domingo, 14 de marzo de 2021

El diletante fértil. Vigésimo paseo

 

En lo cerrado habita lo abierto: en su eco resuena la vida que sigue siendo porque fue. Bar Cataluña: será lo que quieran que sea pero en él seguimos estando los que fuimos.


 Regalo de Clàudia Lagarriga: raíz en en lo efímero; ancla en la vorágine de desestar para poder seguir siendo en lo amado. Podemos vislumbrar hacia delante y hacia atrás. Cada día preside mi disolución en todo, obviando la nada.

 

 

 

A Óscar, en el camino de la amistad a lo largo.

            A Malud, por la iluminación radiestésica de la senda y sus energías.

 

      “En el corazón tenía

la espina de una pasión:

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón.

[…]

Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada

     Antonio Machado, “Yo voy soñando caminos…”, Soledades.

 

“El hombre nunca puede saber qué debe querer; porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en vidas posteriores. […] El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación”    

 

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.

 

 

“-Menino de Cheshire, […] ¿Me podrían indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?

-Eso depende de a dónde quieras llegar -contestó el Gato.

-A mí no me importa demasiado a dónde… -empezó a explicar Alicia.

-En ese caso, da igual hacia dónde vayas –interrumpió el Gato.

-Siempre que llegue a alguna parte –terminó Alicia a modo de explicación.

-¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte –dijo el Gato- si caminas lo bastante”.

 

     Lewis Carroll. Alicia en el País de las maravillas.

                                  

        

         Paseo urbano, dialógico, al paso de un amigo. Recuento de lo que fue y ya no es, con la nostalgia justa para justificar que tenemos más  de medio siglo. Resuena, aunque no lo mencionamos, aquel tango de Santos Discépolo, “Cambalache” que nos acercara Serrat en su directo azul. El bar Cataluña, el “Mediterranean café” de Rudolf Häsler (con el camarero Miguel, con sus marrones y ocres de nevera y ambiente, con sus veladores, con las tapas pronunciadas en blanco sinuoso sobre los cristales, con sus taxistas y la ligera nube adolescente de Voll-Damm, con la fiscalización de Greta Garbo) es ya un vestigio presente en su disolución. Parecía un bastión de Parménides de la memoria presente y siempre había sido un espectro de Heráclito, un espejismo de duración. Eso: un mundo como el espacio de un ropavejero, de un chatarrero, de un chamarilero con ínfulas de anticuario visionario,  con todo mezclado en este caos aséptico de la actualidad frenética. Sobre lo que muere o asesinamos, lo que hacemos nacer y lo que abortamos. Fundidos como lo mismo (siendo sustancialmente diferente, “con-fundidos”) mezclamos placer, gozo, deseo y satisfacción; conocimiento, comprensión, sabiduría, memorización y competencia; camino y destino; juego, ironía, “gamificación”, “jugabilidad” y diversión; realidad, verdad, estadísticas, verosimilitud y simulacro; experiencia y experimentación; incertidumbre y negocio; carencia inducida y negocio; talento y negocio; falta de talento y negocio; cultura y turismo; posibilidad y negocio, persona y cliente; azar y lucro; esperanza, expectativa, ilusión, sueño y especulación; pensamiento, razonamiento, meditación y algoritmización; eficacia, eficiencia, productividad y fertilidad…

         En peregrinación como la de Max Estrella en Luces de bohemia, hollamos en mediodía de nuestro pueblo avillanado como ciudad de la periferia de la capital (llamada pretenciosa y tributariamente “área metropolitana”). Caminamos hacia adentro para poder dirigirnos al horizonte. Nos sentimos versos en un texto en prosa. Vivimos el “otium” como virtud en la presión de la productividad que lo niega y lo cataloga como vicio si no es posible monetizarlo y hacerlo negocio, su negación (“nec otium”).

Reconocemos lo que es aunque ya no sea ni esté porque resuena en nosotros su eco vivo. Siempre he sido siendo estar pero no lo sabía: me identificaba en una duración que solo es como construcción mental y emocional en la transformación. La asunción de la paradoja es el umbral del manantial de la vida, de su fluir. Poder analizar sin juzgar. Preocuparse porque nos preocupa no estar preocupados porque vivimos de ocuparnos y ocupar contemplativamente el alrededor. La razón raíz emana de la mente del corazón, esa castalia de inmanencias en la intermitencia de la impermanencia que permanece en nosotros como cosmos. Habitar la aporía esencial para ser humanos insobornables. La pureza no existe: por eso hay que encontrarla. Somos zahorís que proyectamos y leemos energías telúricas para compensar las radiaciones sobre las que volamos naufragando, felices, hacia el abismo de escombros de lo humano.

La blancura más pura es la de la mezcla. La luz dorada de la divinidad es la superposición de irisaciones fractales del universo. Cada persona camina volando con sus alas de arcoíris en la cruz de ser cartesiana: verticales, orden vertebral, nos ensartamos las horizontalidades, eje de abscisas, para sentirnos en las coordenadas de cada aquí y cada ahora. Somos en el aura que tejemos: tenemos, deseamos, podemos, amamos, comunicamos, comprendemos y somos comunión en la creación. Nos alimentamos de arriba abajo: alimentamos el universo de abajo a arriba. Del añil al rojo: del rojo al añil, con el verde en el centro de todos los alrededores.

Aunque el haiku suena en sus diecisiete golpes de voz, la distribución de los versos no es la habitual: las “campanas” tenían que resonar en el “adelanta” en esa apertura vocal que exhala la música del alma. La paradoja como clave para el paso osmótico de ser.

Sic transit gloria mundi”: nostalgia del futuro para centrar el tiempo en cada presente. Bronce binario. Devenir por venir en lo venido e ido. Nietzsche amamantado por Platón con nanas de Sócrates en una habitación kantiana.

 

Tañen campanas.

Anclado al pairo,

mi reloj adelanta

 

 

 

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