Sant Jeroni de la Murtra (Badalona), excusa para un diálogo tejido de pasos, complicidades y el amor que también fructifica en el azar.
A Montse Figuera, corazón emprendedor y desbordante de empatía.
A Noèlia Berenguer, por enseñarme sant Jeroni de la Murtra y el carrer Tiano. Y por hacerme creer en la humanidad con unos cruasanes del forn Solà de can Pau de Tiana.
“If the doors of percepción were cleansed, everithing would appear to man as it is: infinte”.
William Blake. El matrimonio del cielo y el infierno (1793).
The doors of percepción, título del ensayo de Aldous Huxley de 1954.
The Doors, la banda psicodélica de Jim Morrison (1965-1963)
“que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía.
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía”.
Final del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz.
Globalización de la cultura: como negocio, como oportunidad de progreso, como simulacro. El amor como panacea y sinecura, como esencia y como anzuelo; el amor como imperativo categórico. La felicidad como producto comercial, como atajo de reclamos para llegar a la alegría. El dolor como conflicto inevitable con el alrededor (que también somos dentro) y el sufrimiento como asunción (o no) de ese dolor.
La secuencia didáctica de la intuición que da la sabiduría no empieza desde la admiración sino desde el cuestionamiento y la duda, desde un escepticismo preventivo (no reactivo) que es umbral de la experimentación para poder llegar a saber. No podemos llegar a todo como pensadores. Tenemos que delegar y confiar para poder construir conocimiento. Si nuestro mundo es inabarcable porque así lo hemos dejado diseñar, necesitamos subcontratas. Sin humanismo, con el relativismo usurero como rompehielos del futuro, todo el tinglado global es un zoco planetario de especulación y subastas. Los charlatanes de elixires milagrosos viven, tuneados de la nueva retórica embaucadora pixelada de “spots” y monetizaciones, en nuestra nuevo hogar, las pantallas, y disfrazan de lo que haga falta su interés lucrativo para llegar a nuestra necesidad inducida. Esa complejidad de los mensajes nos aleja de lo humano. No hay todavía un humanismo digital porque se ha subvertido y prostituido la prioridad. En su aparente “ignorancia” era más culto un pescador analfabeto del siglo XIX que un ingeniero informático del siglo XXI. El pescador era ingeniero sin título universitario homologado: de su ingenio dependía su subsistencia. El ingeniero de una gran corporación franquiciada depende de la bolsa (ese azar forzado por la usura y la estadística proyectiva) para ser un talento útil. Exhibicionismo de la humildad como estrategia publicitaria. Un pastor no se exhibía: enseñaba sin doble fondo. Un predicador youtubero proyecta con vaselina un negocio “ad hoc”, “ad personam”, asistido por los algoritmos. Ante las dos situaciones cognitivas la secuencia didáctica es la misma: escuchar desde la reserva crítica. Aprender del pastor, el campesino o el pescador es más eficiente porque las interferencias son humanas e intuibles. Con el sanador pantallal hay mucha más intermediación para discernir la verdad de la “verdad” que vende. Los nuevos chamanes son tótem y tabú para cultos ignorantes. Fingir ignorancia socrática desde el aval de la seguridad del sistema es una triquiñuela de precariedad en el imperio del capitalismo cognitivo, que cada vez se aleja más de la cultura porque así lo normalizamos.
Hay también un capitalismo místico. Cualquier pantalla contiene la bibliografía para su estudio. Píldoras de sabiduría oriental para calmar la desazón occidental. El modelo norteamericano lleva la lancha motriz de esa estela y el mundo globalizado surfea sobre el negocio. Los educadores emocionales y trascendentes son dolientes redimidos por una revelación que “tienen la necesidad” filantrópica de compartir creando una empresa “altruista” para ayudar a la humanidad. Un paseo por cualquier canal de meditación “mindfulnésica” te lleva al laberinto del Minotauro de esa iniciación, sin Ariadna. Te venden las alas de Ícaro, la riqueza de Tántalo, el amor de Narciso. ¿La mayéutica socrática como base del “coaching”? No es una pregunta retórica: en la respuesta hay un camino de vida. El “homo viator” ya no huella senderos con sus pasos: es su asistente “smart” el que le simula la experiencia del camino, asistiendo y amplificándola según la tarifa contratada a la agencia subcontratada por el monopolio.
Byung-Chul Han: la autoexplotación, el exhibicionismo, la perversión de los rituales de una sociedad cansada y dataísta, la pornografización de lo erótico agonizante, la trasparencia opaca de la hiperculturalidad psicopolítica que asfixia lo bello y homogeneíza la diversidad. Pseudoterapias orientalizantes capitalistas: buenismo espiritualista desarraigado. Todo lo vehicula el yo diluido en un nosotros algoritmizado como utopía cósmica conquistada.
En el escaparate de une eje peatonal-comercial (ese corazón de las ciudades donde se han trasplantado los decimonónicos pasajes parisinos de Baulelaire, walterbenjaminizados) se exhiben robots de cocina, “smarts TV”, succionadores de clítoris y batidoras americanas. Ese cambalache tiene una pedagogía confusa, independiente de la moral que sea. Lo íntimo y lo público, lo sexual y lo social, lo placentero y lo nutricio se arrumban como desperdicio en un vertedero. Todo es accesible desde todas partes y a cualquier hora y nunca nos hemos sentido más solos y desvalidos. Como adolescentes en un cuadro de Edward Hopper en un cubículo de esos de máquinas expendedoras al servicio del cliente las veinticuatro horas. Como un botellón inducido de anestesias en el quirófano de un cirujano estético virtual.
Una sociedad de pleonasmos: “pensamiento crítico”, “personas humanas”… Una sociedad del engatusamiento: la excepción como modelo, la normalidad como alienación, la diversión como motivación… El búnker del yo como cliente, la solidaridad como horizonte egoísta, la religión, la estética y la filosofía como coartadas para el negocio, como flecos estéticos sin fin en sí, como complementos del “outfit” espiritual de cada individuo que cree ser una persona.
El hastío romántico sin ruinas inducido nos acorrala y, como en una manga pastelera, nos presiona para salir a decorar mundos como personajes de una tragicomedia en “streaming”. El presente continuo con vocación de futuro en directo pervierte la calma de cualquier meditación. Vivir “on line” nos hace pensar en “random”, en la improvisación de alas sin raíz, en un “zapingueo” autocomplaciente planificado por un sistema que alimentados en una dictadura vendida como la democracia más democrática de toda la historia de las democracias.
El desinterés egoísta es la norma. El altruismo egoísta, la excepción. En ese magma, cada uno de nosotros es una mónada leibniziana en el tejido del universo. Necesitamos tomar el telar como se tomó la Bastilla.
Entretenimiento en conflicto con alegría: aburrimiento (ese “ab”-“horrere”: alejarse de lo que horroriza) inoculado por la necesidad de hiperactividad como causa para los lenitivos diseñados. La felicidad como aspiración para conjurar el caos del otro lado del espejo de Matrix.
Las preguntas de los “coachs” (esos profesores privados productos de las necesidades provocadas por el sistema que nos hemos dado), no lo obviemos, son trampas para clientes desorientados diseñadas por quien es juez y parte de la representación. Después nos estigmantizan por que nos victimizamos: nos hacen creer que cada uno de nosotros es responsable de la reacción ante la reacción. Es la autoexplotación como tormenta perfecta. El industrialismo de patrones encastados en las células. Capitalismo industrial “liberador” del siglo XXI. Educamos a alumnos de hoy con métodos del siglo XIX, dicen los neuropedagogos: educar a ciudadanos del mañana desde el lucro de hoy (vendido como incertidumbre abierta a la especulación) es la oportunidad de negocio que fundamenta, desde la “evidencia” científica, nuestro presente. Algorítmico y espiritual, tecnológico y meditativo, a demanda del mercado, columna vertebral del progreso.
El ego lastra la “predestinación”. La costra sobre la naturaleza somos nosotros: los “TEDtalkers”, ironía en la contradicción de ser ahora en todas partes, son plaquetas de una hemorragia que no nos dejan ver ellos mismos con su medicina. Son efecto de la causa y tirita para la gangrena.
La dopamina de la expectativa alimenta unos presentes ansiosos de después, dopados de una impaciencia sin víspera del gozo como gozo, con ansia de un presente futuro mejor que el presente presente. Nuestro ojos compran serotonina y oxitocina en 3D desde el 5G. La ingenuidad panteísta de energías y conexiones cósmicas, su espiritualidad filantrópica desde el todo del que somos parte y microuniverso converge con la maniobra especulativa del lucro corporativo de quienes crean espejismos de libertad. Siendo caminos divergentes convergen en el mercado del templo del mundo que ya Jesús pateara como un punky pionero.
Somos contingencia necesaria. Necesitamos andar la senda del conocer para vaciarnos de ego y aprender a intuir como afluente de la sabiduría. El trabajo interior y el bombardeo exterior de “banners” y ondas de información subliminal algoritmizada no deberían aliarse para perdernos en el encontrarnos de quienes nos compran por treinta monedas de plata con apariencia de gratuidad. El presente no es actualidad: la meditación no es “mindfulness”. La consciencia no es una aplicación que, prótesis naturalizada y exógena, nos ilumine en la esencia de ser.
La glándula pineal cartesiana es ahora un componente electrónico de los artefactos que nos prolongan en cuerpo y alma.
La oda ha fagocitado la elegía. Pero, elegiacos, cantamos la bondad de la vida para no desentonar con una esperanza de progreso que necesitamos para seguir siendo en un sueño despierto que se parece mucho al cuento de las galas del emperador.
Este haiku, irónico, contiene continentes y contenidos de una espiritualidad de saldo. Puede funcionar individualmente, pero es termita social: subcontrata para detener una inundación con cañas y barro.
Yo universo:
castrado de los ojos,
todo lo beso
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