Una misma raíz. Una misma sombra. Pero,
bífido, el tronco, concentricidad y columna en crisis, diverge entre las dos
orillas de la verticalidad. Quizás reivindique en su cesura el verso suelto que
debe ser cada hemistiquio lígneo. Ventila su vientre, hace de entraña aire y de
sombra luz. Hace de la herida canal hacia en el cuenco de la sed que será savia
para da verde a las hojas.
Los niños, sabios ignorantes, como
Moisés o el Coloso de Rodas, cabalgarán el hueco sobre los estribos de la “v”
retorcida de su crecer con vocación horizontal. Clavarán cañas en su centro sin
dolor porque es tierra. Quizás sean los niños los que le dan la vida siendo su
corazón: así, ocupando con su risa el espacio que debiera ser madera. Como una
arborescente metonimia de Pinocho.
Ajeno a los coches y la prisa, ese
prodigio de la agonía resucita en cada muerte de su esencia de tronco y da
lecciones de saber ser en su condena inmóvil a tener que estar. Al pasar,
miradlo, por favor: que nos devuelve el gesto enseñándonos a ver.
El divorcio de lo paralelo, de lo
trenzado, de lo axial, busca los caminos alternativos de la unidad. ¿Ser ramas desde la raíz?
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