Así, circunscrito en analogías, azul y presencial, como un silencio pintado por Edvard Munch reinterpretado desde la serenidad por Felipe Julián Hernández Lorca, me pienso y pienso el mundo. No estoy ahora en ese ser aunque en él sea casi todo lo que puedo ser.
A Cristina Lorenzo, alegría de la huerta, porque nunca le he dedicado nada y se lo merece por esa felicidad (en minúscula y cursiva) pandémica que nos regala con su presencia.
“No querer comprender, no analizar… Verse como se ve la naturaleza; mirar sus impresiones como se mira el campo. En eso consiste la sabiduría”.
Fernando Pessoa. Libro del desasosiego.
“Car Je est un autre. Si le cuivre s’èveille clairon, il n’y a rien de sa faute. Cela m’est évident: j’assite à l’eclosion de ma pensé: je le regarde, je l’écoute…”.
Arthur Rimbaud. Cartas del vidente.
“Lo contrario de la palabra es el ruido, no el silencio” […]
“Leer es releer infinitamente, porque lo contrario de lo finito no es lo infinito, sino lo absoluto”
Joan-Carles Mèlich. La sabiduría de lo incierto
Amar es una posibilidad que nace y se expande desde el yo. Es una responsabilidad patrimonio de quien ama. Ser amado es un regalo que no depende de nosotros sino de tús concretos. Amar sin ser amado, sin reciprocidad, en solipsismo onanista, puede ser una forma de estar en el universo. Pero sería como bañarse en el mar sin sentir el abrazo del agua. Somos agua. Somos islas. Islas sin mar, endogámicas, naufragan sedientas en autarquía emocional.
Autoscopia narcisista. La meditación es su antídoto (pero sin guías digitales, desde dentro de uno mismo, enseñado por un maestro sin usura). Se precipita el mundo en sus pantallas y nos hace huérfanos de humanidad. Vivimos en la sintaxis del cosmos como fonemas, como sonidos, como grafías, como monemas, como palabras, como sintagmas, como oraciones. Buscamos la gramática de la resonancia. Buscamos ser texto, diálogo a cuatro bandas: la del yo, la del nosotros, la del mundo físico y la de la energía de universo.
De baja por maternidad: parir un nuevo yo por primera vez, pasar de Parménides a Heráclito, de Platón a Nietzsche adánicamente y sin anestesia pide una pausa para poder seguir con metamorfosis futuras desde la inercia de una nueva esencia evanescente.
Sufrir la vida. Vivir en sueños. Cambiar el parámetro de la realidad como verdad: ser dormido; estar despierto. La paciencia del conductor del camión de la basura es una referencia ética.
Contra el monopolio digital de la formación informatizada: deformación, información, conformación, transformación… Formateados somos menos nosotros y más sistema, más esclavos de la libertad digital.
Amar en la contemplación, fuera de lo contemplado. Por vaciamiento, por desintoxicación del ego fagocitador de alrededores. Ser en la lectura del mundo desde nuestra historia pero hacia la narración de un mundo en el somos, en los márgenes, notas complementarias al asunto.
Vivimos en una moral y una cultura heredadas: sobre ellas debemos construir la ética pensada y sentida que dejemos en herencia. Con responsabilidad humanista, como eslabón de progreso sin egoísmo usurero. También hay una epifanía del abismo, una revelación del vértigo. En el amor de las relaciones textuales que mantenemos porque somos en ellas nos entregamos para que todo pueda seguir siendo en su secuencia dialéctica. Un destello del cielo enciende la mecha de ser y somos. El yo se hace puente en el texto que conduce a la vida. Para ello es preciso cultivar el aura, la atmósfera de ser en presencia: intensidad, tono, timbre y duración de la voz que nos toca con dedos de aire, sin píxeles ni atajos cifrados.
La identidad es la voluntad de raíz en la transformación necesaria para seguir siendo en un mar proceloso de sirenas que cantan el liberalismo espiritual desde las inercias inducidas del liberalismo economicocentrista: autoexplotación, autoinculpación expiadas como victimismo; estajanovismo que esencializa con inciensos y buenismo la aceptación resignada que dice repeler la sumisión y es causa y consecuencia de la derrota del mundo. Realizarnos, terminativos en nuestra provisionalidad, es el espejismo de oasis en que ser, en verdad, en el simulacro. Duelen las aristas lorquianas del progreso: sufrir no es un capricho morboso y masoquista del yo: es la estigmatización subjetiva del happyland que es esta isla de los juegos que nos dejó Carlo Collodi como herencia en su Pinocchio. La dama Azul vive en una nube en un desierto lleno de conexiones con un universo de rebuznos y bitcoins.
Piel de papel.
Eros hecho palabra.
En tinta ser.
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