lunes, 12 de noviembre de 2018

El pozo


 
Yo diluido en el mundo, enclaustrado en agorafobia.




         Aspirantes a conspiradores con la muerte, seducidos por el sol, cicatrizan la herida de sombra, la iluminan con la dinamo que es el propio contrapelo de vivir. Se convierten en espíritus de luz, en salmones hacia el brocal, en humo de incandescencia hacia la boca de la chimenea. Los amigos esperan al final del túnel que hay que transitar en soledad.




                                               A los que me quieren.



Narcisismo claustrofóbico
de fondo de pozo hondo
sin luz para los espejos
iluminados de lodo.
Sobre ese cieno de sobras
la raíz de un hombre solo
estertores de alegría
va sembrando con su otoño.
Bosteza silencios densos
preñados de ecos sordos.
Suspira y ensucia el aire
donde vuela tanto aborto.
El horcón sobre el brocal
centra el mundo en su entorno,
la cuerda de la polea
cimbrea el balde en el hoyo,
el alto sol meridiano,
escuchando los sollozos,
desciende hecho red de rayos
para sacarlo del fondo.
El hombre no mira el cielo,
ciego, encoge los hombros,
clava los pies en el barro
y se ovilla, se hace abono.
Pero empieza a transpirar,
a centrifugarse todo,
a ser palabra llorada,
a vaciarse redondo:
sobre el pus destilado
va elevándose, estoico.
La plétora trasminada,
relleno de abismo fosco,
saca de su sima al hombre
con hambre de sol y gozo.

La vida, zahorí mudo,
busca  hombres en los pozos
para llevarlos al mundo.





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