Este
amanecer vive entrojado desde hace una semana. Ya estoy en otro lugar y a otra
hora. Pero el que fue ha sido: es, llega hasta ahora porque lo viví para
recordarlo, para tenerlo presente.
Es
un Sant Esteve abradeño, movido por el poniente y el ritmo de los pasos por la
Bahía de Levante. Trasladarse para no moverse; desplazarse para ser: la peña
enhiesta, arpón y anzuelo, ensarta el viento para fijar el paisaje por su ojal
este (por el oeste lo hace el Faro de Punta Negra). El sol hoy no quiere
protagonismo y le hace los coros al aire.
En
la escansión de sílabas corridas, entre descartes y vaivenes de asonancias,
brotaron estas dos cuartetas de romance que quisieron ser, primero, un haiku.
Pero nació crecidito al compás de los pies métricos del amanecer. Y hasta los
versos impares quisieron rimar.
Hace tiempo de banderas:
ondean contra su asta,
vuelan sin lastre, son velas.
Los hombres su pena bailan.
Levanta
la mar poniente,
hace de espuma gaviotas
que vuelan, hechas juguete,
olas que el cielo encapotan.
Imagen de Luis Pianelo Melenchón: un cazados de paisajes. |
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