Piel, fachada del estar vacía de ser. Pellejo sin alma de consumidor feliz. Capilla Sixtina, "Juicio final" (detalle), Michelangelo Buonarroti (1508-1512). Fresco. |
Detalle ampliado del Juicio final de la capilla Sixtina. San Bartolomé: en una mano el cuchillo de su desollamiento; en el otro, la piel sin alma llena de felicidad comprada. |
Como
la nuestra es un tragedia de esperpento valleinclaniano, esta reflexión sin
catarsis (que en lo que “implementa· de trauma no es pedagógicamente correcta
en estos tiempos buenistas), aparece filtrada por la ironía, esa sordina
antiasertiva del contrapelo propia de estos Arquitrabes con sabor
jaimegildebiedmano. Allá va.
Sin las literaturas enmarañadoras de
las redes que buscan coartadas para la oposición, maniobras como el “Black
Friday” son la constatación de una realidad magmática de ígnea felicidad
inconsciente.
¡Qué bonito es pensar, viral
compulsión, que el “negro” de ese viernes nos esclaviza porque nos sojuzga como
reminiscencia de las rebajas esclavistas después del día de Acción de Gracias
“usaíno” (el neologismo es del maestro Ramón Buenaventura, por la usura de los
U.S.A, quiero suponer –me hace pensar en “sarracenos”, en catalán, pero de
barbarie conquistadora “civilizante”-)! Si la explicación es demasiado
peliculera, quedan muchas otras. Por ejemplo, que la negrura no fuese étnica
sino que nombrase lo negativo para los empresarios norteamericanos de las
ausencias de tantos empleados que se tomaban un día, resaca festiva, después
del de Acción de Gracias. O del color positivo del beneficio, negro, de las
ganancias de la festividad del macropavo con banderita que permitía a los
negociantes salir de los números rojos. O ese caos de tránsito, por las compras
o por un evento deportivo, con que el New
York Times nombró como “negro” el viernes del 19 de noviembre de 1975. O,
más estructural, hay quienes lo cifran en la bancarrota de Walt Street del
viernes 24 de septiembre de 1869. Literatura sin valor literario. Hablar por no
callar como diría mi tía Encarna.
El viernes negro es una tradición (¿tradición?)
norteamericana, de esa americanización ecuménica que nos hemos tragado con
anzuelo y todo, en la que los comercios bajan los precios de los productos que
exhiben. Parece que hay que ser muy tonto para no aprovechar la sinecura, que
hay que ser muy gilipollas si no se goza con la prebenda que casi te llevan a
casa (si tienes tarjeta de crédito o débito) ¿Quién es el imbécil que no va a
beneficiarse de las oportunidades de este evento para hacer sus compras
navideñas? “Jesús, en el pesebre, se ríe porque está alegre” (rezaba un anuncio
de muñecas español de los setenta).
Pero un viernes negro candy se queda
corto para tanto “stock” de felicidad. Tampoco satisface la demanda su
exportación a una semana negra: de lunes a domingo comprar lleva a los compradores
a la jauría que debe de ser el cielo. Por eso se hace vital un “Cyber Monday”
en el que mondar la economía a ritmo binario y feliz. El mercado no ofrece:
oferta. Todo es un saldo imprescindible.
Y sigue sabiendo a poco. Todo el año
debería ser “Black Friday”. La estafa quedaría oculta tras el consumo feliz.
Así, los adolescentes (hombres y mujeres, ciudadanos del mañana) pueden salir a
pasear por los centros comerciales como quien se da una vuelta por el campo, la
playa o la montaña con el “cash”, la tarjeta o el “paypal” usurpando a la
belleza del paisaje. La caverna de Platón, ya lo vio Saramago, es un
bariortocentro comercial.
La sociedad reclama un “Black
Friday” de toda la vida, para que el valor añadido sea su contribución,
religiosa, al nuevo dios que da placer en la transacción de cambiar el valor
por el precio que se puede comprar. Los que no tengan, que pidan una beca o
vendan los órganos prescindibles para seguir vivos como consumidores consumidos
de oportunidades no aprovechadas.
Cada oferta es la evidencia de una
estafa. Cada rebaja es la constatación de la usura del precio no rebajado. La
banca siempre gana, al detalle o al por mayor. Sus cálculos son de una
dimensión algorítmica, no humana. Los consumidores seguimos siendo mujeres, hombres,
adolescentes, niños, niñas y viceversa. El mercado es uno: un universo de
intereses asépticos de individuos con gula económica que explotan a las
personas.
El viernes, como víspera del edén
del “weekend”, regala a la humanidad la posibilidad de felicidad que contiene
la contingente tarjeta de crédito. Nunca el petróleo (tradición natural
enquistada en la madre Tierra) tuvo mayor repercusión humana. ¡Tonto –perdón
por la falta de inclusión- el último, que se queda sin nada, por tonto –perdón,
bis-!
Esclavitud de arcoíris feliz de la
economía de mercado de viernes negro de algarabía blanca. Los mercaderes del
templo subvencionan las reformas para que se mantenga sin derrumbarse sobre los
clientes que se creen personas centro del universo y solo son clientes a los
que prestan en vivo la felicidad que cobran, con intereses, en hipotecas en
diferido.
Viernes negro anual para timar de
felicidad luminosa (de "leds" ecológicos) la vida que nos prestan a intereses pagables
en cómodo plazos (fuera de la zona de confort).
Alegría sin fondo del comprar: todo pantalla plana de consumir como individuos comprados como personas con talento. |
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