A Francisco Serrano Buendía, el Zumbío de los Sables,
centauro marino, metonimia del mar de
Águilas, pulpero mayor de Calabardina, pastor de sardinas.
Carne al oreo
de los vientos: vela mojama que no llegará a ser piel de tambor. De la cosecha
del mar, en el huerto de estelas, florecen los pulpos para ser espectros de
badana marina. En la lumbre, se retorcerán sus patas hasta ser manjar sofisticadamente
primario. De la tierra solo quedará su reposo bentónico, su entanamiento entre
vuelos pelágicos y juegos, coreografías de su falda de radios con ventosas e
impulsos meteóricos fusiformes.
Antes de ser
bandera fue masa viscosa de inteligencia arcaica liberada de chasis. Ondea ante
la mirada lasciva de los marineros que saben su fin y se relamen. Los mismos
que, botella de cerveza en mano, le dieron la paliza que ablandó su
musculatura, rompió sus corazones y marronizó su repertorio camaleónico.
Invertebrado, yace vertical, crucificado por las cañas que fingen darle cuerpo
y las vértebras que nunca necesitó tener en vida.
Aire cadáver.
Cementerio marino.
Ósmosis de aguas.
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