(Imagina
la imagen)
Así,
con mayúsculas a contraortografía significativa, nace este poema mientras iba a
comprar el pan. Seducción de la novedad que nos hace yonquis de lo nuevo, de lo
desconocido. En esa vorágine de innovoconsumos se nos va la vida: en cada
esquina hay una belleza nueva dispuesta a insatisfacer nuestra ansia de
novedad. Lo que permanece es lo entrojado. Su precio se pagó y es ya todo
disfrute y goce. Pero la juventud cotiza en bolsa y erotiza los presentes del
fluir temporal como Mefistófeles o el gato de Dorian Gray. Canto de sirenas de
la belleza que se venden sin lucro propio (sí de quienes, titiriteros del sistema,
ecualizan los gustos del Mercado).
Dos
cuartetas endecasílabas de romance con el pan en la mano, para celebrar la efímera
belleza pornográfica de lo desconocido que nos recuerda que la Belleza tiene
tiempos de otro tiempo.
Puede
habitar, sensual, la belleza
tras el enigma de
unas gafas negras.
Pero vive en la
duración limpia
del volver a beber
sobre la esencia.
El amor no es una fotografía:
lo funda el roce de
redescubrir
la Belleza que permanece
viva
en el largometraje de
vivir.
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