Así, estrenando maleta y calzado, hacia el exilio radical de la infancia, esa patria ultrajada por los presentes. |
En
la pomposa navidad, de retórica lumínica y discursos inflamados de bondad
impostada y tarjetas de crédito y débito, fluye la vida en su sencillez
atávica. Un universo biodegradado en su hiperconexión se enreda en logomaquias
3D con filtros de Instagram que cotizan en cirugía y frustración feliz de
escaparate de juguetería de posguerra que pueden llevarnos a casa, sosteniendo
la insostenibilidad. La impaciencia tiene su antídoto en la duración. La
insatisfacción, en el tuétano del hogar sin chimenea y con fuego.
Es
que el amor se ha puesto a un precio que solo los pobres pueden pagar. Y la
pobreza es hoy, como siempre, un valor en alza para los ricos de corazón.
“Siempre la claridad
viene del cielo;
es un don; no se
halla entre las cosas
sino muy por encima,
y las ocupa
haciendo de ello
vida y labor propias”
Claudio Rodríguez. Don de la ebriedad (1953)
Fulge
la luz alegre
feliz
en la tristeza
fundada
en la pobreza
de
un oscuro pesebre.
No
hay moneda que enhebre
claridad
de belleza
sin
manchar con torpeza
y
prurito de fiebre,
ni fasto que celebre
sin
perder la cabeza
la
radical riqueza
que
vive en la intemperie.
Luce la navidad
preñada
de orfandad.
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