Aspirantes
a conspiradores con la muerte, seducidos por el sol, cicatrizan la herida de
sombra, la iluminan con la dinamo que es el propio contrapelo de vivir. Se
convierten en espíritus de luz, en salmones hacia el brocal, en humo de
incandescencia hacia la boca de la chimenea. Los amigos esperan al final del túnel
que hay que transitar en soledad.
A
los que me quieren.
Narcisismo
claustrofóbico
de fondo de pozo hondo
sin luz para los
espejos
iluminados de lodo.
Sobre ese cieno de
sobras
la raíz de un hombre
solo
estertores de alegría
va sembrando con su
otoño.
Bosteza silencios
densos
preñados de ecos
sordos.
Suspira y ensucia el
aire
donde vuela tanto
aborto.
El horcón sobre el
brocal
centra el mundo en su
entorno,
la cuerda de la polea
cimbrea el balde en el
hoyo,
el alto sol meridiano,
escuchando los
sollozos,
desciende hecho red de
rayos
para sacarlo del
fondo.
El hombre no mira el
cielo,
ciego, encoge los
hombros,
clava los pies en el
barro
y se ovilla, se hace
abono.
Pero empieza a
transpirar,
a centrifugarse todo,
a ser palabra llorada,
a vaciarse redondo:
sobre el pus destilado
va elevándose,
estoico.
La plétora trasminada,
relleno de abismo
fosco,
saca de su sima al
hombre
con hambre de sol y
gozo.
La vida, zahorí mudo,
busca hombres en los pozos
para llevarlos al
mundo.
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