martes, 2 de marzo de 2021

El diletante fértil. Decimosexto paseo


              Como la carne, la madera se retuerce, estoica, para encontrar la luz y gozarla.

 

 

            Al aire, por transformarme al pasearse por dentro de mí.

 

            “Meditar no es tirar de la semilla hacia arriba, a ver si crece más deprisa, sino limitarse a cuidar la tierra: levantarse cada mañana y regarla, y dedicarla (sic) unos minutos cada noche, antes de acostarse”

 

            “En el centro no hay diferencias y el amor es sólo (sic) uno”

 

Pablo d’Ors (2021). Biografía de la luz. Barcelona: Galaxia Gutenberg, págs. 356 y 369.

 

            “Perquè l’amor és una escolta.

I tot ressona i canta.

 

           Som perquè algú

ha parlat”.

 

Lluís Calvo (2017). “Parla”, Llum a l’arsenal. Palma de Mallorca:

Lleonard Muntaner Editor, pàg. 263.

 

 

Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y es necesario en cuantrocientas noches

-con cuatrocientos cuerpos diferentes-

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen

 

Jaime Gil de Biedma (1988). “Pandémica y Celeste”, Las personas del verbo. Barcelona: Seix Barral, Biblioteca Breve, pág. 135

 

                                  

Confundía meditar con pensar. Ya distinguía pensar de razonar: pensar era un razonar en la tejedora del sentir. Confundía corazón con cerebro, ser con pensarse pensando. El reloj cardíaco armoniza la simpatía de latir, pensar y respirar. Mística de la razón. Valle-Inclán siempre está ahí con una ética estética como red en el carnaval del circo mediático. Funambulistas somos cuando deambulamos por las aceras de la ciudad.

En la botica de la anatomía humana, las hormonas son la química del ser. Somos jardineros del cuerpo y necesitamos gimnasia meditativa, tomar medidas, cuidar, tratar la tierra sobre la que crecernos. La impaciencia es la madre de la obsolescencia usurera como la paciencia lo fue de la ciencia. La crisis es el gozne de cada frontera de ser, pero no se vende ni se compra, como el cariño verdadero.

Meditar como el desayuno del pensar. Salir del ayuno espiritual de la razón para volver a ella tras el barbecho y la sed. La obviedad, también el lógica, es la de los primeros principios, la de aquellos autodemostrados, la de lo que no necesita argumentación para ser. Y sobre su ser edificar la vida. Y sobre la vida, el pensarse en el todo. La noche clara del alma lleva al desayuno nuestro de cada día: el vacío de pensamiento fertiliza e pensamiento. El estómago del cerebro busca su alimento cuando está preparado para recibirlo en su tierra aireada.

El amor como nódulo de toda red. Como “sobreverdad”, que diría Vladimir Jankélévitch: inmanente, desinteresado, incondicional… Amar sin el precio de ser amado. Amar por y para amar: ese es el destino, que es siempre camino. Sin conocimiento de lo amado, por intuición. Amar desde el corazón. Amar la “ipseidad” de lo otro (que es parte del todo -que soy yo también- amado). Ser amantes de lo amado. En activa de pasiva. Complemento directo de un verbo intransitivo. Inefabilidad de lo sentido: sentido, por tanto, sin racionalización, sin palabras. Pensado desde el corazón. Vive el amor sin palabras. El superrerrealismo de la emoción amorosa anula la lógica de su expresión léxica. El verdadero imperativo categórico para que lo nouménico sea fenoménico. Hablarlo es mentir. Sentirlo es vivir. “Sin corazón no hay nada” dice  Jankélévitch. En progresión geométrica, crecemos en el amor cordial. Recordamos porque sabemos hacer pasar por el corazón lo vivido. Recordamos porque despertamos en presente lo sentido en el pasado. La nostalgia (regreso para huir del dolor) nos lleva a patrias futuras.

Los griegos (nosotros antes de lo que somos) distinguían cuatro complementariedades del amor: “eros”, “storgé”, “philia” y “ágape” (como distinguían diferentes dolores: “achos”, “algos”, “odyne”, “ponos”, “kedos”, “lipes”, “pathos”). Saber nombrar lo que se siente humaniza el amor o el dolor porque permite el diálogo terapéutico. De esa necesidad nace la poesía, que es aquella “poiesis” que Platón define en su Banquete algo así como la conversión del no ser en ser

Las campanas íntimas de los cuencos tibetanos buscan las resonancias en los campanarios de alma. La convexidad cóncava hace sonar el vacío en su aleación con el aire que es espíritu. Respira el agua enhebrando el pozo del yo que quiere ser. Quieto en la permanencia más dinámica, camino con la duda sobre el mar de la fe que asumo. En el ruido de la falsa calma, la serenidad del alma en su centro de comunión con el todo. Vaciamiento propedéutico: la pureza se fragua en el agua de fuego del desprenderse; no en el vacío, sí en el vaciarse.

Meditar es orar. En la desestabilización, buscar estar para enserse. Perseverar en la pascua: pasar de la esclavitud a la libertad en el desierto fértil de la columna sobre la que refundarnos permanentemente.

 

En amor siendo,

asomado a una sombra

sorprendo el tiempo

 

 

2 comentarios:

  1. Un interesante texto con toques wordsworthianos, pero como un Wordsworth del ser, consensuando con precisión y condensando como un perfume la sabiduría de Oriente y de Occidente en la temática del amor. Me ha encantado, gracias Pascual.

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  2. Gracias, Gabriela.Ya casi nadie se pasea por estos Limbos si no es por el "reclamo" de Facebook y, muchos menos, comenta las entradas. Por aquí nos conocimos en una virtualidad que nos llevó a la virtud física de conocernos de verdad, en texto y alma.
    Me gusta eso de "wordsworthiano del ser": mi balada lírica es la de un espíritu en crisis consciente en un espacio y un tiempo. El paisaje soy yo en ese paisaje. Bueno, el paisaje es un invento para hacer nuestra la naturaleza, es una culturización del mundo: en la belleza o en la especulación urbanística.
    Muchas gracias por tu siempre presente poesía. Un beso.

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