domingo, 21 de enero de 2018

Haikus XLIII



 
Cal Ferrer: la forja del cielo en la tierra.




Mientras la rúa de hípicas y landós luce en su simulacro para honrar al pobre san Antón y su cerdo, mientras los burros, percherones, mulas y caballos sudan su exhibición tirando de carros reales con carga de atrezo, mientras el suelo se llena de caramelos pisoteados y bostas que no llegan a oler porque los carros modernos del servicio de limpieza municipal, cepillo centrifugador y agua, coches escoba sin metáfora, cierran el carnaval de la fugaz melancolía agrícola, mientras, por unas horas, las calles rememoran la tierra que fueron, quiere latir la historia del pueblo.

Me llama y voy. Subo desde la era de los monjes de la abadía benedictina, calle mayor arriba. Paso bajo las bóvedas de los porches que cobijaban el mercado medieval. Llego a la plaza donde se alzaba la iglesia parroquial de Sant Pere y luego el poder civil de Pere San (fonda Comerç, teatro Clavé, Casa de la Vila, colegio, estanco, sede de “Educación y descanso”, centro de boxeo, academia de danza… -todo en un mismo edificio frente al mercado modernista de Ferran Cels-).

Me paro (suenan tambores y cornetas a lo lejos) ante el número 6 de la plaza del mercado que antes fuera de la constitución. Horizontal como el recuerdo, un resto de la antigua iglesia de Sant Pere d’Octavià, un pecio de su ruina, yace discreto en el suelo. Quizás en esa piedra que fue altar habite la clave de la vocación vertical y ascensional de los hombres. Quizás dormir es soñar y morir elevarse. El haiku contiene esa contemplación.

Mañana, amazonas, jinetes, arrieros volverán a sus oficinas, san Antón a su altar y las bestias a sus cuadras. Y hasta el año que ya va viniendo llevándose lo que ya no puede ser.




Ara del tiempo.
                                      Umbral que fue altar.
                                      Suelo de cielo.










No hay comentarios:

Publicar un comentario