jueves, 15 de agosto de 2019

Factbook. El libro de los hechos. Distopía presente cuyo espóiler es la realidad








Sánchez Aguilar, Diego. Factbook. El libro de los hechos. Barcelona: Candaya, Candaya Narrativa, 54, 2018 (noviembre).


                        Res, non verba

                                   Marco  Porcio Catón el Censor, senador romano. Siglo II a. de N.E.


                “Hacer es la mejor forma de decir”

                                   José Martí (1853-1895), revolucionario cubano.





            Diego Sánchez Aguilar. Cartagena, 1974. Doctor en Filología Hispánica. Editor de la poesía vertical de Roberto Juarroz. Premio Setenil en 2016 por Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, cuentos. Poeta: Diario de las bestias blancas; Las célebres órdenes de la noche.

            Factbook. El libro de los hechos (2018). 349 páginas. 21 x 352 cm. ISBN: 978-84-15934-57-8. 30 capítulos, 3 voces: Rosa,11, Gustavo, 10 y el investigador, 9. Abre Rosa y cierra Rosa. Primera persona del singular. Presente de indicativo: 2011 y alrededores, tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero y los Indignados del 15M en un lapso de unos treinta años. “Idioteque” de Radiohead. “Factbook” vs. “Facebook”: acción vs. postureo. Tres ahorcados: todos los culpables. 30 firmas en Change.org. Puerta del Sol. Acampada bajo el toro de Osborne. Criogénesis clandestina en un hotel en ruinas de la Manga.  CEOE, FMI, CLC, IBEX, PAH, PIEGS, ICE. Apocalipsis lento. 94.537 palabras.

Datos. Hechos. Lo demás es literatura.

Sacrificio y culpa. Responsabilidad dentro de un sistema corrupto que fagocita a las personas. Podría haber sido el guion de una película de serie B, de las que Gustavo y Rosa disfrutaban en los tiempos muertos del sofá como La invasión de los ultracuerpos, pero el escenario apocalíptico se difumina ante las palabras. Crisis económica y feudalismo económico contemporáneo. El presidente de la CEOE, el presidente del FMI y la Ministra de Empleo  ahorcados, oreados públicamente en la soga del cadalso del toro de Osborne que tantos horizontes ha “escailinizado”. La revolución encauzada en una red social clandestina investigada por terrorismo que se rige por la objetividad de los hechos traducidos a datos verificables. Una clínica ilegal de criogénesis en un hotel en ruinas de La Manga del Mar Menor de después de un terremoto que viene a ser un suicidio asistido y sistémico con aroma kafkiano. Un escritor que entrevista a un investigador informático, contratado por el sistema, para no se sabe qué trabajo. Inercias hacia la violencia o la deserción que superan el marco espacial ahora descrito. Palabras para los marbetes “hechos, no postureo”,  “acción, no imagen”, “dato, no onanismo”, “objetividad, no selfie”. También podría ser un testimonio generacional de los nacidos a finales de los sesenta y principios de los setenta, con su movida cosmopolita, su música, sus evasiones para centrarse con la droga como Palinuro, su oposición a unos padres provincianos. Pero es mucho más gracias  al ardid literario, a la estructura narrativa que acoge lo que podrían ser clichés y que son aprovechados, y trascendida su función de hito, para darle mayor valor a la sustancia de lo narrado. Tres voces (y una cuarta presente en ausencia) que expresan las perspectivas de la insatisfacción y un bajo continuo lírico (Diego Sánchez Aguilar es poeta) cuyo epifonema simbólico es el capítulo 30. Realismo distópico, si se quiere, por taxonomizar. Afirma María Ayete Gil en su blog El lector salteado que los ingredientes más propios de la ciencia ficción o la fantasía operan como el distanciamiento brechtiano, que son un artefacto narrativo para posicionar en el distanciamiento al lector y darle la perspectiva reflexiva que la novela requiere, tan centrada siempre en la voz en primera persona (una de las tres), mostrada como monólogo interior sin caos, racional y sintácticamente comprensible por el tú que lee. Podría ser un capítulo de Black Mirror, pero es mucho más: es literatura.


Tragilírica. Con la pleita de tres voces de la conciencia civil teje Diego Sánchez Aguilar una ficción realista. Si el autor de El Lazarillo incitó a pensar a sus lectores que lo que leían era verdad en tiempos de idealismo caballeresco, morisco, sentimental y pastoril, en modas  de fantasías bizantinas, Sánchez Aguilar da una vuelta literaria a la máscara de Guy Fawkes y su conspiración de la pólvora y, en tiempos de silencio digital y apariencias, trama un WikiLeaks, una “Vendetta”, de “hackertivistasAnonymous que, paralelos al sistema impuesto y con sus mismas herramientas, pero sin cara (solo con datos que vienen de los hechos y que de la sintaxis de los datos lleva a las acciones) crean su red revolucionaria contra la injusticia, con la silueta del toro de Osborne como identificación social de una convergencia de individualidades. La ficción se hace verosímil porque nace de un escepticismo pragmático de actos que encarnan palabras (el verbo se hace carne para vengar injusticias sistémicas, inercias consentidas): los datos fagocitan las imágenes, los actos pretenden vencer al verbo inerte y señor feudal. Y en esa pleita de acciones entreteje la filástica lírica que le da el tono con el que acabará el relato de la lucha entre lo que es y lo que podría ser.

Activismo político paradójico el de Rosa, profesora por oposición, comprometida pero desencantada, que pierde la plaza, como todos los funcionarios, por la eficiencia capitalista que quiere el sistema: la comodidad de las solidaridades de Charge.org son las nuevas formas de justicia herederas de la acampada física en la Puerta del Sol o las Mareas que, como gota malaya de la hipercomunicación y la oportunidad que ofrece de la otra cara de “Facebook”, vuelve a la acción, es soporte de un acto de justicia. Éxito paradójico el de Gustavo, siempre con la pistola en la sien (como un Shelley “reloaded”), subido en la ola de su enajenación con música en bucle y marihuana, que se sabe genio e impostor y decide suicidarse sin ser agente del acto. “Factbook” es la palanca de Rosa. El señor Guevara, la palanca de Gustavo: el anonimato de la profesora y la fama del guionista, que tuvieron su intersección vital, son dos posicionamientos inducidos que acaban en una escena lírica preñada de épica (Rosa como base de la acción; Gustavo, abandonado a la suerte que ha comprado, prolongación de su burbuja de drogas, dejándose hacer en un “apocalipsis lento”). Y la voz muda (quiere saber, no sabe) del escritor o periodista que quiere escribir sobre la supuesta trama criminal de “Factbook” y percibimos desde las respuestas de varias personas que podemos aunar en el experto en ciberseguridad, catalizador de los acontecimiento ante el lector, voz objetivadora de los hechos. El idealismo de Rosa se hace acto. El pragmatismo acomodaticio de Gustavo muere en su “zona de confort”. Rosa, un yo con voluntad de nosotros, lucha contra el soborno. Gustavo, solipsista, vende su alma al sistema. Los miembros del sistema dan fe del contexto que en que Rosa y Gustavo se mueven. Tres formas de ser en el cambio ligadas a la culpa y la confesión: la del compromiso, la de las inercias lucrativas y la del control burocrático del sistema. Ante el espejismo real del progreso, el espejo de la literatura: ante la especulación de la felicidad fácil, crisis dirigida, consumismo, desahucios extorsión neoliberal normalizada como una hipoteca invisible y siempre presente. El compromiso de Rosa cuaja en acto: el de Gustavo pasa por los guiones de Maquetas (una versión de Frieds – a su vez, retrato idealizado de unos conflictos “soft”-) y Crisis (monetización de la realidad) para acabar en la inacción de un suicidio asistido. El proceso de Rosa y el proceso (algo kafkiano) de Gustavo son dos caras de un mismo remordimiento. Rosa, desencantada y anónima, acaba actuando: Gustavo, cuyo talento le hacía pensar que iba a ser el sucesor de Tarkovski, procrastina en agonía “soft”, herido de éxito.

Presente en tres espacios desde los que rememorar para comprender ese ahora y poder caminar hacia un después muy cercano: sala casa de Rosa, en las Torres; habitación de hotel abandonado de La Manga; oficina. Poca acción real hasta el capítulo 20, mucha reflexión; el contexto creado permite comprender al lector la evolución de Rosa y Gustavo.

Lo religioso embasta la narración desde el mismo título hasta el sacrificio simbólico final: Los hechos de los apóstoles, sus acciones como enviados, quinto libro del Nuevo Testamento, ese que marca la nueva era; El Apocalipsis de san Juan, el último de sus libros, el que contiene la revelación; las declaraciones del investigador de la posible rama terrorista de “Factbook”, que hace continuos paralelismos entre sus miembros y la secta del cristianismo emergente. Un terremoto en la Manga del Mar Menor sin efectismo, del que solo queda la desolación de su presente de dejaciones e impotencias de la eutanasia hecha negocio. El paralelismo religioso (que la “religión” es la acción y el efecto de amarrar –al dios del capital en “Facebook”, a la idea de justicia social contra el dios del capital en “Factbook”-) da profundidad a la novela: la felicidad de los beatos de “Facebook” (que, insatisfechos de su estatismo se pasan a otras sectas como “Instagram”) o la redención de la culpa de los feligreses de “Factbook” (que reformulan el terrorismo purgando la mala conciencia desde la responsabilidad de los datos que objetivan los hechos). La secta de los ufólogos, investigada también por el sistema, contrapuntea, dando mayor valor, la fertilidad política de una fe construida desde los datos. Frente a la realidad falsa de la telerrealidad, del “reality”, del “show”, literatura que enraíza en la vida para florecer en palabras que son simiente de realidad.

Los ingredientes de la trama argumental, cuando se reduce el texto a su síntesis (el de la contraportada del libro, por ejemplo), no hacen justicia a la experiencia lectora. Es una novela de reflexiones sobre los hechos, de análisis de los porqués, muy humana, refractaria (aunque algunos lectores hayan dicho lo contrario) al maniqueísmo esnob. Llegamos a la realidad de la ficción desde el contrapunto de esas tres voces, con sus dudas, su dialogar desde el monólogo interior lleno de intersecciones. Y desde una construcción literaria con tres estrategias complementarias: la imbricación de los hechos, la simiente lírica que abona sus páginas y el costumbrismo de los detalles que conectan con el lector desde la intersección de experiencias que sabe abrir. Valgan como ejemplo, para la primera artimaña literaria, la conexión entre la canción, “leitmotiv” de la novela (como la “pistola” y la culpa), “Idioteque”, de Radiohead , y su valor final en la clínica de criogenización (“Ice age coming”). Para la segunda, estos fragmentos pueden dar cuenta de cómo el autor fija en esas cápsulas su potencia como poeta: “un apocalipsis de bolsillo” (pág. 67); “encerrarme en la escafandra de la marihuana y la contemplación vacía” (págs. 72-73); “bestias residuóvoras” (pág. 136); “Recuerdo mucha luz, desde el principio; desde que nos levantábamos estábamos llenos de luz como si se hubiera detenido el tiempo y nosotros estuviéramos en el centro” (pág. 141); “porque la derrota es un tiempo muerto, que tiene solo un futuro. Que tiene un futuro que es una lenta prolongación de la derrota del presente” (pág. 143); “formateo neuronal” (pág. 154); “En su risa estaba ya todo el futuro. Estaba el fracaso de aquella victoria” (pág. 190); “tono de voz martiriforme” (pág. 198); “odiaban mi soledad, el espacio excesivo que mi soledad ocupaba” (pág. 221); “sobredosis de realidad” (pág. 247)…

Para la tercera, copio, literal (pág. 46):

[…] Salía de la casa de mis padres con mi camiseta negra de Iron Maiden o de Slayer y mis vaqueros ajustados y mi pelo largo y mis negras botas Converse pagadas por mi madre con un suspiro de admiración y de incomprensión al ver su precio, y salía con  mi cara de asco por la cara de mi madre y o la cara de mi padre y salía siempre con prisa por estar en esa casa que olía de una forma que yo no sabía todavía que olía porque era  mi casa y uno solo descubre cómo huele una casa cuando ya no vive en ella […]

Existió un mundo antes de “Facebook” (a. de FcB) y existe un mundo después de “Factbook” (d. de FctB). Mejor dicho, en estos tiempo acelerados podríamos hablar de un “ante Facebook” (A.FcB.) y un post Factbook (P. FctB), con la coexistencia de ambas redes como momento 0. La pregunta sobre qué estás pensando inducía a postureo o sentimiento de culpa, según la consciencia del usuario. La pregunta sobre qué has hecho contiene la semilla de lo que habrá que seguir haciendo. Frente a la iconicidad de la impostura consentida y el determinismo 3.0 tuneado de libertades, los hechos que mueven y hacen progresar el mundo. Es una opción, aunque siga siendo literatura, esa mentira con corazón de verdad, ese pensamiento crítico madre de la acción.

Factbook, una novela sin tesis, una descripción de nuestro presente, un retrato con el que ver a este lado de la pantalla lo que desde el otro lado nos venden, narrado desde voces humanas, contradictorias, de personajes redondos (Rosa y Gustavo) que completan su relato, preñado de cultura, en primera persona, con las respuestas que el sistema controlador va entretejiendo en la trama que le saca puntas de lanza a las endorfinas  del “megusteo”.

El sistema no es una entelequia: es una realidad gestionada por personas con nombre y acciones. En la objetivación de esos datos radica el progreso posible. Eso es lo que hace Factbook.

94.537 palabras: en su sintaxis late un relato performativo.

94.537 palabras que son literatura: pedirles que construyan un enunciado perlocutivo sería ya demasiado.




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