les llamaba) de Las cuatro plumas (que eran cinco), a los que se añadía de forma esporádica en su embarcación José Luis Martín Vigil, no eran unos veraneantes anónimos.  Ángel María de Lera (1912-1984) era un periodista y, sobre todo, un novelista muy consolidado, con el premio Planeta recién conquistado, que venía de una militancia republicano-sindicalista que lo retuvo en la cárcel  ocho años y que sería el fundador de la Asociación Colegial de Escritores en 1976 (de la que, en los años del Premio Águilas de novela estaba poniendo las bases desde el Montepío o Mutualidad de Escritores). Jesús de la Serna Gutiérrez-Répide (1926-2013) venía de ser redactor del diario Pueblo, era director de Informaciones y sería presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE). Su compañera, Pura Ramos Alcaraz (1932), con más de sesenta años como periodista ya, también venía de Pueblo, era redactora en Informaciones y lo sería de Nuevo Lunes o Ars Magazine, además de jefa de prensa del Museo del Prado. Salvador Jiménez López (1921-2002), poeta, ensayista y periodista, el único murciano, venía de ser el fundador de la revista Azarbe, redactor de Arriba y corresponsal de ABC en París y sería director de Comunicación de Iberia. Miguel Ors Candela (1928) era un mediático periodista de deportes de TVE, especializado retransmisiones (aunque entró en 1957 como filmador) que venía, además, como subdirector de los diarios Pueblo y El Imparcial, y columnista de ABC y lo sería de La Razón. Miguel Pérez Calderón (1927-1990) era doctor en Derecho y profesor titular de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense y en el CEU  y sería redactor jefe y director de informativos de TVE en1981-82 (medio en el que dirigió el programa Primera Plana y en el que fue responsable de la coordinación en la redacción de su libro de estilo). José Luis Martín Vigil (1919-2011) era un ingeniero naval y novelista que ejercía como sacerdote secularizado que venía de abandonar la Compañía de Jesús;  abierto, mediático, autor de éxito y escándalo durante más de treinta años (La vida sale al encuentro -1961- y Los curas comunistas -1965- atestiguan su quehacer) era sobre 1970 un autor que formaba largas colas en la Feria del Libro y que sería, tras la denuncia por abusos en 1976, un hombre asediado por las sombras.

En tiempo de veraneo la cultura era un ingrediente más de la fiesta. Paco Rabal filmaba una película con todos los zagales de Las cuatro plumas entre los que estaba Benito Rabal (Las cuatrocientas plumas, la llamaron). Por allí pasaban Tico Medina, Jesús Hermida, Juan Luis Cebrián, Jaime Campmany, Julio Iglesias… En el recuerdo infantil de los hijos de los periodistas esas personas solo eran amigos de sus padres.

En 1971 el Ayuntamiento nombró a Ángel María de Lera, Salvador Jiménez, Jesús de la Serna, Miguel Pérez Calderón, Miguel Ors (Las cinco plumas) y a Gonzalo Rodríguez del Castillo (subdirector general de los servicios informativos del ministerio de Información y Turismo) “Hijos Adoptivos de la Villa”.

Premio Las águilas de Águilas.

Para alargar el verano, Vicente Bayona propone en 1962 el premio Las águilas de Águilas cuyo espíritu es el que dará cuerpo al Premio Águilas de novela seis años después. Con el nombre de Francisco Rabal como reclamo, las gestiones de Damián Rabal y la plataforma que ofrecía la revista de cine Primer Plano el 2 de septiembre de 1962 el recinto de El Gran Cinema reunió a 1.500 personas, entre aguileños y gentes del cine, para celebrar la gala de entrega de los galardones, con la que se quería emular otros eventos promocionales como el festival de Benidorm. Solo pudo tener una edición.

La iniciativa tenía dos caras complementarias: la del premio por premiar y la de los galardones. Los participantes en la votación popular que otorgaban los premios ganaban un veraneo en Águilas: un mes en el establecimiento que en La Colonia tenía la familia Pallarés o una estancia de una semana en el Calypso. La convocatoria intentaba medir el grado de popularidad de los actores españoles bajo el reclamo de “¿Quiere usted veranear gratis en Águilas?” 

Aurora Bautista fue elegida la mejor actriz protagonista y la segunda fue Sara Montiel. El actor más popular fue Francisco Rabal, seguido de Arturo Fernández. Gracita Morales fue la mejor actriz secundaria, seguida de Isabel Garvés. El mejor actor secundario fue Julián Mateos, seguido de José Isbert.  Los actores y actrices considerados más simpáticos fueron Conchita Velasco, Gracita Morales, Tony Leblanc y José Luis López Vázquez. La mayoría de los premiados no pudieron asistir a la gala y los organizadores buscaron, para no deslucir el acto, otros artistas famosos. El artículo de Encarnita Molina “Las Águilas de Águilas” en el número 1.145 de Primer plano (Madrid, 7 de septiembre de 1962) relata con detalle lo sucedido.

La dimisión de Vicente Bayona como alcalde en 1963 da al traste con la estrategia de promoción de Águilas. La deuda contraída con Torres Gascón, el joyero de Murcia que hizo los siete trofeos (muy parecidos a los que se siguen dando en diferentes convocatorias), la acabó saldando el propio exalcalde.

Los planes urbanísticos.

Podemos hacer de la promesa del paseo bajo el Castillo, que iba a unir las dos bahías desde el Rincón hasta la Casica verde, un reflejo de cómo las modificaciones de mejora de la ciudad buscaban la complicidad de los aguileños para fomentar el diseño turístico de la villa. El ministro de Obras públicas de Franco Jorge Vigón Suero-Díaz vino a Águilas, al menos, en dos ocasiones. La primera, al poco de tomar posesión de su cargo (1957-1965), sobre las escaleras del rompeolas más cercanas al faro, para anunciar la construcción de paseo bajo el Castillo para contentar a los aguileños. En realidad se trataba de barrenar esa zona del monte para aprovechar las piedras para las obras de ampliación del muelle, que acabarían en 1963. La segunda visita, fugaz y con todo el protocolo agasajador de esos años, fue el 15 de enero de 1962.

Al calor del proyecto urbanístico de Las cuatro calas, que abarca todo el periodo de nuestro interés (1959-1972),  nacen otros con desigual fortuna. Entre ellos el que levantará el Complejo Delicias, Fransena y el Hornillo (1962-1985), Calabardina (1960), Todosol (1971), Niágara (1971-1973), Mary Carrillo y La Kábila (1971),  Los Collados-Weiss (1972), Calarreona (1972), Los Geráneos (1972)… Antonio Peregrín Arbide, Francisco Segura Navarro, Antonio Grima Muñoz, Jesús Fernández Martínez, Juan Fortún o José Rodríguez Pérez (“Rodrigón”) son algunos de los nombres que, como propietarios, agentes inmobiliarios o constructores van a dar forma a la Águilas que conocemos.

El Complejo Delicias tiene un interés especial para el tema que nos ocupa. Los cuatro edificios del complejo son de autoría diferente, aunque todos están en el terreno que ocupaba un antiguo almacén de esparto propiedad de Antonio Peregrín Arbide. El primero, el edificio Goleta, lo construyó el lorquino Pedro Hernández García. El de la Avenida de la Luz, cuyo nombre recuerda a la mujer del constructor fallecida en accidente de tráfico, es de 1963 y lo diseñó Miguel Fisac Serna (1913-2006). Este era uno de los más importantes arquitectos de la época y uno de los fundadores del Opus Dei. Inspirado en el organicismo escandinavo e innovador con el uso del hormigón ya había construido en Águilas y era otro de los contactos que había conseguido Armando Muñoz Calero, cuñado del promotor. Pero el edificio lo acabó levantando Antonio Peregrín.  El edificio Delfín, el más alto con doce plantas, es obra de Lucas López Cabrera y se quedó en la mitad de lo que debería haber sido. El restaurante con piscina que es ahora el Samoa o la pista de tenis completaron unas instalaciones que supusieron un hito en el perfil de la costa y un importante núcleo de concentración turística y cultural, con una especie de “higth society” madrileña entre la que se movían cirujanos, abogados, periodistas y hombres de negocios. Era el mismo Antonio Peregrín, el promotor, quien animaba a los madrileños a veranear en Águilas: José María Lorente Toribio (director de Marca), Juan Antonio Cortés de Ponte, consejero de Santillana, o Julio Muñiz González (cirujano digestivo de referencia) fueron algunos de ellos. Los pocos aguileños que iban al bar advertían que lo eran para que ajustasen los precios. Y en la pista de tenis se hacían misas con las mesas del bar y los zagales curioseaban en las duchas a monedas.  Juan Crouseilles Coronado era el administrador del Complejo Delicias y José Lencina Lorca el dueño del restaurante. Una foca presidía, mirando al mar, el bullicio veraniego. Algunos locales bajo la piscina daban vida comercial al enclave turístico (la peluquería de Juani la de los Candiles, el quiosco de Manuel Gris, el colmado de la Chava…), cuya estructura imitaría, sin la heterogeneidad de las distintas manos y fases de esta urbanización pionera, la Bahía de Águilas de Juan Fortún, frente a la desaparecida Cigarrilla.

En el Complejo Delicias hubo más vida cultural de la que imaginamos ahora. El mismo suelo del Samoa actual (en parte cubierto de madera ahora)  fue testigo de tertulias y conferencias. Allí, por ejemplo, se celebró en el verano de 1967 una velada literaria que reunió a doscientas personas en la terraza de su piscina. Eran los tiempos en los que Ángel María de Lera y Salvador Jiménez se sentían miembros de un grupo de intelectuales que querían ser vanguardia de los agentes para convertir Águilas en un núcleo cultural que había de tener una residencia, la Antonio Machado (construida por el Montepío de escritores que presidía Lera en los terrenos bajo el Pico de "l’Aguilica" cedidos para tal fin), en la que los novelistas y poetas pudieran retirarse para descansar y provocar encuentros y diálogos dinamizadores de  cultura. Por allí pasó ese agosto de 1967 Juan Emilio Bosch Gaviño acompañado de Carlos María Idígoras. En el restaurante Delicias se sirvió el cóctel a la prensa provincial el mayo de 1968 para promocionar el Premio Águilas de novela.

De las Cuevas del Rincón al instituto Alfonso Escámez, sin pasar por la residencia de escritores Antonio Machado.

El barrio troglodítico que ocupaba la falda del monte del Pico de l’Aguilica, habitado por pescadores que compensaban la precariedad de sus 50 m2 con una de las mejores vistas de la Bahía, es también un símbolo de esos años de transición. Llegaron a vivir más de ciento cincuenta familias y aunque fueron recolocándose por fases en otros lugares es en 1970 cuando, por imperativo legal, tienen que salir todos de allí para trasladarse al grupo l’Aguilica del barrio de El Labradorcico. Dice la historia y alimenta la mitología popular que Franco atracó con su yate Azor en la Bahía el 5 de abril de 1966, escoltado por la fragata F-36 Sarmiento de Gamboa. Emilio Landáburu era entonces el práctico del puerto y lo dispuso todo para el recibimiento. Una lancha de la fragata, con el almirante Nieto Antúnez, ministro de Marina, a bordo, viene a por el alcalde de Águilas, Luis Muñoz Calero y su hermano Armando. Parece ser que Franco, que no se bajó del Azor (sí lo hizo su esposa para ir a misa), desaprobaba la miseria que representaba para su España las condiciones de vida de los habitantes de las cuevas e instó a hacerlas desaparecer. Pero fue el gobernador civil  y el jefe provincial del Movimiento Antonio Luis Soler Bans quien, en realidad, expuso con detalle la situación de la vivienda en Águilas.

Con las cuevas derruidas, los terrenos bajo el tótem de l’Aguilica pedían un nuevo uso y ese fue el que quiso darle Ángel María de Lera: como concreción material del C.A.L.A  (centro de las Artes y las Letras de Águilas) consiguió, como presidente de la Mutualidad de Escritores de España, que le cedieran ese espacio para construir allí su barrio residencial de escritores. Pero en 1978 lo que se construyó fue el instituto de formación profesional Alfonso Escámez y la residencia Antonio Machado, objetivo fundamental de Lera, quedó en el olvido.

La construcción del auditorio y palacio de congresos infanta doña Elena, que ha eclipsado gran parte de Fransena, pero ha respetado la visión que tuviera Ángel María de Lera de la Bahía, puede ser la reencarnación, en otras condiciones, de la idea  por la que Lera impulsó y dinamizó el Premio Águilas de novela.

Transversalidad de la cultura en Águilas.

Pocos pueblos debe de haber que cultiven tanto el chovinismo de su raíz como Águilas. La imagen viral de “Españoles por el mundo” en el que el escritor Antonio Gallego decía en Estocolmo que no es de Murcia, que es aguileño, es más que una anécdota mediática. Las publicaciones sobre nuestras costumbres, historia y tradiciones y las obras de creación están muy por encima de la media esperable para un pueblo costero que busca en el turismo el crecimiento económico y el progreso. Esa preocupación ya debió darse en las charlas que los “aguileños romanos” (¿urcitanos?) mantenían en las termas, en los diálogos ilustrados de su refundación, en las inquietudes de los ingenieros ingleses, en las conversaciones de los ateneos, en el desparpajo  de las barras de las tabernas, en la animada vida cosmopolita que celebraba Sarita Masoin con música, amistad, mar y palabras en su Cotopaxi, en las gestiones y coyunturas que hicieron nacer y mantuvieron la llama cultural del Premio Águilas de novela. Basta pasarse por la papelería de Manuel Gris (uno de los nervios de la médula cultural aguileña de los años que nos ocupan) para ver en su escaparate la metonimia de lo que planteamos.

Para ilustrar la profundidad de esa inquietud cultural recordaremos una iniciativa que bien puede interpretarse como una maniobra a pequeña escala de lo que fue en una dimensión de mayor trascendencia en Premio Águilas de novela: el club Amangue del local de Acción católica (en el que también estaba el cine Cames y la Radio Caridad de Emiliano Navarro)

A mediados de los años sesenta, un grupo de jóvenes, entre los que estaban Francisco Navarro Campoy (conocido como Paco Lucas), Vicente Ruiz, Soledad Navarro y Rami Belmonte, creó un grupo al que el primero (consultando un diccionario que encontró en un almacén de esparto que pasaría a ser de bebidas) bautizó como Amangue (que en caló es la primera persona del plural del pronombre personal tónico, “nosotros”). Ese club era frecuentado por el sacerdote alternativo (por no llamarlo directamente comunista u obrero, figura que empezaba a darse a conocer por esos años y que da tema a un libro de Martín Vigil) Manuel Esteban Albert (que dejaría el sacerdocio, se casaría con Loli Lloret y acabaría como profesor en la Sorbona). Entre las actividades que el grupo dinamizaba, dos tienen especial relevancia: la obra de teatro Cualquiera sabe, escrita por Francisco Navarro Campoy y el “fancine” satírico  (rudimentario, artesanal) La trola del medio kilo en el que dibujaba Manuel Gris para ilustrar algunos de los chascarrillos de su contenido.

La breve obra teatral Cualquiera sabe nos permite sondear la situación de las relaciones entre cultura, libertad y poder. La primera representación en el local de Acción católica pasó como una actividad más. Su argumento de realismo social maniqueo e irónico parecía que no llamaba la atención de las autoridades locales. Un empresario explotador centra la acción por la que pasan coroneles, curas y políticos, un personaje simbólico con una hucha (representado por José María Morales López) con la que recaudar para restaurar las imágenes sagradas quemadas por los rojos. Todos buscan en el empresario la prebenda, el abrigo económico para mantener y mejorar sus privilegios. Como es muy mala persona, su hijo lo envenena. Salen los obreros aplaudiendo el saneamiento social que los libera, pero topan con la realidad: el látigo nuevo sustituirá al viejo látigo y nada cambiará (empeorará incluso). El éxito de la representación la llevó al escenario del Capri de Juan Ruiz, que se llenó. Al día siguiente Francisco Navarro Campoy, acompañado por su padre, tuvo que presentarse en el cuartel de la guardia civil. Las autoridades le instaron a declarar que el autor de la obra había sido Manuel Albert y no él para ahorrarse problemas (que no tuvo aunque se negó a aceptar el fraude)

Entre la sotana y la pana (parafraseo la expresión de Jordi Costa) hay un tiempo de reforma y ruptura. No podemos hablar de contracultura tal como la concebimos al hablar de la “Movida”, pero sí de unas corrientes internas dentro del sistema franquista que, alimentadas de aires de libertad (el Mayo francés estaba muy cerca) operaron para hacer virar la cachazuda embarcación de la dictadura hacia la democracia. Si el ambiente del Cotopaxi nos permite hablar de la comunión entre  la diversión, la cultura y una visión cosmopolita y artística de la vida, la convocatoria del Premio Águila de novela es la muestra de la simbiosis entre agentes sociales ideológicamente muy distantes y con intereses muy diferentes que, buscando al intersección, inventaron un lustro ilustrado de posibilidades para Águilas. Recordar que en el jurado del primer Premio pudieron compartir mesa Juan Emilio Bosch Gaviño y Antonio Tovar Llorente es todo un signo de intersecciones sinérgicas en unos tiempos menos grises de los que imaginamos desde la cruel y larga eclipse de la alegría que  fue la Guerra Civil. El primero, que ya andaba por la Águilas de Ángel María de Lera en 1967, fue un escritor que vivió en el exilio su oposición al dictador Leónidas Trujillo durante veintiséis años y que acabó siendo presidente comunista de la República Dominicana en 1963. El segundo fue un lingüista falangista, de la órbita de Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo, que estuvo presente en encuentros con Hitler y Mussolini, aunque en los años que nos ocupan había dado muestras de alejamiento de las consignas dictatoriales y se había posicionado como progresista moderado, lo que le supuso enfrentamientos con el Régimen. Si al final no pudo ser fue más por un problema de comunicación que de voluntad de los organizadores del Premio. Una situación análoga de convergencia en el interés común podemos verlo en el, a priori, extraño tándem dinamizador que conducían el alcalde Emilio Landáburu y Ángel María de Lera. Como aquella concordia fértil entre protestantes y católico tolerantes de principios del siglo XX. En ese contexto la labor de Armando Muñoz Calero y otros prohombres aguileños adquiere una dimensión que la distancia del tiempo y sus mitificaciones puede distorsionar. Porque hacer converger intereses puede beneficiar el conjunto de esfuerzos: crear una expectativa de turismo con la cultura y las instalaciones como reclamo (el Premio Águilas de novela iba a ser su enseña literaria y los planes urbanísticos su infraestructura de acogida) y en ese contexto, la creación de una residencia de escritores bajo la luz de la sombra del Pico de  "l'Aguilica" iba a suponer el símbolo del éxito de la empresa. En esa promoción turística, pues, Lera buscaba descubrir nuevas voces literarias (aunque se especulaba en las notas de prensa con los grandes nombres que se presentaban) y hacer visible su “lucha sindical” como presidente de la Mutualidad de escritores con la erección en la Bahía de levante de la residencia Antonio Machado (cuyos terrenos acabaron acogiendo el instituto Alfonso Escámez).

Las tertulias siempre han sido en Águilas un hábito arraigado, un síntoma de sus inquietudes culturales. La peña de Antonio Sánchez Cáceres, por ejemplo, conseguía reunir la diáspora de aguileños que convergían en el verano. Armando Muñoz Calero reunía en el Gran Cinema a tertulianos como Paco Rabal, el magistrado Francisco Román, el pintor Delgado Raja, el escritor Antonio Moltalvo, el oftalmólogo Miguel Martínez Mínguez, el director de instituto Paco Ros, Félix Luis Pareja (Subdirector  General de Inspección y Normalización del Comercio Exterior), Ángel María de Lera, Salvador Jiménez… Es muy probable que uno de esos encuentros, por una coyuntura de la distensión del diálogo, naciese el embrión de la idea de hacer brotar del terreno fértil del incipiente turismo la germinación del Premio Águilas de novela.

Cuando llegaron los madrileños simbolizados en Las cuatro plumas, como cuando lo hicieron los británicos, hubo alguna reticencia a su posible afán colonizador. Es cierto que en todo descubrimiento hay algo de prepotencia y algo de desconfianza, pero pronto se pudo ver la sintonía de la simbiosis. Valgan como muestras la vinculación de Ángel María de Lera con la cultura del trovo o las relaciones sociales de Salvador Jiménez con los nativos aguileños que supo extender a sus compañeros de chalet. Jesús de la Serna se hizo muy amigo de Jesús Gorreta Nieto, el chamarilero de detrás de la Estación: tanto que su hija María ha heredado esa amistad con su hijo, Jesús Gorreta García (quien no dudó en llevar al entierro del que fuera presidente de la Asociación de Prensa de Madrid, en septiembre de 2013, arena del Hornillo para que siguiera con él más allá del verano de la vida). Y tanto como para que su hijo Natxo se enrolase en la traíña Andrés y Ana de los Rabales a finales de los setenta, gracias al contacto con Apolonia, a quien Pura Ramos le hacía la compra. Y el “escándalo” del Cotopaxi sigue viviendo en esos vasos de tubo, rescatados del fondo de la playa del cura, en los que algunos aguileños todavía se toman sus cubatas ahora.


El Cotopaxi de Sara Masoin: el ambiente lúdico cultural de la “gauche divine” aguileña.

Como un Bocaccio exótico en la árida costa aguileña, el Cotopaxi dio lugar a encuentros entre la cultura y la diversión con una propuesta abierta de miras que chocaba con cierta mojigatería local. Calabardina dejaba de ser definitivamente un poblado almadrabero, la chanca que describió Juan Goytisolo en Señas de identidad y se erigía como lugar de veraneo con el local de Sarita como faro y con Paco Rabal como dinamizador y epicentro de juergas y literaturas.

Juan García Vidal y su socio José Rafael Pulido Albalá le compraron en 1960 a Pedro Méndez López (Perico de Cope) los terrenos que se extendían desde el final de la playa de la Cola hasta la actual calle Teresa Rabal. Sigfried von Mühlen, Sarah Irene Masoin y su hijo Michael G. llegaron a Águilas en su Mercedes en el año 1962 y les compraron, a veinte pesetas el metro cuadrado, casi mil[4] en la playa de  Canalicas de  En medio, conocida como la Playa del cura: el alemán, que fue chófer de Erwin Rommel (y murió en 1966) y la ecuatoriana (de raíz belga y francesa) fundaron allí un club en el que los clientes eran una especie de socios que, incluso, disponían en sus orígenes de armarios personales en los que  guardar sus bebidas. El presidente de ese club era Armando Muñoz Calero. El mono tití, el piano, las sombrillas en la playa y el poema “If” de Rudyard Kipling eran señas de identidad del “dancing”. Después, sobre 1968, se harían famosas, por motivos infundados, sus sobrinas que eran en realidad hijas de amigos de Sara y Sigfrido (al que algunos paisanos rebautizaron como “Sufrido”) que venían a veranear a España. No era habitual ver camareras en un mundo de camareros y eso alimentó una especulación sobre su promiscuidad, en una muestra de analfabetismo social causado por la represión normalizada y poco cosmopolita de la dictadura.

Juan García y José Pulido, en ese arranque de la década de los sesenta, le dieron a elegir a Francisco Rabal qué parcela de Calabardina prefería, en primera línea de playa, para situar su casa de veraneo y se la regalaron. El gesto es paralelo y coetáneo al de Las cuatro plumas del Hornillo que acogió parte fundamental de la responsabilidad organizativa del Premio Águilas de novela. La promoción del lugar para veranear, de las segundas residencias, es la base compartida de una inversión de futuro que ahora podemos contemplar con perspectiva.

Sarita aportó vientos de modernidad que no fueron bien interpretados por todos los aguileños (“que hubiera un lugar apetecible para el recreo del espíritu, escandalizaba a la mojigatería del pueblo”, dice Salvador Jiménez [5]). Paco Rabal era cliente asiduo, el aglutinador, y con su presencia venía también la de invitados ilustres como Ángel González, Rafael Alberti, Margarita Lozano, Miguel Delibes o Rafael Alberti, lo que da cuenta del nivel del ambiente intelectual de ese rincón de Calabardina. Aguileños ilustres como don Clemente, José Luis Muñoz, Manuel Gris, o Jorge Novella o lorquinos como los hermanos Pepe y Pedro Guerrero Ruiz o Carlos y José Collado Mena frecuentaban este local abierto a los vientos de libertad que empezaban a soplar. Por el local también pasó algún sacerdote (iba a su playa), un sobrino de Franco, Juan Carlos I cuando era príncipe o los miembros de una expedición oceanográfica. Los actores Catherine Deneuve y Stewart Granger, que rodaban por estos parajes,  pasaron por el local. Así como el decorador americano Gene Reed o el presentador alemán Dieter Thomas Heck, con quien venían otros famosos. Al calor de las amistades de Sarita se construyeron chalets en Calabardina otros famosos presentadores de televisión alemanes como Andrea Horn o Wyn Hop. Incluso Paloma Gómez Borrero, que estableció amistad con Sarita, solía acudir al Cotopaxi. También era frecuente que grupos de amigos y parejas fuese a divertirse. Incluso alguna familia se dejaba sorprender por el arte culinario de Sarita, que igual improvisaba una paella de salsa de tápena que les hacía un pollo a la piña. Más tarde, en los ochenta, el Cotopaxi era una de las muchas salas de fiesta de Águilas en lo que podríamos denominar la movida aguileña. Esos años los recuerda Jordi Rebellón, quien relaciona el local con su conocimiento de Paco Rabal (que todavía no había bautizado su chalet como Milana Bonita). La cultura se trenzaba con la diversión y llegaba a la trasgresión: Paco Rabal haciendo de director y matando a autoridades (que entraban en el juego) en su montaje; Paco Rabal como un Virgilio dantesco que hacía ruta por las discotecas e insultaba a los guardias civiles por el golpe de estado de Tejero… A finales de los sesenta llegó a inspirar una canción con aires de soul: “Cotopaxi ba ba ba”. La compuso Francisco Lara inspirado en el local (literalmente) y apareció en 1968 como cara B de un single de Micky y los Tonys. Armando Muñoz Calero, con quien Miguel Ángel Carreño Schmelter, Micky, había trabado amistad en los aperitivos del bar Goyescas de Madrid, veraneaba en Águilas en un apartamento facilitado por el aguileño que fue, además de médico, procurador de las cortes franquistas, presidente de la Federación Española de Fútbol y vicepresidente del Atlético de Madrid

Miguel, el hijo de Sarita y Sigfredo, recuerda que en sus tertulias del Cotopaxy aprendió a dudar: el Cotopaxi era una isla en el páramo natural aguileño en la que el tinto facilitaba la relajación del tiento y las conversaciones sobre literatura, cine o política llegaban a la conspiración intelectual.

El ojo lírico de Salvador Jiménez, amigo del Cotopaxi también, nos trae el ambiente del bar de Sarita[6]:

“[…] Coto Paxi, fiel a su nombre, era también un volcán pero que aquí, a la orilla clemente del  Mediterráneo y en una cala hecha a medida para la intimidad, se expresaba con la lujosa lava de la música y la poesía, del diálogo espontáneo, de la apacible y animada convivencia. Tenía algo de acogedor asilo de la cultura, de buque fantasma, de fábula y de mito y era como si a Águilas le hubiera nacido un rincón de mágico encantamiento. Y allí, claro, como una sirena varada, estaba Sarita, con dos clavitos negros en sus ojos, toda la gracia en su figura y la flauta mágica de los encantamientos en su guitarra su baile, su embaucadora palabra, su luminosa sonrisa. Era el hada madrina que había tocado con su varita mágica el escenario desolado de los ramblizos y piteras para convertirlo en un pequeño paraíso, tan bello que parecía artificial. […] Sarita, luego de mucha vida venturosa y aventurada, había encontrado al sur de Europa, su norte ansiado. Y aquí montó su casa, con gusto y pormenor. Y la ofrecía como lugar de encuentro, con el mar llenos de rosas azules, un piano que sonaba en la noche y una naturaleza epifánica y todavía casi virginal, para asombro de sus muchos amigos europeos. Fue ella la que le dio alas a Calabardina y aún no sé cómo entre los nombres que lucen las nuevas calles ni figura el suyo, con letras de oro. Gracias a Sarita se hizo Águilas sitio en el mapa de muchas ilusiones viajeras. Fue, sin proponérselo, una adelantada al turismo. Y empezaron a llegar alemanes, franceses y belgas, catedráticos, poetas, pintores, en cuyos oídos había sonado la caracola de la voz de Sarita. Y eran las hijas de los amigos, acabado su curso en la Sorbona, las que venían de vacaciones y convertían en Coto Paxi en un aula de verano, donde se comentaba el último libro de Boris Vian y se decían versos de Jacques Prévert o de Paul Eluard. Sonaba algo así como una “boitte” trasplantada de la “rive gauche” de París […]”

                                                                                                                                                       

          El Cotopaxi de Sarita se erige en el recuerdo como un símbolo de la simbiosis entre cultura y diversión, una de las singularidades y atractivos que ofrecía el Premio Águilas de novela como galardón del verano. El árbol de la vida y el de la ciencia en una misma raíz. Funcionó como local social (en una progresión de club a sala de fiestas) entre 1963 y el 2000. Sara Masoin falleció en mayo de 1999 y su hijo Miguel lo vendió en el 2000, fagocitado ya su encanto por las dos urbanizaciones que priorizaban en la promoción turística de Águilas la especulación urbanística sobre la cultura.

Todo por el pueblo, pero sin el pueblo, aunque  en nombre de Águilas.

Ese lema, trasposición de la consigna del despotismo ilustrado, puede acercarnos a las relaciones que entre el poder y el pueblo (la economía y la cultura incluidas) se establecieron para alumbrar el Premio Águilas de novela. Ya han quedado pespunteados algunos embastes de ese tejido sobre el que ahora volvemos para asegurarlos y seguir con esta confección histórica.

Una forma de concebir este planteamiento nos lleva a aguileños ilustres como Armando Muñoz Calero o Alfonso Escámez, quienes aprovecharon su posición prominente en  la España del momento para beneficiar cuanto pudieron a su pueblo. Y aunque la cultura no precisa siempre de locales específicos donde fomentarse, la construcción de infraestructuras ayuda a determinados formatos. Los cotillones son una manifestación lúdica de la cultura popular y han tenido en la  plaza de Antonio Cortijos (La pista) un epicentro magnífico. Hay un documento en el Archivo General de la Región de Murcia (CARM, 23453/42), de fecha inicial 1995, cuyo título, explícito, expone: “Expediente sobre yacimientos y excavaciones arqueológicas A399/95: Construcción de auditorio al aire libre en plazas de Antonio Cortijos y Alfonso Escámez, Águilas”. Y antes, poco después de inaugurada la plaza Antonio Cortijos, casi estuvo a punto de materializarse un complejo social, cultural y deportivo, diseñado por los arquitectos  municipales Cantalejo y Moreno de debería haberse inaugurado en los terrenos del Campo Polideportivo en el verano de 1974. Finalmente, el proyecto ha acabado siendo realidad en el auditorio y palacio de congresos Infanta doña Elena (de los arquitectos Alberto Fernández Veiga y Fabrizio Barozzi), que desde el 2011 ha creado otro centro cultural muy cerca de donde Ángel María de Lera tenía pensado ubicar la residencia de escritores Antonio Machado.

El sello que el Ayuntamiento solicitó al delegado provincial del Ministerio de Información y Turismo y al director general de Correos y Telecomunicaciones en febrero de 1969 buscaba la forma de sistematizar la subscripción popular que sí se consiguió en la primera edición con la petición del donativo puerta a puerta.  Se buscaba que los “microfinanciadores” adhirieran este sello, que habían comprado con una aportación voluntaria, en el reverso de las cartas que enviaran, además del franqueo oficial. En el Premio de 1968 consta una recaudación popular de 212.400 (unos 1.276 €, cuya renta actualizada sería de unos 29.000 € -unos 4.825.000 pesetas al cambio). Locales emblemáticos como el bar Alhambra, Las Brisas, el Americano, Kaníbal,  El Túnel, El Porro, Los Mariscos, Felipe, Ruano, Los Candiles, Cruz del Sur, Deportivo o La alegría de la Huerta hicieron sus aportaciones, como tantos otros, de 250 pesetas (un euro y medio –que equivaldrían a unos 34 € ahora, unas 5.650 pesetas-). Las aportaciones más cuantiosas fueron de 25.000 pesetas (unos 150 € -equivalentes a 3.400 € que serían unas 566.000 pesetas) que donaron la Barreiros y Crysler de Lorca o el Banco Central de Escámez y las más modestas las 100 o 50 pesetas de algunos particulares. Entre los contribuyentes a la causa de más peso específico en Águilas, podemos destacar a modo de ejemplo las 15.000 pesetas que, a título individual, donó Alfonso Escámez o las 10.000 que aportaron, respectivamente, Francisco Segura Navarro (Fransena), Antonio Peregrín Arbide (Complejo Delicias) o Luis Muñoz Calero y Jesús Fernández (Matalentisco).
Nos recuerda Miguel Pérez Calderón[7]

“[…] que el pueblo aportaría democráticamente, peseta a peseta, lo que ya de entrada lo distinguía y lo distanciaba en los sustantivo de cualquier otro premio. Este lo iba a sufragar y lo ha sufragado un pueblo por subscripción  -sus pescadores, sus obreros, sus gentes del campo- en las medidas de las fuerzas de cada uno- […]

Y Antonio Rodríguez de las Heras, el primer biógrafo de Lera nos dice[8]:
           
            “Lera ha sido el promotor del Premio Águilas de novela. A su iniciativa ha respondido el pueblo, no sólo con entusiasmo, sino con su dinero: El I Premio se financió con una colecta –doscientas mil pesetas-. El II Premio corrió a cargo del Ayuntamiento. El III y los que sigan, con una participación de doscientas mil pesetas por parte del Ayuntamiento y trescientas mil de Editorial Linosa en concepto de derechos de autor”

Aunque le mantenimiento económico del Premio era fundamental, no lo era menos el establecimiento de contactos personales para posicionar la idea. De eso se encargaron, además de sus aportaciones económicas, las personas que habían encontrado en la convocatoria una intersección fértil para sus intereses, fueran estos culturales, urbanísticos o, simplemente, de amor a su tierra. Dos anécdotas pueden servirnos para concebir el contexto de la promoción turística de Águilas: el eco que la prensa (y del Libro de festejos) dio al amor del japonés José Luis Toshio Ito por Águilas y la aguileña María Luisa Carrasco Cayuela y el éxito del Calypso en 1965 explicado en Línea por el testimonio de Gonzalo Rodríguez del Castillo (redactor jefe de la agencia EFE y jurado el Premio en 1969, 1970 y 1971), ya que “ni por recomendación” había plazas antes del 20 de septiembre.

Basta leer dos artículos de ABC (“Veladas en Águilas” de Lera –sábado 26 de agosto de 1967- y “Alas para el vuelo de Águilas” de Salvador Jiménez –sábado 2 de septiembre de 1967-) para comprender cómo se estaba fraguando la gestación de Premio Águilas de novela en su multidimensión.

Un lustro al que sacar lustre para ilustrarlo: 1968-1972.

El 17 de agosto de 1968 se presentaban en sociedad dos acontecimientos: la primera gala del Premio Águilas de novela y el nuevo hotel Calarreona.

El próximo día 31 de mayo finaliza el plazo de presentación de originales para el Premio de novela Ciudad de Águilas, que este año alcanza su quinta edición y está dotado con la cantidad de 70.000 pesetas.
Podrán concurrir a él, como en sus ediciones anteriores, todas las novelas inéditas escritas en lengua castellana, cualquiera que sea su nacionalidad de su autor, con una extensión no inferior a 200 folios tamaño holandesa”[9]
El texto anterior es la escueta nota de prensa que convoca a la última edición, igual a las anteriores, excepto en la cuantía del galardón. Hasta  mayo de 1972 no  se formaliza el “Reglamento para la concesión del Premio Águilas de novela u otras manifestaciones artísticas”. El mismo gobernador civil de Murcia, Enrique Oltra Moltó, que gestionará la agonía y muerte del Premio es quien aprueba el documento que le había de dar estructura legal y reglamentación.

Ángel María de Lera, novelista dignificador del oficio de escritor.

Dice Salvador Jiménez en su Murcia y la herida del tiempo[10] que a Lera de gustaba vivir en Águilas, entre otras cosas, “porque no había cruz de los caídos”. Su propósito, además de disfrutar de la tranquilidad necesaria para crear con una rutina que no podía llevar en Madrid, con baño al alba en su “piscina” de Las delicias, era crear una institución en Águilas sobre la que poder mejorar la gestión cultural. Como presidente de la Mutualidad Nacional de Escritores (oficialmente, desde el 14 de septiembre de 1970) ese era su objetivo fundamental en la maniobra del Premio Águilas de novela. Preocupado por las precariedades del oficio de escritor, promovió ALCE, una gestora que buscaba agilizar la conexión entre el escritor y el lector, anulando la mediación del distribuidor. Deja clara su intención en la prensa y muy clara en el libro de festejos del verano de 1971en su artículo “El Centro de Artes y Letras de Águilas en su desarrollo histórico”[11]:

         “No le bastaba a Águilas poseer un clima sedante, calas y playas en un mar calmoso y transparente, un cielo pintado siempre de azul, sosiego y un ánimo predispuesto a la acogida afable, para distinguirse de otros pueblos mediterráneos igualmente privilegiados. Águilas necesitaba ser un ejemplo en el cultivo de los valores más estimados: los del espíritu. Por eso, mientras en otros lugares se estimulaba, como atrayente máximo de promoción la frivolidad o el chafarrinón pintoresco, en Águilas se empezó por crear un premio literario que ya está clasificado entre los más importantes de España. En Águilas se sabía que unir su nombre a una obra de arte es la más inteligente manera, al par que la más digna, de llegar a la fama para siempre. Porque el libro es la más alta ejecutoria de servicios a la comunidad y porque la cultura no sólo ennoblece y constituye la inversión más rentable, sino que es lo único que queda cuando todas las demás glorias han desaparecido. Hoy, apenas nadie se acuerda de la batalla de Lepanto, pero todo el mundo sigue leyendo el Quijote y sabe que existe un pueblecito manchego que se llama El Toboso.
         Siguiendo esta inspiración, y con objeto de dotar a sus empresas culturales de una base sólida, se constituyó el año pasado el “Centro de Artes y Letras de Águilas” (C.A.L.A), cuta presencia va unida a la de la Corporación Municipal y cuya Junta elige democráticamente[12] sus socios. Nada más legalizada, los dueños titulados de los terrenos de la “Aguilica”, donde se asentaba las cuevas, hicieron donación de los mismos al C.A.L.A mediante escritura pública, por lo que esta asociación puede disponer libremente de ellos para sus fines.
         Desde que yo pisé Águilas por primera vez, esos terrenos, propiedad hoy del C.A.L.A, llamaron mi atención y ya entonces surgió en mí el propósito de asentar en ellos unas residencias o “Casas de Creación” para escritores. Por supuesto, carecía de los medios para realizar este proyecto, pero la idea cundió y pronto fue compartida por quienes –aguileños de nacimiento o de adopción- podían aportar una ayuda y una colaboración inestimables para llevarlos a buen fin.
         De día en día la idea se redondeaba y se hacía más sugestiva y ambiciosa. Lo concebido como un conjunto de residencias para escritores podía convertirse en un centro cultural irradiante a nivel internacional. No solo nuestros escritores se retirarían temporalmente a Águilas para descansar y escribir, sino que su hospitalidad se extendería a escritores de otras nacionalidades. Al mismo tiempo se enlazarían con Universidades norteamericanas para que sus cursos de español, que hasta ahora se acogen en otras ciudades y centros españoles, tuvieran en Águilas durante el invierno, y en los programas de actividades del C.A.L.A cabrían congresos, festivales de música y teatro, exposiciones y simposios.
         ¿Demasiado, tal vez? Nada es demasiado para la voluntad humana. ¿Difícil de lograr? Por supuesto, pero todo consiste en dar el primer paso, y ese primer paso puede darse muy pronto, el próximo otoño, si queremos.
         El Departamento de Gerontología de la Seguridad Social ha ofrecido a la Mutualidad de escritores, de reciente creación, construir cien o ciento cincuenta “bungalows” para residencia de escritores ancianos, dotados de todos los servicios asistenciales complementarios. Naturalmente, lo primero que se necesita para ello es disponer de unos terrenos adecuados. La Mutualidad de Escritores no los tiene, pero si el C.A.L.A le cediese los suyos de la “Aguilica” o autorizase a la Mutualidad de Escritores para que construyese en ellos esos “bungalows”, el proyecto entraría en vías de realización en muy corto plazo, y ese podría ser el primer paso, ese echar a andar, ese romper la inercia de que depende que los sueños se transformen en realidad.
         Estoy seguro que, después, todo lo demás vendrá por sí solo y que en fecha no muy lejana el nombre de Águilas sonaría como el del foco de irradiación cultural más brillante del área mediterránea. Entonces también habría llegado el momento de sentirnos orgullosos de nuestra obra.”
Esto había dicho en Informaciones y ABC en marzo de 1968, con el entusiasmo de la promesa intacta y la idea de que tras él no había “ni un mecenas ni una casa editora” que el premio lo sostenían los “pescadores de Águilas”:
Tras el premio de novela se establecerán otros más. Poesía, cuento, periodismo, además de levantar un barrio residencial para intelectuales, con el fin de que puedan reunirse, trabajar y descansar en un clima propicio”.
“[…] el premio es preámbulo y anuncio de otra empresa de dimensiones culturales mucho más ambiciosas y a la que quedará vinculado: la conversión de Águilas en un centro donde sean convocados en programas sucesivos los más importantes pensadores, científicos, artistas del mundo, para celebrar congresos, encuentros y simposios que tengan por base la discusión los temas y cuestiones del más alto interés cultural”.
            El autor de Las últimas banderas, por mediación del contacto con el profesor del Rolling College de Florida Frank Sedwich, a quien conoció en Madrid en su visita anual con sus alumnos por Europa, estuvo en febrero y marzo de 1969 dando un ciclo conferencias en diecisiete universidades americanas. Quiso Lera, en su idea de hacer de Águilas sede universitaria, que aquellos alumnos del profesor Sedwich y otros pudieran disfrutar de una estancia cultural en la que compatibilizar el descanso con la formación que la universidad de Murcia en Águilas podía darles.
            Lera supo vehicular sus propósitos con el apoyo de intelectuales bien posicionados, la corporación municipal y los prohombres aguileños y el pueblo de Águilas. Era un negocio en el que todos los agentes implicados ganaban, en principio. Como sabemos, la sucesión de acontecimientos fue complicando las pretensiones y empezaran a fallar las sinergias necesarias para un proyecto tan ambicioso.

Emilio Landáburu García, un alcalde ilustrado.

En el cóctel de presentación que se organizó en el hotel Mindanao de Madrid el 7 de mayo de 1968, Emilio Landáburu, arropado, entre otros, por Ángel María de Lera y Salvador Jiménez, dejó muy claro en sus palabras la intención y la pretensión del Premio. Partía su discurso de la tradición hospitalaria y el espíritu acogedor de los aguileños y de sus raíces culturales. Recordemos algunos pasajes de la presentación[13]:

[…] como práctico del puerto, seré el primero en recibiros si venís por mar, y como alcalde, en serviros en cuanto entréis en mi demarcación. […]
Águilas queda algo lejos de Madrid. Aunque antes he dicho que soy un alcalde de pueblo, Águilas es una ciudad. No os abrumaré, pero Roma y Grecia, fenicios y cartagineses hicieron residencia en nuestro pueblo. Por allí entró la cultura en España. A dos leguas de mi Ayuntamiento descubrió Siret la cultura del Argar.
Lo que Águilas intenta ahora es volver a los orígenes, que fueron de cultura, desde la raíz primera a nuestro renacimiento como ciudad, obra de la Ilustración. Nuestras calles se llaman del Conde de Aranda, de Floridablanca, de Carlos III. Ellos reconstruyeron Águilas de las cenizas de un incendio. De las cenizas de su memoria, Águilas levanta hoy el vuelo con un premio literario que van a costear los ciudadanos aguileños. Un premio sin ningún torpe afán localista; antes al contrario, con vocación que, si no fuera exagerado, me atrevería a decir universal.
Águilas, lejos de Madrid, nunca lo ha estado de Europa. Y ahora, en un momento de desarrollo material, de bienestar, queremos hacer hincapié en la cultura, el desarrollo verdadero y el único bienestar que no cansa.
No buscamos el eco en la canción, sino la edificación en la palabra. La palabra engendra el pensamiento. Os animamos a escribir. Y os ofrecemos lo que tenemos: las alas de nuestro pueblo, con el deseo de remontar el vuelo.
Ya conocéis e texto de la convocatoria del premio. La otra convocatoria para que vayáis a Águilas no la damos por escrito, sino de corazón […]”

            En ese acto promocional, Salvador Jiménez avanzó que el Premio era el emblema de toda una serie de convocatorias culturales y que la residencia de escritores proyectada (“barrio residencial” lo llama él) pondría a Águilas como foco cultural de sureste español: los intelectuales han de encontrar en Águilas el clima y el ambiente adecuado para descansar y crear. También intervino Ángel María de Lera, quien afirmó que apoyaba con entusiasmo la convocatoria (él, el último premio Planeta, escrito, en parte, en Águilas, entre baños y descanso).

“[…] porque detrás de él no hay ni un mecenas ni una casa editora: detrás de él, sosteniendo el premio, están los pescadores de Águilas […]”[14]
Esa idea-eslogan de premio de un pueblo y premio literario del verano insistieron sus promotores hasta que la gestión económica complicó sus balanzas y cuestiones políticas  dificultaron su fluir. En la contrasolapa del segundo de los premios, el de  Cecilia G. de Guilarte, declaraban:
Águilas es un bello y luminoso pueblo mediterráneo de la provincia de Murcia, con 18.000 habitantes, que atrae las miradas de los hombres de letras y que pretende ser el centro de irradiación cultural del sureste español. Ha creado un premio literario, a cuya dotación contribuye su vecindario unánimemente, porque los aguileños saben que la grandeza de un pueblo no reside tanto en los signos externos de una opulencia material como en los frutos de su espíritu”
           
Otro de los objetivos del Premio, el de descubrir nuevos talentos novelísticos, lo expresa el propio alcalde Landáburu en el prólogo que hace a Cualquiera que os dé muerte[15]:

[…] Una mujer.
Y un Ayuntamiento, el de Águilas.
Empecinado en embellecer un rincón del Mediterráneo, resplandeciente de luz y color.
Enciende su linterna en la búsqueda de nuevos valores para elevar un palmo más el gallardete intelectual español.
Esta vez encontró a: Cecilia G. de Guillarte”

Tras la presentación nacional en Madrid vino la provincial en el Complejo Delicias el 15 de mayo de ese 1968 ante la prensa de la región. El alcalde, la comisión municipal organizadora (Jesús Fernández Martínez como presidente, Doroteo Jiménez Martínez como vicepresidente, Andrés Fernández Corredor como tesorero y Gaspar Giménez Carmona como concejal de cultura) y algunos aguileños de peso como Armando Muñoz Calero repitieron el mensaje y anunciaron la posibilidad de un franqueo voluntario añadido a la correspondencia para ayudar a sufragar el Premio, que ya se ha comentado.

Autores, novelas y galas del Premio Águilas de novela (1968-1972). Breve historia del que tenía que ser el premio literario del verano

            La edición de 1968 la ganó el farmacéutico alhameño Lorenzo Andreo Rubio (1926-2015) con El Valle de los Caracas la noche del 17 de agosto en los jardines del hotel Calarreona (inaugurado un mes y medio antes y con Ulpiano Puche como relaciones públicas). El premiado era un desconocido y, por tanto, un nuevo posible valor novelístico. En el Jurado que valoró las 96 novelas participantes estaban, junto a algunos de los que serán habituales (Lera, Martín Vigil, Jesús de la Serna, Salvador Jiménez –como secretario-), la novelista social Dolores Medio (ganadora del Nadal en 1952), Ignacio Camuñas (en representación de la editorial Guadiana, la responsable de publicar la obra premiada) y, como presidente, Antonio Tovar, garante del orden del Régimen. Entre los quince finalistas había nombres importantes: Fernando Quiñones, Mercedes Fórmica, Eduardo Garrigues, Enrique Azcoaga, Victoriano Crémer, Enrique Nácher, Alfonso Martínez Mena, Alfonso Albalá, Luisa Llagostera o Víctor Chamorro. La novela ganadora planteaba una visión particular de inmigrante español en Venezuela, la odisea precaria de un exilio económico, que el autor plasma desde un realismo irónico que hace que esperanza y fracaso vayan haciendo progresar a su personaje protagonista, Prudencio García, que tan bien puede simbolizar a tantos españoles obligados a emigrar para poder subsistir en esa España del segundo tramo de la posguerra (como hiciera Lera en su Con la maleta al hombro, 1965, sobre la emigración a Alemania)  El desarrollismo venezolano permite al lector compararlo con el español, dando voz directa a los personajes nativos y describiendo diferentes espacios (urbanos, rurales, selváticos) para mostrar cómo la miseria, la constancia del esfuerzo y la picaresca pueden conducir al éxito, exhibido en una vuelta del protagonista a una España que agasaja a sus hijos pródigos. Las 200.000 pesetas del premio (1.202 € -que equivaldrían hoy a unos 27.674€, unos 4.604.585 pesetas-), daban al Premio un caché que lo situaba entre los mejores del momento.

            En todas las ediciones se siguió el método Goncourt y la independencia del Jurado, a pesar de las presiones, intentó siempre regirse por la calidad de la obra premiada. Esa fue la razón del premio desierto de 1971 y, quizás, del final del Premio al años siguiente.

            De los 52 participantes del Premio de 1969 salió ganadora, de entre los 11 finalistas, Cecilia G. de Guilarte (Tolosa, 1915-1989), una republicana católica, corresponsal de guerra para CNT Norte, que había regresado de México en 1964 y había sido compañera de Amós Ruiz Girón, comandante republicano. En España era una desconocida por la amnesia impuesta: en México era una personalidad. Se habían presentado Antonio del Amo, Manuel Linares, Pedro Pablo Padilla, Bayardo Tijerino o Diego Moreno Jordán (que fue quien le disputó el Premio a la ganadora). Su novela Cualquiera que os dé muerte (cuyo título en una redacción primera que presentó al premio Planeta era Todas las vidas) fue la galardonada en la Glorieta del Casino el 23 de agosto y editada, como las dos siguientes, por Linosa (tras la rescisión de la responsabilidad editora de Guadiana). En el Jurado, Lera (que lo será de todas la ediciones como garante de la calidad litetaria), Martín Vigil, Pérez Calderón, Ricardo Fernández de la Reguera (novelista galdosiano), Gonzalo Rodríguez del Castillo (corresponsal en de la prensa del Movimiento en Alemania, responsable en el extranjero de Arriba) y Carlos María Idígoras  (escritor, periodista y combatiente de la División Azul –aunque espíritu libre e inconformista después-). Las declaraciones políticas de la ganadora alertaron a gobernador Alfonso Izarra Rodríguez del riesgo de dejar en manos de un comandante del Ejército Republicano como Lera (preso entre 1939 y 1947) la gestión y dinamización del Premio. Esta prevención no impidió que este constituyera el Centro de las Artes y las Letras de Águilas o que casi consiguiese hacer del molino de la Sagrera un espacio rehabilitado como biblioteca. La tolosarra, exiliada en México entre 1939 y 1964) que llegó de madrugada con sus dos hijas, ganó 250.000 pesetas (1.505 € -33.860 € de los de hoy, que serían unos 5.633.863 pesetas) con una novela que narra la historia de una familia desde 1917 hasta los años sesenta, pasando por la proclamación de la República o el cisma de la Guerra civil, con un ingrediente católico presente en el título y en la dedicatoria, como antídoto al  evidente posicionamiento republicano de la autora. Francisca Amaya Iraola es su protagonista y su contrapunto es la exiliada en Sonora María de Cascagorri. La autora de Cualquiera que os dé muerte volvió a Águilas en diciembre de 1969 para firmar ejemplares en el quiosco de Anica.

            El 8 de agosto de 1970, también en la Glorieta del Casino, se falló el tercer Premio: Ramón Hernández García (Madrid, 1935), bajo el seudónimo de “Humbert Humbert”, lo ganó con La ira de la noche, una narración de estructura compleja, psicopatológica, con un tono onírico y cruel emparentado con La naranja mecánica de Burgess-Kubrick (1962-1971), en la que su protagonista, Walia, traumatizada por su niñez en una taberna-burdel de Hamburgo, nos muestra la oscuridad de la mente humana. El novelista ganador no era un descubrimiento, puesto que ya había publicado El buey en el matadero (1967) y Palabras en el muro (1969). Esta fue la edición del mayor impulso de difusión del Premio: la promoción del Ayuntamiento, con Cecilia G. de Guilarte como abanderada en Madrid y su dotación eran un reclamo que parecía dar solvencia y cierta consolidación de la convocatoria literaria y a la promoción en la capital de Águilas como destino vacacional. Las actuaciones en la gala de entrega (con la televisiva Marisa Medina como presentadora y las actuaciones de Salomé, Nati Mistral y Julio Iglesias) eran la confirmación de la apuesta promocional de Águilas como lugar turístico de alto nivel por la calidad de los artistas convocados. Espinosa fue el responsable del montaje técnico y José Ortega Cano el operario electricista que controló desde el Casino su funcionamiento. El Jurado, que acabó seleccionando 16 finalistas de entre todas las obras presentadas, lo formaron Lera, Gonzalo Rodríguez del Castillo, Pérez Calderón, Dámaso Santos Amestoy (crítico literario y periodista cultural), Gaspar Gómez de la Serna y Scardovi (primo de Ramón Gómez de la Serna que se definía como “falangista, orteguiano e ilustrado”) y Juan Ramón Masoliver (primo de Luis Buñuel, pionero de la vanguardia catalana y conocedor de la europea, ensayista, periodista, crítico de arte y traductor). Las declaraciones de este último en La Vanguardia reafirmaban la voluntad internacional de la empresa de Ángel María de Lera de crear la residencia de escritores Antonio Machado. El ganador no pudo asistir a la entrega. Las 500.000 pesetas de su dotación lo convertían en el segundo premio más importante de España. Ese año La cruz invertida  de Marcos Aguinis ganaba con el Planeta el mismo 1.100.000 pesetas que ganara Lera con Las últimas banderas en 1967 (la misma cantidad de los ganadores de 1971 y 1972 –desde las 40.000 de su primera edición en 1952-). Esos 3.005 € equivaldrían ahora a 62.970 €, unos 10.480.000 pesetas. En esta edición llegaron a la final dieciséis novelas, entra las que estaban las de Enrique Nácher y el cubano Bayardo Tijerino (otra vez), Jesús Torbado (premio Alfaguara en 1965 y premio Planeta en 1976) y Enrique Calvet Pascual. La apuesta arriesgada de premiar una novela de una lectura difícil, de una obra poco comercial, da una pista sobre la integridad de criterio del jurado.

            Pero la edición de 1971 truncó las aspiraciones generadas en la anterior. Los movimientos tácticos para darle entidad y difusión auguraban otra cosa. El reconocimiento institucional que el Ayuntamiento exhibía al nombrar en marzo Hijos Adoptivos de la Villa a las “Cuatro Plumas”, Ángel María de Lera y a Gonzalo Rodríguez del Castillo o la fiesta de gala preparada (con Elena Martí  y el excéntrico Jaime de Mora y Aragón como presentadores y Karina, Miguel Ríos y la Polaca como artistas), que estrenaba un arriesgado escenario sobre la piscina de las novísimas instalaciones deportivas y sociales de Fransena, no fueron suficiente. La decisión del Jurado de dejar el Premio desierto y ciertos detalles económicos (la supuesta recaudación para la Residencia San Francisco) eclipsaron con polémica el pretendido éxito. Era sábado 7 de agosto. El Jurado, formado por Gonzalo Rodríguez del Castillo, Lera, Pérez Calderón, Gaspar Gómez de la Serna, Roberto Mur (catedrático de lengua y literatura y director del instituto de enseñanza media de Águilas, entonces) y Francisco Ros (catedrático de matemáticas y director del instituto de Lorca) entibió el entusiasmo. Entre pseudónimos, llegaron a la final Los gallos muertos de “Jaime Trulla” (Miren Díez de Ibarrondo) y Una poca gente de “Martín Fonseca”. Otro de los participantes defraudados, Mugar (el aguileño Juan Muñoz García -1932-1997-), autor de La vida tiene un murmullo sexual, avivó la polémica de la decisión. Lera o Gaspar Giménez Carmona, presidente de la comisión organizadora, tuvieron que lidiar con el problema creado para limpiar y abonar el terreno de la siguiente edición.

El Gran Cinema, marco de otros acontecimiento culturales (Las águilas de águilas, las proyecciones de cine o las tertulias que hermanaban a aguileños inquietos con veraneantes cultos), fue la sede de la quinta edición. Se inauguraban ese 5 de agosto de 1972 las nuevas conducciones de agua con la exhibición en las fuentes de la plaza Alfonso Escámez. Se presentaron 60 novelas y, entre los 13 finalistas, estaban los seudónimos de J. Rodríguez, Jorge Plana, Manuel González Villanueva, Pedro Monsalve, Oyarzábal, C.J.C y Alejandro Galán y los nombres de Eduardo Pons Prades (republicano anarcosindicalista, exiliado en Francia), Raúl Torres, Carmelo L. Lozano, Enrique Nácher (otra vez más),  Antonio Segado del Olmo y Ricardo Conejero Urrutia. Fue el mallorquín Joan A. Plá García (1934-2016), bajo el seudónimo de “Escipión”, redactor de Pueblo, dibujante y amigo de Paco Rabal y Manuel Coronado (en él se inspiró para sus “angelots”), quien ganó con Maremágnum las 700.000 pesetas (4.200 €, unos 75.600 € en la actualidad –unos doce millones y medio de pesetas-), que tardó en cobrar. El Jurado estaba formado por Lera, Gaspar Gómez de la Serna, Jesús de la Serna, Salvador Jiménez, Pablo Martínez Corbalán (jefe de redacción de Triunfo), Pérez Calderón, Miguel Ors y Roberto Mur Montero (que llegó a ser director general de Coordinación y de la Alta inspección, secretario general de Educación y Formación Profesional del Ministerio, consejero de educación en Brasil y director del colegio Miguel de Cervantes en Sao Paulo, además de catedrático de literatura, y jefe de inspección educativa en Barcelona) y Adolfo Muñoz Alonso. Este último (teólogo, camisa vieja de Falange, Consejero Nacional del Movimiento y Procurado en Cortes en activo en ese momento, rector de la Universidad de Madrid y director de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo), que ejercía de presidente del Jurado, era el control que el Gobierno puso al Ayuntamiento para evitar las desviaciones de la ortodoxia ideológica que el Régimen pretendía mantener. Las presiones directas del gobernador a Emilio Landáburu para evitar la influencia de Lera en el certamen y la mala gestión económica del Premio (la gala misma fue un fracaso económico) dieron al traste con la empresa. La actuación de Nati Mistral y Julio Iglesias, que repetían, y la del humorista Chicho Gordillo fueron el canto del cisne del Premio. Y Maremágnum, una deslavazada novela-reportaje que narra la vida de un periodista, Pedro Martín, que pretende ser honesto  entre las tensiones de todos los estratos de la profesión en un mundo caótico, artero y cínico que tiene en Jaime Pons a su valedor, fue también el cúmulo de confusiones y tensiones en que se diluyó tanta posibilidad como el Premio ofrecía a la producción novelística y a la promoción turística de Águilas. Un galardón auspiciado por periodistas tiene el arribismo del periodismo como último tema novelado.

Las galas de concesión del Premio Águilas de novela fueron pensadas para complementar el prestigio literario con la promoción que los invitados de renombre podían darle al evento y con ello conseguir uno de los objetivos del galardón: poner las bondades turísticas de Águilas en los circuitos más beneficiosos para ganarse un nombre como Marbella, Benidorm o La Manga. La inversión en infraestructuras necesitaba el reclamo de una mercadotecnia diferente al simple sol y playa. Sol, playa y cultura (literaria, monumental, musical) era lo que ofrecía el reclamo de esta estrategia orquestada por  los aguileños ilustres y sus socios periodistas y escritores de Las cuatro plumas, con Ángel María de Lera y el alcalde Emilio Landáburu como dinamizadores principales. Como hemos visto las galas del fallo del jurado fueron todo un acontecimiento social en cinco agostos aguileños, que acrecentó la presencia de figuras de la canción o la televisión en los veranos, una de las señas de identidad de la Semana grande. En 1971 actuaron Conchita Bautista, Los tres sudamericanos, Cristina, Basilio o Los mismos. En 1972 pasaron por el Parque municipal o plaza Madrid (que ya era conocido como plaza de Antonio Cortijos) Luc Barreto, Rocío Jurado, Mochi, Daniel Velázquez, Dova, Camilo Sesto, Mari Trini, Nino Bravo o el presentador Miguel de los Santos.  Cuando el Premio dejó de ser sostenible política y económicamente, el consistorio, ya con José María Guillén Florenciano como alcalde, decidió mantener esa costosa costumbre haciendo que los “cachés” fuesen financiados con el precio de las entradas de la plaza de Madrid, que ya se llamaba oficialmente (desde julio de 1973) Antonio Cortijos.

En las dos primeras galas la organización no contrata a figuras de renombre. Pero la tercera convocatoria ya moviliza mayor aparato mediático y empiezan a moverse los contactos personales (de Miguel Ors, por ejemplo, para traer a Julio Iglesias) para dar más brillo al evento. Baste, para ver la dimensión de la pretensión, lo siguiente. Massiel ganó el Festival de Eurovisión en 1968 y sobre su estela, Salomé, Julio Iglesias y Karina consiguieron unas posiciones que les dieron el prestigio que buscaban los responsables del Premio Águilas de novela. Salomé  ganó con “Vivo cantando”  el Festival de Eurovisión en marzo de 1969 (aunque  ese primer puesto fuera compartido con Reino Unido, Francia y Países Bajos). Julio Iglesias, que había ganado el Festival Internacional de la Canción de Benidorm con “La vida sigue igual” en 1968, venía de quedar cuarto en Eurovisión en Ámsterdam con “Gwendolyne” en 1970. Y Karina había quedado segunda con “En un mundo nuevo” en la edición de Dublín de 1971.  Y Miguel Ríos acababa de triunfar con su versión del “Himno de la alegría” (en su segundo LP, Despierta, de 1970). Está claro que buscaron a las figuras de más renombre del momento para dar altura al Premio. Anunciaba el libro de festejos de 1972: “Por la noche, fallo del V Premio Águilas de novela, dotado con 700.000 pesetas, durante el desarrollo de una cena de gran gala, con intervención de destacadas figuras de la canción” (sic). También la cena servida era una forma de darle relevancia al evento: excepto la primera y la última gala, fue el Rincón de Paco, ese prestigioso restaurante de Murcia, quien amenizó el estómago de los asistentes con un menú de 550 pesetas (unos 3,3 € -recodemos que una camarera de la residencia de los ferroviarios ganaba 3.600 pesetas al mes en 1970, unos 22 €-). El V Premio Águilas de novela tuvo en  Diego Ruano, asistido por su familia, a su restaurador, aunque no acabaron de salir las cuentas porque la previsión era de unos mil comensales y los asistentes fueron un tercio de los previstos, con el correspondiente gasto sin compensación. Volvió al pueblo la responsabilidad gastronómica y unos entrantes (entre los que había anchoas con tomate), medio melón francés con jamón, mero con puré de castañas y flan de la casa (una especialidad de Diego Ruano), con correspondientes vinos, cerveza,  licores y cafés.

Cuando le preguntan a Miguel Pérez Calderón en La Verdad (en agosto de 1973, el primer verano de seis sin Premio Águilas de novela) dice:

“[…] espero y deseo que el Premio Águilas esté en un paréntesis. Es decir, que esta suspensión sea eso: una suspensión temporal que dure un año; nada más. Y que el año  que viene, o el siguiente como mucho, podamos reanudarlo. Me parece una idea que sería criminal que se malograra. […]

 

La gestión de los elevados gastos de las galas (pensemos que Karina, por ejemplo, tenía en 1971 un caché de 200.000 pesetas), los difíciles equilibrios políticos de sus gestores y la disputa por ocupar ese mercado de otros galardones como el premio Murcia de novela llevaron al garete una embarcación fletada para llegar mucho más lejos, en intenciones por lo menos.

Han pasado ya cincuenta años desde la primera convocatoria y cuarenta y cuatro desde las palabras de la pluma que fuera secretario en la mayoría de los Premios Águilas de novela. La residencia de escritores que pretendía levantar Ángel María de Lera con el respaldo de la Mutualidad de Escritores de España es hoy, si cabe, más irrealizable que entonces. Pero estas conferencias de Mirando al Mar, la extensión universitaria de Murcia en estos veranos y durante todo el año, son su herencia y deben ser  una referencia de cómo ilustrar a las nuevas generaciones desde este rincón privilegiado del Mediterráneo. El Premio Águilas de novela fue el mascarón de proa de una dinamización cultural cuyos rumbos nos deben llevar a la conquista y cultivo de nuestra propia esencia.

Cierre. Epítome

El doble fracaso, de urbanización turística y literario, engendró sin embargo un gran éxito: la oportunidad de promocionar cincuenta años después un lugar en el que la cultura, la naturaleza y las gentes puedan ofrecer a quien visite Águilas el mejor de los destinos de descanso posibles sin alterar ni el paisaje ni el paisanaje, desde la singularidad más abierta al mundo, sin talar las raíces de su encanto. En esta Arcadia de musonas, musas y musinas, la campechanía, la marinería y la cultura hacen su nido cálido todo el año. Pero lo que fue un proyecto de orientación institucionista, con una residencia de escritores que hiciese visible la incorporación de estos profesionales de la cultura a un reconocimiento en el régimen tributario digno, con un premio literario del verano, de generosa dotación económica, que debía ser la enseña de toda una dinamización cultural con convocatorias de premios de poesía teatro, periodismo, cuento, ensayo y pintura, la pretensión de hacer de Águilas el foco cultural del sureste español, perdió fuelle hace cuarenta y cinco años. La ausencia de El Centro de las Artes y las Letras de Águilas con el que Ángel María de Lera quiso hacer visible su empresa es la evidencia del fracaso, aunque el abrupto final del Premio Águilas de novela parezca más importante. Con lo que no llegamos a perder de naturaleza y con la energía de los aguileños (naturales, de adopción o de vocación) sigue siendo tiempo de un presente culturalmente atractivo para un turismo de calidad, sostenible, poco invasivo y enriquecedor para todos.

El Centros de las Artes y las Letras con su residencia de escritores Antonio Machado era la apuesta cultural de Ángel María de Lera. La construcción de infraestructuras para poder acoger el turismo que acudía a la promoción era la de la corporación municipal que representaba Emilio Landáburu. Cultura, economía y política, y la pretensión de embarcar a todo un pueblo en la maniobra, dieron la fórmula de un lustro  cuyas promesas se diluyeron porque la empresa excedía en ambición y equilibrios a las posibilidades de ese tramo final de la dictadura.

Basta con echar una ojeada a los libros de festejos de los veranos que van de 1960 a 1975 para comprender las relaciones entre el urbanismo, la promoción turística y el cultivo de la raíz aguileña: las fotografías que presentan son la imagen de la Águilas que se estaba construyendo.

El hotel Calarreona se inaugura el 22 de junio de 1968, pero tiene en la gala del Premio Águilas de novela del 17 de agosto de ese año su promoción más potente. El Premio Águilas de novela dejará de existir en agosto de 1972 y el Calarreona cerrará sus puertas hoteleras  para hacerse complejo de apartamentos tras el verano de 1973. El perfil del hotel, desde el mar, junto al albergue de la Sección femenina de Falange es el testimonio de un lustro compartido de simbiosis turística, cultural y política, símbolo del éxito de un fracaso, semilla para una gestión cultural y turística de progreso real y sostenible.

La simbiosis entre posibilidad turística, oferta cultural y regalo humano y geoclimático de la naturaleza tuvieron en el Premio Águilas de novela una lección que ha de permitir el mejor de los futuros para una Águilas culta, acogedora, sostenible y singular. Ante la posibilidad de colonización turística, la cultura debe ser capaz de aprovechar las oportunidades para progresar y crecer. La inquietud cultural de la Águilas del primer tercio de siglo (con su Ateneo y otras  manifestaciones intelectuales), con el Premio Águilas como palanca, debe dibujar las coordenadas de cómo debe dirigirse el turismo y la vida de los aguileños para sumarle al mundo un paraíso real de felicidades posibles.



[1] Archivo municipal de Águilas. El legajo que contiene los documentos del Premio Águilas de novela carece de signatura por ser un dosier facticio y temático al que va a parar todo lo referente al asunto desde otros archivos que sí están referenciados, como el fondo del que fue Cronista de la Villa Antonio Cerdán Casado, a cuya donación también pertenecen los ejemplares de los libros de festejos consultados.


[2] GRIS MARTÍNEZ, Joaquín. Vicente Bayona López. Memorias de un odontólogo aguileño. Murcia: F.G GRAF SL / Asociación Española de la Lucha contra el Cáncer, 2006, págs. 198-200.

[3] Archivo municipal de Águilas. Fuente citada.

[4] Las 20.000 pesetas de la inversión (unos 120 € de los de ahora) supondrían hoy, calculando la actualización de rentas con el IPC, 4.588 € (unas 763.779 pesetas)

[5] JIMÉNEZ LÓPEZ, Salvador. “Atardecer en Coto Paxi” en Murcia y la herida del tiempo. Ahora Que me acuerdo. Murcia: Real Academia Alfonso X el Sabio, Biblioteca Murciana de Bolsillo, 127, 1995, págs. 125-128.

[6] Fragmentos del artículo citado en la nota 6.

[7] “El premio Águilas de novela: apuntes para su pequeña historia” en Informaciones, 25 de mayo de 1972, pág. 24-25.

[8] Ángel María de Lera. Madrid: Epesa, 1971, pág. 100.

[9] Recuerda Miguel Pérez Calderón en el artículo de Informaciones citado que Martínez Cachero, según Ramón Jiménez Madrid, usó como base para su alusión al Premio en La novela española entre 1936 y el fin de siglo.Historia de una aventura (reedición de 2006)

[10] Op. cit, pág. 24.

[11] Archivo Municipal d Águilas. Fondo Antonio Cerdán Casado.

[12] Recordemos que estamos en el año 1971 y que el Premio Águilas de de novela dejó de existir, entre otras causas, por la represión política censora.

[13] Línea, 8 de mayo de 1968.

[14] Línea, 8 de mayo de 1968.


[15]  Landáburu, Emilio. “Premio Águilas de novel 1969. Cecilia G. de Guillarte” en  G. de GUILARTE, Cecilia. Cualquiera que os dé muerte.Barcelona: Linosa, Rayo de luz, 1969, pág sin numerar.

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