viernes, 9 de noviembre de 2018

Retórica de la caligrafía


 
Idea sin prisa. El trazo como hilo de Ariadna del centro hacia el alrededor.Y del alrededor hacia el centro.




         Elegía. Canto con pie quebrado. Paridad truncada de desaliento que busca salida al callejón sin salida, al  fondo de abismo: agujero de luz en el que enhebrarme en palabra para escapar de un narcisismo de Averno.

         Un día, un niños de los gestionados desde una de las franquicias de Silicon Valley preguntará: ”¿Qué fue primero, la dialéctica de ceros y unos o la vida? ¿Qué, primero, la alternativa binaria o el ritmo yámbico del corazón?”

         La caligrafía, con su torpe humanidad, puede salvarnos un poco en su trazo sin prisa.


                                      A Sara Milián, desorden creativo del orden. 
                                                     A María José Lozano, orden bello del desorden.
                                                                 


Con el gris en la mirada
frunce el ceño,
tensa la luz de su cara,
lastra el gesto.
De aquella mirada larga,
ver sereno
y duración destilada,
queda el hueco

preso entre tanta montaña.


    Las prisas, las coyunturas,
precipitan
con su perversa impostura
de alegría
las torres de la hermosura:
su franquicia
cava fosa y es burbuja
y es herida

que coagula en culpa.

   
    Busca sus negros de dentro.
Crece el mundo
sobre un futuro incierto
e inculto
de pitonisos ingenieros
que con humo
van diseñando un progreso
de tan suyo

alineado y ajeno.

                           
    En el fondo de su centro
tiene un huso
donde devana sus sesos.
Y, desnudo,
hila con palabras versos,
vence el pulso
caligráfico al silencio:
con su puño

hace arabescos de fuego,
traza palabras de hielo.





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