En el silencio,
el reloj de bolsillo de mi bisabuelo, sobre un atril, dirige su tiempo de
cuerda y engranajes. Bombea tictacs, lírico y marcial, acelerado pero
anestesiando la prisa. Todo lo llena con el sutil metrónomo de su sangre sonora.
Entre cada pulsación, un universo de duración.
Darle cuerda da
vida. Tensa su corazón de muelle y nos recuerda la maniobra de reanimación del
gesto. Hay un océano contenido en su continente de alpaca: viene su tiempo de
lejos a este malecón del ahora.
Sobre el ruido,
navega su altura, duración, intensidad y timbre, con sordina de nana. Acuna la
prisa, viste de verso la prosa. La esfera de loza centrifuga la pausa de
números esmaltados de humilde lujo klimtiano.
Porque hay una
mecánica celeste en este artefacto bello que nos hace más humanos, un vaivén
marino que acaricia el ritmo de mareas que todavía es, aunque el sonido de las
monedas lo quiera enmudecer, el mundo.
Laten las horas.
Columpio del silencio.
Rezan las olas.
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