viernes, 5 de marzo de 2021

El diletante fértil. Decimoséptimo paseo

 

Desenfocar la mano y sus atributos para enfocar la realidad. La ruina también es abono de posibilidad.

 

 

            A Susana Koska que, desde su interés generoso, me ayuda a seguir.

 

      Cantaban los niños

canciones ingenuas,

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

      Seguía su cuento

la fuente serena:

borrada la historia

y clara la pena”.

 

Antonio Machado. Poema VIII de Soledades en Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe, Selecciones Austral, 1, págs. 81-82, 1984.

 

 

 

“Me siento vivo; esto es un don: respiro;

la dulzura del aire me sostiene;

ando, camino, veo, toco, pienso,

imagino, percibo, estoy, recuerdo,

quiero, no quiero; esto es un don: el ser,

estar vivo y saberlo; ser, no más”.

 

Jesús Cánovas Martínez (2020). Soy de tierra, también de cielo, y canto. (Elemental tratado poético de oración). Murcia: Diego Marín, pág. 51.

 

                                  

Ha sido un paseo largo. El podómetro dice que he dado veinticinco mil trescientos treinta y ocho pasos. Yo mido la distancia en tiempo,  en bienestar contemplativo: han sido casi cuatro horas. Tenía un destino pero no un método (que nos viene del griego para decirnos “camino”, “proceso”): más allá (“meta”) de la senda, del “odos”, nos estamos esperando sin prisa por llegar. Pasear no es un éxodo sino un éisodo (camino hacia adentro –sic-).

El gozne del volver estaba en las ruinas del casino de la Rabassada. Para llegar, la intuición orientadora me ha guiado por calles de Sant Cugat, Valldoreix, La Floresta y Les Planes. En una institución religiosa, una monja, en la puerta, daba la hostia líquida del hidroalcohol a los alumnos, que la acogían en sus manos con gesto de mosca para su pequeña salvación mundana. El retorno ha sido por las derrotas pisadas entre los bosques de Collserola.

Contemplar, entre la maleza poderosa, la ruina es una revelación que, desoyendo los excesos de la contaminación emotiva del Romanticismo, nos habla del universo. Ese casino fue un símbolo de la “Belle Époque”, con unas instalaciones (hotel, restaurante, parque de atracciones) de un Dubait del cambio de siglo. Es hermosa la bancarrota de los vestigios de la belleza de otro tiempo y otros modos. No sé qué dejará en herencia la virtualidad con su asepsia física constructora de vacíos digitales que lo llenan todo de bostezos binarios. El humo de los datos, sin posibilidad de ruina, es mercadotecnia del nuevo arte de birlibirloque milimetrado por algoritmos.

 Con un reloj de cuerda y una brújula en el corazón se llega gozando la alegría del camino. Respirar presente, desarrebatadamente. Ensanchar los pulmones para que dentro quepa el mundo y nuestro corazón entero, que es mayor que nuestro cuerpo. Sentir la intimidad del universo: desandar para ir encaminándome, para comprenderme, para aprehenderme desde dentro.

No quiero recuperarme: quiero renacerme. Sobre los cimientos de la identidad construida durante medio siglo, estoy levantándome desde los andamios interiores. Me desintoxico de mí para poder ser yo. Tengo vocación de red: estoy para poder ser; dejo fluir el alrededor, filtrando en la malla que calibro a voluntad. Busco presentar la mínima resistencia para alimentarme de aquello que me ha de hacer más fuerte y dejar pasar lo que me daña. El mundo que queda en mi red y el que la traspasa me alimenta, me centra y me sigue haciendo el que he de ser. Del universo tamizado voy a hacer el pan que horneo en mi corazón mental.

Vivo desde la neurocordialidad.

El haiku de hoy no tiene puntuación para que pueda fluir en las lecturas.

 

no fluye nada

sin conciencia consciente

todo se encalla

 

 

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